Stalin, la Unión Soviética, y el Pacto Germano-Soviético de 1939 (IV): Los británicos meten la pata
El desmembramiento de Checo-Eslovaquia había pillado por sorpresa a Hitler, pero en el fondo estaba cantada desde los Acuerdos de Munich. La opción de ocupación militar por la vía urgente no era la favorita de Hitler (que, al menos en estos años, consideraba preferible la creación de Estados Títere subordinados a Alemania); pero cabe discutir si, con una débil República Checa rodeada por todas partes de enemigos y dirigida por el presidente Hacha, las cosas hubiesen sido diferentes. Y todo hace pensar que no,1 puesto que las decisiones que condujeron a la Segunda Guerra Mundial se trasladaron, ahora, al Reino Unido.
Efectivamente, la opinión pública inglesa y el Parlamento británico estallaron en indignación. Al parecer, habían creído sinceramente (y seguramente Chamberlain también) que los acuerdos de Munich garantizaban, no sólo la paz, sino que ya no se produciría cambio alguno en Europa. Incluso que Hitler colaboraría para mantener esta situación con sus fuerzas militares.2
El despertar fue brusco; hubo una especie de histeria colectiva en la idea de que Hitler se lanzaría contra un país tras otro, sin que Occidente pudiese hacer nada. Sobre todo, Rumanía declaró sentirse amenazada: Chamberlain propuso un acuerdo de seguridad colectiva -con Francia, URSS y Polonia- que, aunque era muy vago,3 era un paso en un frente común contra Hitler. Los polacos pusieron el veto.
Pese a la evolución posterior de los acontecimientos, las relaciones germano-polacas no fueron malas durante todo el periodo de Hitler; por el contrario, el Pacto de No-Agresión entre ambos países (1934) supuso una clara mejora.
Sin embargo, el problema del Corredor Polaco y la Ciudad Libre de Dantzig no se había resuelto. En realidad, Alemania tenía más justificación para reclamar una solución que reunificase su territorio (a través de territorios de cultura y habla secularmente alemanas) que en otras reivindicaciones anteriores; pero, en este caso y momento concreto, Polonia (tan nacionalista, a su manera, como Alemania) desarrollaba una política exterior agresiva, incorporando territorios que consideraban suyos, y tratando de mantener una feroz independencia de sus vecinos más poderosos: alemanes y rusos.4
El caso es que Polonia se negó -en principio- a firmar la declaración colectiva, siempre que ello supusiese la posibilidad de que los rusos formasen parte de una garantía hacia su país. En cambio, su Ministro de Exteriores Josef Beck se mostró dispuesto, en nombre de su país, a pactos bilaterales con Reino Unido.
Entonces Chamberlain, presionado por todos los lados, hizo una declaración unilateral de garantía a Polonia, que resultó ser uno de los más graves errores que condujeron a la Segunda Guerra Mundial.5
Los polacos, en realidad, aún estaban negociando la posibilidad de ceder y llegar a un acuerdo en lo de un Pacto de Seguridad Colectiva; por otro lado, aunque las negociaciones con Alemania sobre Dantzig y el Corredor estaban paralizadas, más tarde o más temprano habían de volverse a iniciar.
Pero la declaración de Chamberlain ponía en manos de los polacos cuándo, y cómo, Polonia se sentiría amenazada y pediría el auxilio británico… y francés. Los franceses ni siquiera habían sido consultados. Ciertamente, Francia se convertía, cada vez más, en un satélite de los británicos en política exterior... pero reconocerlo supuso una nueva humillación. Lo que es más; Rumania, aliada de Francia, y quien había pedido ayuda –aunque su temor era infundado- ni siquiera era citada en la garantía.
Por encima de todo, los soviéticos, que llevaban años propugnando la política de Seguridad Colectiva y pidiendo a los occidentales un Tratado de Alianza, se encontraron con esta garantía unilateral, que podía ser invocada… si los Polacos se sintieran agredidos por cualquier país, incluido la URSS.
Chamberlain y Halifax, unos días después, intentaron minimizar las consecuencias del error, tratando de convencer a Beck de reunirse en una Conferencia Internacional. Pero los polacos no renunciaron al inesperado regalo de los británicos. No iban a someter su negociación con Alemania a una Conferencia. No iban a ampliar esa garantía a Rumania.6 No iban a participar en ningún tipo de pacto que incluyese a la Rusia Soviética. Los ingleses, en la práctica, habían renunciado a cualquier poder negociador que pudiesen ejercer en la cuestión germano polaca: se habían comprometido a actuar a solicitud de Polonia.
Las consecuencias del error de Chamberlain se reflejaron, también en las negociaciones anglofrancesas con la URSS. Estos contactos nacieron lastrados por años de meteduras de pata y desprecios hacia los soviéticos por parte de los occidentales. Creamos o no en la buena voluntad de Stalin, su fracaso, a no ser que se produjera un giro completo de la diplomacia, era cantado.
Lo veremos en el siguiente (y creo que último) episodio.