Sherlock Holmes y los Meneantes (II)
CAPÍTULO II
Madrid, 30 de Diciembre de 1888.
Aprovecho que ya estamos en el hotel para pasar a limpio estas notas con mis primeras impresiones.
El viaje, de la Estación Victoria al Canal, luego por París a Burdeos, cruzando la frontera en Hendaya/Irún, y luego de allí a Madrid, fue relativamente cómodo… para un viaje de varios días. Los viajeros suelen quejarse de los ferrocarriles españoles, pero al menos esta línea es tan cómoda como las británicas.
Durante todo el viaje, como es su costumbre en estos casos, Holmes apenas habló: se dedicó a documentarse sobre nuestro caso; una vez en España, compró todos los periódicos y gacetas que pudo y, con la habilidad que le caracteriza, sonsacó a los funcionarios de los pueblos importantes por donde pasábamos sobre la Sociedad de los “Meneantes”. Aunque, al menos en esto último, no obtuvo nada.
Thurston nos esperaba en la Estación del Norte1. Me dio un abrazo fraternal, saludó a Holmes efusivamente y nos acompañó a nuestro hotel, el “Hotel Inglés”, una maravilla, comparable a los mejores hoteles de París y Londres2.
Durante la comida, que hicimos en un reservado del mismo restaurante del hotel, mi amigo nos puso al corriente de las informaciones que había estimado que no podía poner por escrito.
Thurston nos explicó que la Sociedad de “Meneantes” había sido fundada hacía unos doce años, para evitar que los mendigos no contasen siquiera con un plato de comida y un techo, en caso de necesidad. Su principal impulsor fue un indiano llamado Reinaldo Gila. En principio, parecía que la Sociedad podría sostenerse económicamente sin perder mucho dinero pero, sorprendentemente, acudieron más mendigos, más patrocinadores, y la empresa comenzó a ser rentable. Muy rentable.
- ¿Alguna relación con el tráfico de opio, drogas, prostitución…? –interrumpió Holmes.
- Nada que la policía sepa. Ni la más mínima sospecha –respondió mi amigo.
Luego continuó explicando que, hace unos años, Gila liquidó sus negocios, recuperó sus inversiones en la Sociedad, y se retiró al campo.
- ¿Quién compró las opciones de la empresa? –pregunté yo.
- ¡Muy bien, Watson! –aplaudió Holmes- ¡Cherchez l’argent! Nos movemos en busca del dinero…
Thurston nos explicó que los dueños actuales -un tal Daniel José Ipunto, y el señor More, evidentemente un pseudónimo- habían comprado la Sociedad con la aparente intención de aumentar su rentabilidad, y venderla luego otra vez. De hecho, aparte de nombrar una serie de Administradores Plenipotenciarios, no se habían involucrado en la dirección de la empresa, y actualmente las pesquisas de los inversores y de la Policía no conseguían dar con ellos.
- Entonces… ¿por dónde debemos empezar? –pregunté yo.
- Nosotros no somos investigadores oficiales, Watson. Quizás podríamos empezar por presentarnos como posibles inversores; Mr Thurston podría presentarnos a los administradores, y tratar de hacernos una idea sobre este negocio… que, o mucho me equivoco, o es mucho más oscuro de lo que parece- intervino Holmes.
- Esta misma tarde podríamos ir a la principal sede de la Sociedad, en la calle Fuente de Sineu, que es también donde tienen su despacho los administradores. No he concertado cita, pero el edificio está abierto hasta muy tarde, preparado para la llegada de nuevos indigentes; y a mí me conocen los administradores: puedo intentar que nos reciban - dijo Thurston- ¿Cómo tengo que presentarle, Mr. Holmes?
- Con Sherlock Holmes bastará, gracias. Mi nombre empieza a ser conocido en Europa, y despierta una cierta...emoción entre los delincuentes, y eso puede causar movimientos inesperados. Pero no me presente como detective. Prefiero que diga que estoy acompañando a Watson en un viaje de placer, y que nos hemos sentido conmovidos por su filantropía.
No tardamos mucho en dirigirnos a la calle Fuente de Sineu, donde Thurston nos señaló un imponente edificio, de varios pisos de altura.
- Allí es. Mr Holmes, Watson, les ruego que no se tomen muy en serio lo que van a ver ahora, los Meneantes son gente muy… curiosa.
No hay que decir que esto no asustó ni por un momento a mi amigo, acostumbrado a moverse por los bajos fondos de Londres. Pero no dijo nada, y seguimos a Thurston hasta una sólida puerta de madera noble maciza, provista de una aldaba que nuestro guía accionó ruidosamente.
Al otro lado de la mirilla se asomó alguien e intercambió unas palabras con Thurston. Nuestro compañero se volvió hacia nosotros, con gesto de desaliento.
- Mala suerte. Nos ha tocado el día de guardia de Dupla. Es un pobre desgraciado que Gali sacó de la masa de los mendigos que acudieron al principio a la Sociedad. Gali, viendo su interés y su celo por los “Meneantes”, le dio ciertas prerrogativas… Nada serio, hace de portero, pero el caso es que si está con sus delirios de grandeza, puede ser muy difícil conseguir que abra la puerta.