Izquierda o apocalipsis
«En 1953 queríamos colaborar, de verdad y honestamente, con los Hermanos Musulmanes, para que pudiesen avanzar por el camino recto. Tuve un encuentro con su consejero general y me presentó sus demandas. ¿Y qué me pidió? “Lo primero —me dijo— es necesario que impongas el uso del velo, y que ordenes que cada mujer que salga a la calle lleve puesto el velo”… Cada mujer… [Alguien del público: “¡Que se lo ponga él!”. Risas y aplausos] … Yo le respondí que eso sería volver a la época en que la religión gobernaba, la época en que no se dejaba salir a las mujeres en cuanto caía la noche. [Risas]. En mi opinión, cada uno es libre de tomar sus propias decisiones. Él me respondió: “No, eres tú quien tiene que decidir, como gobernante responsable”. Y yo le dije: “Señor, usted tiene una hija en la facultad de Medicina, y ella no lleva velo… [Risas]. ¿Por qué no le obliga a llevarlo? [Aplausos]. Si usted no puede obligar a una sola chica, que además es la suya, ¿cómo voy a obligar yo a diez millones de mujeres egipcias?” [Risas y aplausos]».
Esta es la transcripción de un famoso vídeo de un discurso de Gamal Abdel Nasser, dictador egipcio, impulsor del panarabismo y del socialismo árabe, también es una de las últimas grandes manifestaciones civilizatorias de occidente. ¿Cómo fue posible que las mujeres egipcias acabaran, setenta años después, con el velo puesto cuando el futuro se veía tan optimista para Nasser y sus camaradas? Pues porque, durante la “Guerra Fría”, los liberales de occidente combatieron denodadamente contra su última gran ola civilizatoria creando una reacción planetaria a base de echar mano de los integristas religiosos de todo el mundo, desde España a Corea del Sur, desde Arabia Saudí a Chile. El precio de frenar al último leviatán de la modernidad fueron talibanes allí, secta Moon por allá, Wojtyła por acá, la emergencia de la ortodoxia religiosa en Europa del Este y de cristianismos integristas en EE.UU. y Latinoamérica que desde la “Era Reagan” han acabado aglutinándose en los movimientos más conspiranoicos, psicodélicos y desestabilizantes que han tenido en América en su historia reciente, además de miles de mezquitas en Europa y el mundo controladas por el islam salafista, el más terrorífico que ha conocido la historia, regadas con parte de los cientos de miles de millones de euros que les transferimos cada minuto a las petromonarquías, y a sus amigos campechanos.
Pero por qué el occidente moderno perdió su ímpetu y se revolvió contra su última ola civilizatoria acudiendo a cultos de dioses lovecraftianos que luego amenazarían su propia existencia. Gramsci dijo que «El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». La sociedad que había occidentalizado el planeta fue la que tenía los ideales del Ancien Régime aunque llevados de la mano del nuevo ideal romántico del nacionalismo (Dios, la religión y la patria). Con estas ideas magníficas y verdaderas respaldando sus deseos y aspiraciones individuales los occidentales llegaban a sus nuevas propiedades, plantaban su correspondiente banderita, y sin vergüenza ni comerse excesivamente el coco practicaban el etnocidio, matando a mansalva, apalizando y regando con alcohol a los aborígenes que aún se mantenían con vida, con lo que destruían su tejido social y su cultura. A cambio les daban una religión verdadera, y maneras occidentales de hacer las cosas. Todo esto terminó colisionando con la primera ola civilizatoria de la modernidad: el liberalismo, donde primaban los derechos y la libertad de los ciudadanos frente al resto de tradiciones, hábitos e “ideas de poder” del Antiguo Régimen (Dios, la casta, el chamán, el libro mágico, tu rol prefijado dentro de la tribu, etc). Estos derechos y libertades acabaron siendo reclamados por los individuos de todo el mundo pues las sociedades coloniales también habían creado sus nacionalismos, y a sus propios liberales, que reivindicaban los mismos derechos para su gente.
Aun así la producción de liberales era escasa en todos sitios y, a base de ser frecuentemente apiolados por la reacción, los liberales se dieron cuenta de que la mayor parte de las personas funcionaban con cuatro ideas atávicas que pillaban de la familia y de su tribu. Equipados con esas ideas, se pasaban la vida mayormente currando en Telepizza para pagarse la videoconsola y el Iphone, y ni conocían, ni les interesaban sus derechos y libertades, mucho menos los derechos de los demás. Así que escarmentados por la reacción que tenía la gente cuando les calentaban mucho los cascos con la cosa de sus derechos, apañaron un artefacto político de apariencia más o menos moderna y democrática, donde personas de toda condición tuvieran cierta libertad para hacer negocios y prosperar. Porque para eso la democracia liberal funcionaba muy bien. De ese modo la gente se enriquecía y progresaba, lo que era fundamental para formarse y entender más sobre las ideas de los liberales. Sabiamente, ordenaron las cosas para que, en este sistema, se mantuviera la compartimentalización de la sociedad dentro de sus cubitos orgánicos de clase, casta, grupo, secta, etnia, etc afín de no asustar al personal con las nuevas ideas que traían y provocar de nuevo otra reacción. A mediados del siglo XX se perfeccionó este nuevo capitalismo multicultural creado por liberales que habían perdido sus principios en pos de los medios, pero que tenían un objetivo, que siguen manteniendo nuestros liberales actuales: la distopía de un conjunto de grupos, sectas y corporaciones de toda condición, cultura y raza prosperando en paz unidos, pero no revueltos, mientras se regulan sin Estado, de manera natural y armoniosa, bajo la mano mágica del mercado.
Es un sistema que no gusta a los conservadores, pero conscientes de que han perdido su empuje cultural reconocen que al menos es el único sistema que les permite mantener sus “espacios seguros” en el interior de sus propios cubitos. Fachas en sus cubitos, gitanos en sus cubitos, musulmanes en sus cubitos; y todos felices comprando en Mercadona. Menos la izquierda, por supuesto; porque la izquierda se tiene que meter en los cubitos de los demás y decirles cómo tienen que hacer sus cubitos, ya que es la heredera de ese ímpetu civilizatorio que antes habían poseído los antepasados de nuestros conservadores desde la religión y que ahora mueve a la izquierda sobre la base de los derechos que crearon los propios liberales. Los conservadores dicen que la izquierda es más multicultural que el sistema de cubitos liberal en el que se refugian. Pero lo que hace la izquierda es apropiación cultural, un baile de disfraces donde puedes llevar rastas o turbante, mientras crea a tu alrededor un sistema/trampa huxleyriano que no te permite expresar tus valores: no puedes matar a tu hija si se fuga con el novio no acordado, no puedes mutilar sus genitales, se te cae el pelo si le das un simple guantazo a tu esposa o a tu hijo, no puedes forzar a tu hija a no ser lesbiana o a no ser trans, no puedes impedirla abortar, etc. No puedes hacer muchas cosas que en tu religión o cultura son importantes. La izquierda te ofrece una simulación de tu espacio cultural, de modo que crees que te encuentras en tu pueblo, entre tu tribu, cuando en realidad te han puesto en un parque temático japonés sobre los pueblos del mundo, sección Murcia.
Y así estamos ahora: tenemos a la izquierda actual, como única fuerza política imperialista que continúa tratando de uniformizar e igualar a todos los individuos de todas las sociedades del mundo encajándolos en un único proyecto planetario por medio de la ingeniería social, del Estado y de Netflix, con las ideas que tomaron de los liberales sobre la libertad individual, los derechos del ciudadano, de los humanos, de los gorilas, etc. En la otra parte tenemos a los conservadores, incapaces de retomar su antigua hegemonía moral sobre occidente, porque sus verdades murieron en el siglo XIX (las mató Nietzsche). Así que han renunciado a la civilización global que produjeron, y sólo aspiran a aislarse, e ir menguando dentro de sus propios cubitos que les proporciona el multiculturalismo que aun pueden ofrecerles los libertarios (el verdadero multiculturalismo, el que defiende realmente las idiosincrasias de cada tribu). Siguen haciendo lío, pero como mera reacción, atemorizada y furiosa ante los grandes cambios que se están produciendo. Van como pollos sin cabeza cayendo en delirios populistas, conspiranoias y magufadas esotéricas. No tienen un proyecto de civilización universal, más que la sociedad multicultural de los cubitos basada en el mercado y que, paradógicamente, es la que los está poniendo cada vez más furiosos, porque hasta ellos perciben que el sistema multicultural y clasista arde en llamas conforme se desmonta el Estado evangelizador que crearon los imperios coloniales.