El vampiro y las ratas
Si alguna vez fuese a un psiquiatra, lo tendría difícil para identificar mi perfil. Siempre me han causado atracción la carne rasgada y la sangre al brotar, y he disfrutado explorando los límites del dolor en un cuerpo. Pero, a la vez, soy capaz de apreciar el valor de la vida humana, y pocas cosas despiertan tanto mi rabia como el uso de la fuerza para oprimir al más débil. Supongo que estas emociones me apartan del perfil psicopático.
Hace tiempo aprendí a conciliar ambas facetas de mi personalidad y convertirlas en algo útil. Volvía de noche y, en un callejón, escuché gritos que provenían de una ventana. Un hombre insultaba sin parar a una mujer que lloraba. También se oían golpes seguidos de chillidos que evidenciaban la paliza que ella sufría. La escena duró una media hora, y ningún vecino le auxilió.
Decidí investigar y pronto comprobé que el agresor era un animal de costumbres. Todos los días volvía del bar sobre las 12 de la noche y se desfogaba con la mujer como si fuese un saco de boxeo. Cuando tuve su cara, compré el material que necesitaba y busqué una casa abandonada a unos 5 kilómetros de la ciudad que sería mi centro de operaciones. Una vez hecho, le esperé en la puerta de su casa y, mientras intentaba abrir, le agarré por la espalda y le inyecté en el cuello un fuerte somnífero. Luego le introduje en mi coche y fuimos a la casa abandonada.
Lo primero que vio al despertar fue mi máscara, pues yo le estaba observando a escasos centímetros de su cara. Mi máscara era blanca con una enorme nariz curva y picuda, típica del carnaval veneciano. Entonces comenzó nuestro diálogo:
-¿Qué cojones hago aquí?- comenzó a gritar histéricamente, mientras intentaba desatarse de la silla donde le había amarrado.
-Eres una rata que va a alimentar a un vampiro benévolo, que necesita sangre para vivir pero no desea probar la humana. Pero antes de alimentarme, jugaremos. Dime una cosa ¿Con qué mano solías golpear a tu mujer?
-Te mataré hijo de perra! He estado en la cárcel por cargarme a tíos y tú serás el próximo!
Me acerqué a él con unos alicates y apresé entre ellos un trozo de su mejilla. Entonces comencé a apretar haciéndole gritar como un poseso.
-Temo que no eres consciente de la gravedad de la situación. Dime qué mano usabas para pegarle y pararé.
-La derecha!!! Joder, Dios, la derecha!!!
-Bravo! ¿Ves cómo no era tan difícil?
Solté su mejilla y me coloqué tras él (pues sus manos estaban amarradas a la parte trasera de la silla) con unas tijeras de podar.
-Me vas a regalar un dedito por cada mala noche que le hiciste pasar a tu esposa. Sólo tienes cinco y esas noches son incontables, así que cuando acabemos estarás en deuda conmigo. Pero me cobraré por otra vía.
Amputé sus dedos uno por uno provocándole aullidos ensordecedores. Y, aunque me gusta mantener la compostura, no pude evitar acompañarle con carcajadas igual de ruidosas. Tras acabar, cautericé las heridas y lo dejé por esa noche.
El maltratador me duró 5 días. Le arranqué muelas, uñas, los pezones, clavé alfileres en sus pupilas y le hice tragar cerillas ardiendo. Mis conocimientos en química me permitían reanimarlo rápidamente cuando se desmayaba y darle la atención necesaria para que no muriera rápidamente.
Antes de acabar con él (lo maté a golpes con un bate) quise decirle unas últimas palabras.
-Ahora que nos despedimos, debes saber que lo de estos días no ha sido sólo diversión. Me has ayudado a reparar el daño que has causado. Y es que has sido grabado en todo momento. Todo nuestro juego está inmortalizado en un DVD que verá todo el país. De esa forma, los que disfrutan martirizando a quienes son más débiles, sabrán que les espero. Y tal vez eso les ayude a controlarse. Todo gracias a ti.
Encontraron su cuerpo ensartado por el cuello, clavado a un árbol de las afueras. Simultáneamente, envié una copia del DVD a una de las principales televisiones del país y lo subí a la red tomando las medidas de seguridad necesarias para no dejar rastro.
Y así comienza mi historia.