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El último pies secos

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Eran las ocho y media de la mañana del viernes pasado y Yunieski Marcos fumaba un cigarrillo en el porche de la casa de su primo en Westchester, un suburbio de Miami, balanceándose en una mecedora rústica. El primo Roberto había salido a llevar a su hijo al colegio. Yunieski vestía una camiseta Calvin Klein nueva, unos jeans ajustados y una pulsera de bolas verdes y amarillas que le preparó un santero en su ciudad natal de Cuba, Camagüey. “Yo soy hijo de Eleguá, el dios que abre los caminos”, dijo.

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