Stalin, la Unión Soviética, y el Pacto Germano-Soviético de 1939 (II): Munich
En la década de los treinta la República Checoslovaca era el país centroeuropeo con instituciones democráticas más consolidadas; buen nivel de vida; en teoría, una alianza estable con una de las Potencias vencedoras de la Gran Guerra (Francia), que confiaba ser respaldada por el Reino Unido en caso de tener que intervenir militarmente. Además, contaba con una industria de armamentos de primer orden, un ejército moderno, y había construido unas eficaces fortificaciones en la frontera oeste, frente a Alemania (el enemigo potencial más peligroso).
Pero tenía un problema: la intención de los Aliados de crear estados fuertes, capaces de ser independientes, sin recurrir a migraciones forzosas, había creado un país con múltiples etnias1.
El principal problema lo ofrecía la minoría germana. Poco más de un 20 %, suponían más de un 30 % en las áreas limítrofes a Alemania y Austria (Sudetenland), que además albergaban buena parte de la industria (incluyendo la bélica) de Checoslovaquia, y que por su orografía, y las fortificaciones que los checoslovacos construyeron a partir de 1935, resultaban un formidable obstáculo contra la amenaza de invasión por el Oeste... Siempre que no se pasasen al enemigo, claro.
Los alemanes de los Sudetes no eran perseguidos, como después diría Hitler; pero es cierto que, tras la disolución de Austria-Hungría, los checos y eslovacos habían sustituido en los puestos dirigentes a germanos y húngaros; y, además, la alta industralización de los Sudetes tuvo como consecuencia una importante caída del empleo y nivel de vida de sus habitantes en la Gran Depresión.2
Los alemanes sudetes siempre se opusieron a la política de infiltración cultural (en realidad, bastante moderada) del Estado Checoslovaco en su región; pero, tras el nombramiento de Hitler como Canciller, el SdP3 comenzó a movilizar a sus bases, pidiendo más y más autonomía.
El problema para Checoslovaquia es que la política europea había cambiado radicalmente desde 1918. La Francia que suponía su principal aliado, ya no era la que en 1923 ocupó militarmente el Ruhr para castigar a Alemania por sus impagos, y no deseaba iniciar un conflicto militar contra Alemania sin el respaldo británico. El Reino Unido no tenía ningún deseo de verse mezclado en un conflicto más horroroso aún que la Gran Guerra por una garantía que los franceses habían dado por su cuenta. Y la Alemania de los años treinta no era la potencia desarmada frente a los franceses.
Pero, sobre todo, los nuevos políticos de los antiguos Aliados (incluyendo los de EEUU) consideraban (salvo excepciones, como Churchill, o los socialistas franceses) que los alemanes reclamaban con razón (aunque los métodos de Herr Hitler no gustasen) una reunificación de las comunidades culturalmente alemanes y que habían formado parte de Alemania hasta 1914.4
A partir del Anschluss5 de Marzo de 1938, el gobierno checoslovaco se asustó y empezó a pedir garantías a sus aliados contra la amenaza hitleriana. Temían –con razón, como se vio luego- que la concesión de una amplia autonomía para los Sudetes derivaría en una reclamación similar de los eslovacos, de la minoría húngara (con apoyo de Hungría) y de los polacos, que deseaban apoderarse de Teschen; y con todo esto, Checoslovaquia sería destruida.
Sólo Rusia movió ficha, proponiendo la creación de un pacto antihitleriano.6. Con seguridad, sabía que nadie aceptaba una intervención militar soviética. Pero el Stalin de 1938 (obsesionado por la seguridad militar, con un Ejército hecho migas por las “Purgas”) no era el de 1945 (que imponía condiciones) En 1938 se contentaba con una alianza ante la cual Hitler no se atreviera a atacar… porque a lo mejor suponía el final del gobierno nazi.
Pero ingleses y franceses se interesaban, sobre todo, en guardar la paz, convencidos aún de que Hitler, en el fondo, pedía cosas razonables, aunque de manera poco ortodoxa, y podían llegar a un “appeasement”7 con él y salvar la paz. Por tanto, desdeñaron las ofertas rusas (no sería la última vez) y se empeñaron en presionar a los checoslovacos para que fueran razonables y cedieran a las demandas alemanas.8.
Hacia final del verano, Hitler (maestro consumado del farol) había ido subiendo las apuestas, y amenazaba con una guerra en la que destruiría Checoslovaquia y a cualquiera que se le opusiese. Con seguridad, se trataba de un farol.9
Así surgieron los Acuerdos de Munich. Una Conferencia Internacional, a propuesta de Mussolini10, a la que no se invitó a la URSS (la potencia que más había luchado por un frente contra Hitler) ni, sobre todo, a Checoslovaquia, que aceptó la indignidad de ver que franceses y británicos regalaban a Hitler territorios que no eran suyos.11
En el siguiente episodio veremos el final de Checoslovaquia... y Polonia.