Regulación de la prostitución en el país donde meter la basura bajo la alfombra es deporte nacional
En España existe una tradición política que se remonta siglos atrás y permanece muy vigente, según la cual meter la basura debajo de la alfombra es la mejor solución a los problemas. Ya en el franquismo el aborto era radicalmente ilegal, pero todo el mundo sabía a qué locales clandestinos debía ir si quería hacerlo. Si eras una niña bien, abortarías con todas las garantías sanitarias en el extranjero o en una habitación escondida de la clínica privada de algún respetable médico, pero si eras una mujer humilde tenías altísimas probabilidades de acabar desangrada en cualquier tugurio.
Las autoridades lo sabían, pero aplicaban una de sus máximas universales que, convenientemente adaptada, servía para todo: "maricón...hasta se puede ser, lo que no se puede hacer es decirlo". Idéntico criterio seguían con la prostitución, oficialmente ilegal desde 1956 pero absolutamente generalizada en barrios y calles que todo el mundo conocía, y a donde acudían diariamente los policías del régimen a recibir sobornos en moneda o carne por hacer la vista gorda.
En semejante tesitura aparece la nueva ley abolicionista de la prostitución que ha promovido el gobierno, según la cual los puteros serán multados y el alquiler de inmuebles para el ejercicio de la prostitución se perseguirá penalmente. Hasta ahora, la prostitución en España se regía por la vieja máxima de meter la basura bajo la alfombra: no era legal ni ilegal, de tal modo que se ejercía sin ningún tipo de control sanitario ni de protección hacia las trabajadoras del sexo, fomentando la explotación sexual de las mismas y condenándoles a la más absoluta indefensión.
Yo, sin haber usado jamás los servicios de una trabajadora del sexo (entre otras cosas porque nada me parece más antierótico que pagar por tenerlo), soy partidario de legalizar la prostitución con un control absolutamente exhaustivo de la misma. Porque por mucho que se persiga siempre va a existir debido a su elevadísima demanda, y porque la mejor forma de proteger a las personas que la ejercen es colocar a un policía, un inspector de sanidad y un inspector de trabajo detrás de cada una, a fin de evitar que sea explotada o coaccionada para ejercerla.
Con el viejo modelo que hemos sufrido hasta ahora, las hipócritas conciencias de nuestros dirigentes estaban oficialmente tranquilas porque el Estado no se ensuciaba con el negocio más viejo del mundo (más allá de los policías que a título personal recibían sobornos), pero las trabajadoras que lo llevaban a cabo sufrían duramente en sus carnes el desamparo absoluto que de ello se derivaba. Con el modelo que ahora promueve el Gobierno (y que me parece mejor que la alegalidad, aunque no lo comparta) teóricamente se va a perseguir el ejercicio de la prostitución con un celo absoluto...pero esto es España, y todos sabemos que un negocio con cientos de miles de clientes y sumamente lucrativo como éste, se va a seguir ejerciendo en rincones oscuros que, precisamente por su clandestinidad, son especialmente peligrosos para las trabajadoras del sexo.
Y, desde luego, a la legalización de la prostitución debería acompañarle una medida fundamental: garantizar a toda mujer las alternativas laborales y prestacionales precisas para que, si no desea ejercer la prostitución, pueda vivir dignamente y no se vea abocada a ello por necesidad. Porque quien se prostituye porque no tiene para comer, no es libre, y es terrible que en una sociedad civilizada alguien deba vender su cuerpo para subsistir.
¿Por qué defiendo la legalización de la prostitución sin que hayamos alcanzado aún el estado de cosas que he expuesto en el párrafo anterior? Porque cuanto más viejo me hago, más cuenta me doy de que, cuando jugamos con vidas humanas, no hay nada más importante que dotar del mayor nivel de protección, dignidad y bienestar a esas vidas, aunque no sea absoluto. Y una trabajadora del sexo estará infinitamente mejor en un local salubre, cotizando a la Seguridad Social y con el Estado vigilando que nadie le amenaza o golpea, que ejerciendo en un callejón mientras reparte la mayoría de sus ganancias con el chulo que le apalea todas las noches y con el policía que hace la vista gorda.