Genocidio de Ruanda
Para el 27 de abril la misión entera fue reducida a 450 soldados. Pedí más tropas y la respuesta fue negativa. Nadie estaba interesado en venir a Ruanda y arriesgarse a sufrir víctimas. A nadie le interesaban unos riesgos que podían tener consecuencias políticas para sus Gobiernos por la potencial reacción de la opinión pública. Pero, sobre todo, no querían venir porque Ruanda no contaba. No había nada de valor estratégico, el país estaba ya superpoblado, y, como me dijeron a la cara una vez, “ya sabe, general, allí no hay nada excepto gente”. Lo que, al menos según mi extrapolación, es como decir: “son negros, es un tema tribal, siempre se han matado, así que déjeles que lo arreglen y nosotros recogeremos los restos”. Ello era contradictorio con la reacción ante lo que estaba ocurriendo en Yugoslavia. También allí era “tribalismo”, aunque nos guste decir que era más sofisticado porque había una historia de religión detrás y la gente tenía estudios, pero el resultado era el mismo: masacraban a gente inocente. Ahora bien, si quienes causan estragos son europeos, blancos, es intolerable, no sólo por razones de seguridad sino porque humanamente es percibido como intolerable. Pero si las víctimas son 800.000 ruandeses, africanos negros, entonces no pasa nada. Eso me llevó a la conclusión de que no todos los humanos son igual de humanos, algunos son más humanos que otros. Algunos cuentan más y la comunidad internacional reacciona exactamente así. Hubo más gente muerta, herida, desplazada interna y refugiada en Ruanda en cien días que en seis años de guerra en Yugoslavia y mientras se llevaban miles de tropas a Bosnia y se destinaban miles de millones de dólares en ayuda, yo no pude ni siquiera mantener mis tropas en el terreno. El mundo abandonaba a Ruanda.
Roméo Dallaire, entrevista realizada en París (febrero de 1994)
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