#1 El caso es que se practican eutanasias a las mascotas (se sacrifican para que no sufran) y se hace como muestra de gran y elevada humanidad. Pero con el vecino humano no, que se joda y sufra. Así que casi mejor ser un perro que una persona. Sí, los prejuicios de otros mejor se los guarden para ellos mismos.
Bueno, al mneos, según la noticia, los objetores entre lo médicos vascos - en este caso - es muy baja <2%.
#2
-- Joder, Juan, que te has hecho daño.
-- No --dice con apuro, intentando ocultar el dolor--, no... no es nada, puedo seguir.
-- Vamos, Juan, si se ve a la legua: llamo a recursos humanos, no te levantes.
Juan sigue en el suelo, la caída le ha lastimado la pierna y es incapaz de ponerse en pie por sí mismo. Su compañero trata de calmarlo y darle ánimos, pero sin acercarse. Al poco viene Arturo, el de RR. HH.
-- ¿Pero qué ha pasado?
-- Pues, estaba... --Juan no pudo proseguir, Arturo le interrumpió de malas maneras.
-- No, tú calla, que eres el herido, que me lo cuente Pepe.
-- Bueno, pues sí, yo estaba aquí y lo he visto todo. Juan llevaba esa caja en las manos --señala una caja chafada a 3 metros de distancia--, cuando ha tropezado no sé cómo y ha lanzado la caja al aire y se ha caído de la plataforma. Hasta ahí, donde lo ves.
-- Mmmhhh, ya veo--dice Arturo con gesto reflexivo.
-- ¿Me podéis ayudar a subir? --dice Juan, pero es ignorado.
-- A ver, tal como lo veo --dice Arturo, que resopla--, voy a tener que llamar al jefe y que él resuelva.
-- ¡No! ¡No lo llames! Si ya puedo levantarme, sólo necesito un poquito de ayuda.
Tanto Pepe como Arturo hacen oídos sordos a las palabras del herido. Arturo realiza una somera llamada en la que susurra palabras sueltas y monosílabos: "sí", "no, no puede", "mal", "bastante", "es ya veterano", "¿amortizado?", "coincido", "a mandar".
-- Bueno --dice Arturo dirigiéndose a Pepe--, que el jefe viene ahora. ¡Y tú --le grita a Juan con un giro rápido--, no te muevas de ahí! ¿Eh? ¡Quietecito!
Los minutos pasan despacio. Pepe y Arturo, ambos con semblante serio, pasan el tiempo ensimismados en sus móviles. En silencio. Juan se encuentra sollozando, quejándose del pie.
Al final llega Martínez, el jefe, portando un maletín negro de piel. Arturo lo pone al corriente de lo ocurrido.
-- Bien --dice Martínez--, mirando a Juan fíjamente--. Arturo, que Pepe salga de aquí.
-- Sí, señor.
-- Voy, voy--dice Pepe, quien albergaba alguna esperanza de presenciar una finalización de contrato, sería la primera vez, pero viendo que no dejan quedarse, se conforma--, ya me voy. --Tiempo habrá, piensa, y si logra hacer carrera en la empresa, otras ocasiones se darán.
Antes de abrir la puerta de salida Pepe le grita al herido: "Juan, adióóós, compañero!".
-- Bueno, tú eres testigo. Esta tarde te tocará rellenar papeles.
-- Sí, señor.
Martínez se arrodilla y abre su maletín. Saca un revólver envuelto en su funda. Le quita la funda y la deposita de nuebo en el maletín. Saca una a una balas de un compartimento del maletín y las coloca en el tambor paulatinamente. Se pone de pie de nuevo y agarrando el arma con las dos manos, según la postura reglamentaria para la extinción de contrato, dispara cinco veces en dirección a Juan, no sin antes oír sus gritos de que si aún puede trabajar, de que por favor, que tiene familia, de que tiene mucho dinero ahorrado y se lo puede entregar.
*
Por ejemplo, la madre Teresa de Calcuta no daba analgésicos a los moribundos, pero ella si los tomó.
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Bueno, al mneos, según la noticia, los objetores entre lo médicos vascos - en este caso - es muy baja <2%.
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-- Joder, Juan, que te has hecho daño.
-- No --dice con apuro, intentando ocultar el dolor--, no... no es nada, puedo seguir.
-- Vamos, Juan, si se ve a la legua: llamo a recursos humanos, no te levantes.
Juan sigue en el suelo, la caída le ha lastimado la pierna y es incapaz de ponerse en pie por sí mismo. Su compañero trata de calmarlo y darle ánimos, pero sin acercarse. Al poco viene Arturo, el de RR. HH.
-- ¿Pero qué ha pasado?
-- Pues, estaba... --Juan no pudo proseguir, Arturo le interrumpió de malas maneras.
-- No, tú calla, que eres el herido, que me lo cuente Pepe.
-- Bueno, pues sí, yo estaba aquí y lo he visto todo. Juan llevaba esa caja en las manos --señala una caja chafada a 3 metros de distancia--, cuando ha tropezado no sé cómo y ha lanzado la caja al aire y se ha caído de la plataforma. Hasta ahí, donde lo ves.
-- Mmmhhh, ya veo--dice Arturo con gesto reflexivo.
-- ¿Me podéis ayudar a subir? --dice Juan, pero es ignorado.
-- A ver, tal como lo veo --dice Arturo, que resopla--, voy a tener que llamar al jefe y que él resuelva.
-- ¡No! ¡No lo llames! Si ya puedo levantarme, sólo necesito un poquito de ayuda.
Tanto Pepe como Arturo hacen oídos sordos a las palabras del herido. Arturo realiza una somera llamada en la que susurra palabras sueltas y monosílabos: "sí", "no, no puede", "mal", "bastante", "es ya veterano", "¿amortizado?", "coincido", "a mandar".
-- Bueno --dice Arturo dirigiéndose a Pepe--, que el jefe viene ahora. ¡Y tú --le grita a Juan con un giro rápido--, no te muevas de ahí! ¿Eh? ¡Quietecito!
Los minutos pasan despacio. Pepe y Arturo, ambos con semblante serio, pasan el tiempo ensimismados en sus móviles. En silencio. Juan se encuentra sollozando, quejándose del pie.
Al final llega Martínez, el jefe, portando un maletín negro de piel. Arturo lo pone al corriente de lo ocurrido.
-- Bien --dice Martínez--, mirando a Juan fíjamente--. Arturo, que Pepe salga de aquí.
-- Sí, señor.
-- Voy, voy--dice Pepe, quien albergaba alguna esperanza de presenciar una finalización de contrato, sería la primera vez, pero viendo que no dejan quedarse, se conforma--, ya me voy. --Tiempo habrá, piensa, y si logra hacer carrera en la empresa, otras ocasiones se darán.
Antes de abrir la puerta de salida Pepe le grita al herido: "Juan, adióóós, compañero!".
-- Bueno, tú eres testigo. Esta tarde te tocará rellenar papeles.
-- Sí, señor.
Martínez se arrodilla y abre su maletín. Saca un revólver envuelto en su funda. Le quita la funda y la deposita de nuebo en el maletín. Saca una a una balas de un compartimento del maletín y las coloca en el tambor paulatinamente. Se pone de pie de nuevo y agarrando el arma con las dos manos, según la postura reglamentaria para la extinción de contrato, dispara cinco veces en dirección a Juan, no sin antes oír sus gritos de que si aún puede trabajar, de que por favor, que tiene familia, de que tiene mucho dinero ahorrado y se lo puede entregar.
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Edito para precisar que estoy a favor de la eutanasia y que me ha molado tu distopía.
www.youtube.com/watch?v=zCnenNPHuxY
cc: #7
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