Quizás se sienten humillados los hombres que ya no pueden ejercer de chulos de discoteca sin que les miren mal, o los que ya no reciben admiración cuando en la Nochebuena, tras el segundo cubata, dan golpes en la mesa del suegro mientras gritan a la jefa para que traiga más hielo. Fueron criados en una convicción de la que no saben desprenderse y eso les hace sentir vulnerables.
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