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Siracusa, o como un solo hombre puede ganar una guerra (I): Antecedentes

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Un rebaño dirigido por un león puede derrotar a una manada de leones dirigida por un cordero (Proverbio árabe)

Nuestra cultura greco-latina nos hace ver las raíces de nuestra historia y nuestra cultura en el mundo griego del primer milenio antes de Cristo.1

Así, se tiende a ver la Guerra del Peloponeso como el antepasado de una Guerra Mundial, pero en el mundo griego del siglo V B.C. Dos grandes bloques, que habían evitado la invasión persa (que, sin embargo, era mucho más poderoso que toda la Hélade junta) y que, tras la confianza adquirida por sus victorias en las Guerras Médicas, se disputaron la primacía en la Grecia Clásica.

Estos dos bloques [Imagen] eran: la Liga de Delos, encabezada por Atenas, y la Liga del Peloponeso, dirigida por Esparta.2

La Liga de Delos fue instaurada bajo el patrocinio de Atenas tras la Segunda Guerra Médica (478 B.C.); en teoría como una alianza defensiva frente a otro posible ataque de los persas. Sin embargo, con el tiempo Atenas se fue convirtiendo en la potencia hegemónica de la liga, trasladó el tesoro de la isla de Delos a Atenas (ya en 454 B.C) y a partir de entonces lo utilizó en gran medida para el engrandecimiento de la propia Atenas, la construcción de sus murallas, sus obras públicas, etc; al tiempo que aumentaba los impuestos y cargas sobre el resto de ciudades de la Liga de Delos, que lógicamente cada vez estaban más hartas de los atenienses.

La Liga del Peloponeso, en cambio, era básicamente una alianza militar, bajo el dominio espartano. No se trataba de un pacto donde tuvieran igual peso las ciudades estado, sino un conjunto de tratados entre Esparta y otras ciudades del Peloponeso (y con el tiempo, Tebas y otras ciudades enemigas de Atenas). En esta Liga, Esparta tenía la última palabra en las decisiones; pero, paradójicamente, su dominio era menos gravoso que el de Atenas, pues los espartanos no imponían impuestos al resto de la Liga; sólo exigían tropas auxiliares (eso sí, no pocas) en caso de guerra.

El caso es que la hegemonía compartida sobre el mundo griego entre las dos superpotencias no podía durar eternamente. Atenas y Esparta trataban de no llegar a un enfrentamiento directo; pero, como en la Guerra Fría o antes de la Primera Guerra Mundial, los países protegidos de ambas superpotencias, muchas veces contra la intención de éstas, causaban conflictos que acababan enredando a Atenas o Esparta.

Pero, paulatinamente, el imperialismo ateniense se fue haciendo más expansionista, en parte por defender a sus “aliados” (en la práctica, satélites) de la Liga de Delos; pero también para conseguir más ciudades que se unieran a su Liga, al ver que era poderosa y resolvía problemas. En cambio, Esparta, que tenía una tremenda necesidad de ahorrar sus temidos espartiatas,3 no respondía a las constantes demandas de aliados nominales suyos para enviar a su poderoso ejército como represalia.

La conclusión lógica fue que muchos de los potenciales aliados de Esparta, sobre todo Corinto, amenazaron con abandonar a Esparta si no les defendía. En 431 B.C, una reunión extraordinaria de la Liga del Peloponeso registró (entre quejas de otras ciudades) unas duras palabras de Corinto, que les avisaron que se quedarían sin aliados si no se oponían al imperialismo ateniense. Luego intervino Atenas, (invitada, con voz pero sin voto) para recordar a los lacedemonios (espartanos) lo agradecidos que debían estar a Atenas por su ayuda en la guerra contra los persas, y el peligro que suponía para Esparta enfrentarse en una guerra contra la Liga de Delos y los poderosos atenienses…4

Por supuesto, tales palabras dirigidas a los hiper-orgullosos espartanos, delante de todos sus aliados ¿qué podía fallar? Inmediatamente, la Liga votó que Atenas había roto sus tratados de paz y apostó por la Guerra. Un plan sin fisuras, el de los atenienses, a no ser que pretendieran eso, precisamente…5

Así, obligada a luchar, aunque muchas ganas no tenía, Esparta declara la guerra con sus aliados (Liga del Peloponeso) a la Liga de Delos (Atenas y sus aliados) en 431 B.C.

Los primeros diez años de la guerra, hasta 421 B.C. es lo que se llama Guerra Arquidámica (por Arquidamo II, rey de Esparta). Es una guerra muy aburrida; los atenienses dominan completamente los mares y los espartanos son los mejores soldados de infantería.

Así que la guerra comienza con que todos los años, los soldados espartanos invaden la Ática (región donde está Atenas) y devastan sus cosechas; pero como los atenienses dominan el mar, se refugian tras sus murallas (que había construido Pericles con el Tesoro de la Liga de Delos), y los espartanos no pueden hacer otra cosa que asustar a los campesinos áticos, sin poder bloquear los suministros a Atenas.

Por su parte, los atenienses no se atreven a enfrentarse a campo abierto a los espartanos y lo que hacen es dar golpes de mano, desembarcando tropas contra los aliados de Esparta e, incluso, en ocasiones consiguen aislar a pequeñas tropas de espartiatas y lograr su rendición (lo que para los espartanos suponía una humillación tremenda).6

Unas pocas veces estuvo a punto de acabar la guerra cuando uno de los contendientes se vio apurado: los atenienses, cuando fueros devastados por la llamada “Peste de Pericles” en 429 B.C. pero los espartanos no atacaron por temor al contagio: los espartanos, tras la debacle de Esfacteria, donde 120 espartanos de pura raza y sus tropas auxiliares cayeron prisioneros y, luego, se rindieron, caso único en Esparta.

Por el momento ganaba Atenas a los puntos; Pero en los últimos años de esta época, dos excepcionales dirigentes, Cleón de Atenas y Brásides de Esparta, probaron con estrategias novedosas: Cleón patrocinó estrategias terrestres; Brásides llevó la guerra contra los aliados de Atenas en el norte, dando un golpe mortal al comercio ateniense. Ambos líderes se enfrentaron en Anfípolis (422 B.C.); aunque los espartanos triunfaron rotundamente, los dos carismáticos caudillos murieron en la batalla.

El caso es que la victoria en Anfípolis, no sólo había igualado la “victoria por puntos” anterior ateniense, sino que los dos pugilistas estaban hartos de la guerra. Muertos Brásides y Cleón, belicistas, los partidos de la paz de ambas ciudades (Nicias por Atenas, Plistoanacte por Esparta) llegaron a un acuerdo que se conoció por la Paz de Nicias (421 B.C.).

El acuerdo incluía el regreso al ante quo (o sea, los territorios conquistados por Esparta y Atenas fueron devueltos) el canje de prisioneros (incluidos los 120 que se rindieron en Esfacteria) y otras cuestiones, como el compromiso de garantizar la independencia del Santuario de Delfos.

Hasta el peor jugador de Risk vería que la tregua (que se suponía duraría 15 años) era frágil; muy frágil; los espartanos, en general, la respetaron; no así los atenienses, que favorecieron rebeliones de aliados de Esparta, como la de Argos y Mantinea, aplastada en 418 B.C., ni tampoco algunas ciudades de la Liga del Peloponeso, descontentas porque Esparta sólo había atendido a sus propios intereses en la Paz de Nicias.

En 415 B.C., un político que hoy llamaríamos populista, llamado Alcibíades, estaba en pleno auge. De noble familia, los Alcmeónidas (a la que pertenecía el propio Pericles), había sido un alumno –bastante indisciplinado, todo hay que decirlo- de Sócrates.7 Fue el enfant terrible y calavera de Atenas durante su juventud. En 415 B.C. ya de 35 años, se consideraba llamado a apoyar un gran futuro de Atenas como potencia hegemónica ("holos") en el mundo griego.

Nicias y Alcibíades, entre otros líderes, tenían cada uno sus seguidores y se disputaban el favor de la Asamblea. Alcibíades estaba descontento por haber sido descartado (por su juventud) en la negociación de la “Paz de Nicias”, cuyo resultado consideró una oportunidad perdida para imponer un tratado más duro a los espartanos.

Alcibíades –con sus partidarios- concibieron un ambicioso plan. Al Oeste, la parte Sur de la península italiana y la parte Este de la isla de Sicilia (la Magna Grecia) habían sido colonizadas por griegos que, en general, aunque no participaban en las querellas entre sus metrópolis, compartían lazos comerciales y de amistad con ellas. En 427 B.C. Atenas ya había enviado una expedición a Sicilia, que resultó en fiasco.8

Hacia 416 B.C. se produjo una situación que sirvió de pretexto para la expedición que cada vez más atenienses deseaban. La ciudad de Egesta (no griega, pero aliada de Atenas) estaba en guerra contra su rival Selinunte (aliada de Siracusa) y pidió la ayuda de Atenas. Los partidarios de Alcibíades y la expansión ateniense vieron allí la posibilidad de enviar una fuerte expedición que dominase Sicilia y, más adelante, quién sabe, conquistar o asegurarse la alianza con Cartago y aplastar el Peloponeso, asfixiado entre Este y Oeste.

Se siguió una polémica discusión en la Asamblea ateniense,9 donde se votó conceder plenos poderes a los strategoi (generales designados para la expedición) para reclutar una armada y tropa capaz de llevar a cabo una expedición de conquista; el belicista y ambicioso Alcibíades, el pacifista y timorato Nicias, y el valeroso, aunque imprudente, Lámaco.

Finalmente, la fuerza expedicionaria estaría compuesta por 134 trirremes (100 de ellos atenienses) y otros 130 navíos de apoyo y suministros; Unos 27000 hombres: 5800 infantes pesados (hoplitas), de los que 1500-2000 eran hoplitas atenienses); 700 ex-marineros atenienses, o "thetes", a los que la propia Atenas proporcionó material de hoplita;10 y 3000-3500 hoplitas de ciudades aliadas; 750 mercenarios de Argos y Mantinea; 1300 arqueros; 750 honderos de Rodas; y otras tropas de infantería ligera. De caballería sólo se enviaron 30 jinetes, con sus monturas y caballos de repuesto.

Una fuerza impresionante, que en manos de un comandante experto podía tomar Siracusa, pero que parece pequeña para asegurar el éxito de la conquista de toda la isla. Alcibíades contaba, sin duda, con el apoyo de las ciudades amigas de Atenas en la isla, olvidando que en el 424 B.C, incluso ellas pasaron de los atenienses. Otro punto débil, desde el principio, fue la escasez de caballería. En aquel momento no se conocía el estribo, y los hoplitas podían derribar fácilmente al jinete con su pica (de 2 a 2,5 metros), por lo que las cargas de caballería eran cero eficaces contra la falange; pero, aún así, era un instrumento de ayuda en la batalla, y sobre todo en el hostigamiento y las persecuciones, que los atenienses acabarían echando a faltar en su aventura siciliana.

Y aquí lo dejaremos, para continuar en la segunda parte relatando lo que ocurrió el día anterior a la partida de la expedición.

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