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Las ruinas árabes junto al Corte Inglés

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Una de las fotos con mayor carga de profundidad que pueden tomarse en Murcia, es la de los restos del arrabal árabe del siglo XIII que yace junto al Corte Inglés. Lo primero que me imagino al verlo es a un individuo terrestre-extraterrestre que, dentro de 10 siglos, contempla las ruinas del gran centro comercial rodeadas de las nuevas edificaciones que su gente ha construido, y reflexiona sobre lo arcaico de la cultura que acudía en masa allí para consumir compulsivamente.

Seguidamente pienso en que tengo delante dos templos, uno en ruinas y el otro plenamente vigente. Entre los restos del yacimiento está una mezquita desde donde se llamaba a la población, mayormente analfabeta, a ser sumisa y obediente al emir para ganar el cielo. Ignorancia y mitos para que unos pocos acaparasen poder y riqueza. El papel del templo que sigue en pie a la hora de alienar a la población actual salta a la vista. El cielo ya no está en lo invisible sino en la acumulación de abalorios.

Y luego, como siempre que visito monumentos o restos de hace siglos, siento lo tremendamente breve que es nuestro paso por este mundo, y a la vez una especie de conexión con las generaciones que vivieron en aquellos siglos, como una lejana certeza de trascendencia, de ser más y de ser durante más tiempo del que habitaré mi cuerpo. Suelo sentir lo mismo cuando miro las estrellas, y muy probablemente sea vana sugestión, pero es reconfortante.

Las ruinas también me recuerdan a la piel muerta de una cigarra. Si concebimos la Humanidad como un ser ideal, podríamos asimilarlo a un niño que transita desde la más absoluta ignorancia hasta el mayor grado de conocimiento que su mente puede alcanzar y acaba muriendo, bien con el planeta que lo acoge cuando éste se desintegre dentro de millones de años, bien anticipadamente por su estupidez. Actualmente el segundo escenario es el más probable.

Y finalmente las ruinas me recuerdan que deseo vivir antes de morir. Mirándolas imaginé que un médico me dijese que me queda exactamente un año de vida y, en esa tesitura, yo renunciase a todas mis obligaciones y dedicase cada día a viajar a los lugares que siempre he deseado ver (por ejemplo las cataratas del Iguazú o a la capilla del King´s College para escuchar a su coro en la misa de navidad). Y leyese todos los libros, escuchase todas las piezas de música, aprendiese todas las cosas y viviese todas las experiencias deseadas que me diese tiempo durante ese año ¿Podría decirse que, tras morir el último día del mismo, he vivido más que con mi actual existencia prolongada hasta los 100 años? Indudablemente sí.

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