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Hola a todos. Mi nick de siempre aquí es Sucinto. Llevo unos 5 años sufriendo depresión y ansiedad y lo estoy superando

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Llevo unos 5 años sufriendo depresión y ansiedad. Durante este tiempo ”el lobo” me ha visitado y se ha quedado muchas veces viviendo en mi cuerpo, implacable, y con sus afilados colmillos ha dado dentelladas que han desgajado mi alma hasta el límite de “desangrarme” moral y físicamente.

Quiero contar a la comunidad, a todos vosotros que formáis Mediatize, mi largo viaje en esta lucha por recuperar mi salud mental: cómo me las arreglo, los retos a los que me he enfrentado, lo que he hecho y lo se puede hacer para intentar algo más que sobrevivir.

Mi esposa falleció en noviembre de 2016. Fue muy duro perderla, un golpe directo al mentón que hizo que todos mis esquemas se rompieran. Éramos una pareja muy unida y su falta fue como si me hubieran arrancado el alma .Ya nada tenía sentido para mí, o eso creía.

En los meses siguientes sabía que algo no iba bien, pero no podía saber qué era exactamente. Me alejaba de mi familia y mis amigos, recurrí al alcohol -una sustancia que paradójicamente nunca me gustó- como mecanismo de supervivencia, experimentaba sentimientos abrumadores de vacío y aislamiento, y dependía, de alguna manera, de justificaciones falsas para enmascarar mi comportamiento. Sentía que tenía que fingir que estaba bien de cara a los demás. A menudo, cuando llegaba a casa, simplemente cerraba la puerta de mi habitación, me derrumbaba y dormía.

Cuando sufres tristeza y esa tristeza te produce ansiedad y pesadumbre, no tienes ningún punto de referencia de la normalidad, así que no sabes lo que está bien y no sabes a qué debes aspirar. Me estaba cansando de sentirme tan triste. Pero mi actividad profesional y mi hijo me mantenían en pie y me hacían seguir adelante. Tenía amigos y llevaba un estilo de vida bastante activo aún. Sin embargo, no hablaba con nadie de ello. Desde que me levantaba por la mañana estaba triste. Sentía que iba a vivir con una tristeza abrumadora el resto de mi vida. Pensaba para mis adentros: "¿Y si vivo otros 20, otros 30 años más? ¿Podré lograrlo?". En esos momentos, cuando me sentía inútil e impotente, nubes negras descendían y se quedaban a mi alrededor durante mucho tiempo, hasta el punto de que no podía tomar decisiones en ninguna dirección.

Poco a poco fui dejando muchas cosas abandonadas por el camino: dejé de ir a los aperitivos de mediodía que hacía con algunos amigos, dejé de leer libros a los que era muy aficionado, no contestaba a los mensajes del WhatsApp ni volví a entrar a Mediatize o a webs de las que era asiduo, los fines de semana ya no iba a comer con miembros de mi familia y amigos, cambié de hábitos sociales, etc y etc…

Finalmente, decidí hablar con mi médico de cabecera. Él me recomendó buscar un profesional de la salud mental y ponerme en sus manos. Me costó mucho tiempo encontrar uno con el que me sintiera cómodo, pero finalmente encontré el adecuado para mí, alguien que conocía los signos y síntomas de la enfermedad mental y que me trataba sin condescendencia, con respeto y cercanía. Entendió cómo me sentía y reconoció, como yo ya temía, que sufría depresión y ansiedad.

En ese momento tomé una decisión que creí ineludible: contárselo a mis allegados y descubrirles la razón por la que en los últimos tiempos mi comportamiento no era el de siempre. Me siento muy afortunado de tener una fantástica familia que me ha apoyado y me siguen apoyando en mi viaje hacia la completa salud mental. Una familia que se ha desvivido por hacerme sentir bien, por dejarme claro que estaban conmigo y que no me dejarían solo en el viaje que tenía que afrontar.

Una vez me propuse dejar de beber alcohol, que en nada ayudaba, y ponerme en manos del médico he tenido varios tratamientos con resultados dispares. Los inicios fueron duros, llenos de zozobra e inseguridad. Yo esperaba sentir cambios a mejor de inmediato, pero no era así. Las píldoras mágicas no siempre procuran un efecto palpable que anime a seguir adelante con el tratamiento más allá de un estado de somnolencia casi constante. En esos estados iniciales la impaciencia es un mal aliado que se empeña en que pierdas la fe y la constancia. Es más, hubo unos días en que los episodios de pánico incontrolable aparecían sin más motivo que el de estar despierto. Volvía a la cama y dormir era mi alivio: durmiendo era el mejor estado en que podía permanecer.

Hubo cambios en la medicación, fuera la Sertralina y el Bromazepam, bienvenido el Alprazolam, el Lormetazepam , la Cymbalta … Así, varios medicamentos durante algunos periodos de tiempo hasta que encontramos una combinación con la que podía tener unos ciclos más o menos normales de vigilia/sueño sin que apareciesen los episodios de pánico. Y se apaciguó el dolor neuropático que sentía en brazos, piernas y espalda. Porque la depresión se cebó también en el cuerpo, no solo en la mente. Episodios de mucho dolor en la espalda que luego se extendía hacia las extremidades complicaron en un principio, y mucho, la evolución que buscaba.

A todo esto, dejé aparcada la vida laboral. Pienso que soy infinitamente afortunado por tener un negocio familiar en lugar de ser un asalariado. Seguramente hubiera perdido ese trabajo durante todo este tiempo, complicando aún más las cosas. Mi hijo estuvo al frente del negocio estos años y doy fe de que para él la experiencia ha supuesto un crecimiento y un salto enorme en habilidades y desempeño, algo que dentro de lo malo supone una nota positiva en toda esta historia.

Cuando estuve más o menos estabilizado con un tratamiento definitivo opté, en consenso con mi médico y con la familia, por irme a la casa donde vive mi tía, una heroína que con la sonrisa siempre en la cara se ofreció desde el primer momento para cuidarme y darme afecto y apoyo en este destierro. Ella ha sido en los últimos tres ocuatro años la que a diario me ha impulsado a vivir de una forma ordenada y consciente el que sería el tramo más largo pero más reconfortante de mi recuperación. Mi tía Dorita vive en las afueras de un pequeño pueblecito de Soria, un punto de la España vacía donde el tiempo se detuvo hace más de medio siglo. Allí, lejos de todo, me encontré a mi mismo en el trabajo rural propio de una finca campestre, el cuidado de los animales, las labores agrícolas, la naturaleza y la vida sencilla y lenta. Me gustaba coger el hacha e ir a por leña, acarrearla y hacerla astillas pequeñas. Con cada hachazo liberaba tensión, regulaba mi fuerza y ejercitaba mi control sobre los brazos, que poco a poco, dejaron de dolerme.

A todo esto yo seguí periódicamente acudiendo a mis citas con el médico, constatando la evolución y proponiéndome nuevos objetivos que alcanzar en pos de mi ansiada normalidad.

Hablar y caminar es una parte importante de mi vida. Intento empezar la mayoría de los días con un paseo de 5 km. Los primeros pasos son siempre los más difíciles, pero siempre disfruto cuando salgo de la casa y siempre me siento mucho mejor después. Tengo más energía, la mente más clara, soy más productivo, duermo mejor y soy más feliz cuando he salido a caminar. Ahora, mi plan holístico incluye ejercicio diario, una dieta saludable, atención plena, medicación correcta y un tiempo diario de reflexión y propósito de cara a los días siguientes. Cada día me concentro en aquello que tengo que agradecer, algo que me ha ayudado mucho.

A finales de este verano he vuelto a mi casa de Valladolid, con mi hijo y cerca del grueso de la familia. He vuelto al trabajo, sin agobios, con muuucha tranquilidad, respaldando a mi hijo, en segunda fila, dejando las cosas fluir. Mi hijo se ha hecho todo un profesional y eso me permite ver las cosas desde la barrera, sin tomar decisiones directas, asesorando pero sin intervenir demasiado. Siento que así está mejor, puedo hacer otras cosas y puedo disfrutar viendo las evoluciones de mi hijo. El negocio está en buenas manos, y eso me hace feliz.

Ser más abierto con la familia y los amigos es lo más importante que hago en el día a día para estar bien. Dejo que la gente sepa cómo me siento y lo que pasa por mi cabeza. Ocultar cosas a tus allegados es un trabajo muy duro y agotador.

En este tiempo ha habido, hay todavía, una pandemia. Algo que a mí personalmente no me ha afectado de manera alguna. Yo he seguido haciendo lo que hacía cada día en el pueblo, ajeno a todo el ruido generado en torno al coronavirus. Supongo que en las ciudades las cosas habrán sido diferentes pero en el ámbito rural en que he vivido estos años esos problemas no se han dado. Oía por televisión las noticias y las discusiones sociales surgidas en torno al evento, pero me han parecido cosas muy lejanas y ajenas a mi realidad.

Aún tengo camino por recorrer, sin duda, pero los avances han sido, son, evidentes. Sigo acudiendo al profesional de la salud con regularidad porque sé que es importante intentar mantener la coherencia con mis citas, incluso cuando no me siento tan bien. Todavía tengo mis días malos, pero ahora son pocos y distantes. Además, un psicólogo trabaja conmigo para encontrar estrategias para gestionar mis problemas inmediatos y a largo plazo. Fue mi psicólogo quien me sugirió que retomara mi antigua afición por la música y la guitarra (hubo un tiempo en mi juventud en que me dediqué de forma semiprofesional a ello). También me aseguro de hacer cosas que me hagan feliz. Camino mucho y practico con la guitarra hasta el punto de que, ahora que voy recuperando nivel, me planteo el formar parte de algún grupo con amigos con los que ensayar y montar una pequeña banda. Lo considero una terapia de la felicidad. Me obligo a hacer las cosas que me gustan porque sé que me sentiré mejor al hacerlo.

Y un último paso que quería dar era volver a relacionarme en una comunidad como Mediatize, algo que estoy empezando a hacer ahora mismo. Dejé todo en su día y lo retomo tal como lo dejé, siendo recibido por personas familiares con las que compartí buenos momentos aquí, en este sitio, la comunidad del buen rollo y los debates sanos.

Solo pretendo dar mi testimonio a todos vosotros para que si, Dios no lo quiera, alguien a vuestro alrededor pasa por algo parecido a lo que yo he pasado sepáis que esa persona necesita comprensión y afecto. Estoy emocionado por esta parte de mi viaje y por compartir mi historia con otros. Espero que, al hacerlo, pueda ayudar a aumentar el conocimiento de la salud mental en las personas y reducir el estigma, proporcionar una comprensión hacia las opciones de búsqueda de ayuda y servicios, y abogar por la empatía hacia aquellos que en un momento de sus vidas experimentan trastornos de salud mental. Tened en cuenta que nadie, absolutamente nadie, se puede considerar libre de padecer una enfermedad mental .

Estaré encantado de hablar con vosotros, espero vuestras aportaciones.
Gracias amigos por leerme. A vuestra disposición.

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