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Sherlock Holmes y los Meneantes (VIII)

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En Comisaría, nos llevaron a la sala que servía para el descanso de los policías que no estaban de servicio. Allí habían habilitado amplias mesas donde extender grandes planos y diagramas que iban a servir de ilustración para nuestras actividades.

Holmes se encontró enseguida como pez en el agua; en la primera de las mesas, la de los calígrafos, repartió una serie de documentos extraídos de los archivos de la Sociedad de Meneantes; en la de los expertos en genealogía, otros papeles del mismo origen; en otra mesa, donde se encontraban unos ingenieros que habían traído planos de la red de alcantarillado de Madrid, impartió instrucciones sobre lo que deseaba saber; en la de los forenses, se analizaron los informes de los casos de cadáveres sin filiación encontrados recientemente; finalmente, en la última, un grupo de jóvenes inspectores estudiaban los asesinatos y desapariciones sin resolver de los últimos años y su relación con las conclusiones que se iban extrayendo.

Holmes iba, de grupo en grupo, recogiendo y facilitando información, llevando de aquí para allá un documento relevante, aportando un chispazo brillante de su genio deductivo.

No paramos para comer, sino que el Comisario hizo subir unas tapas con cervezas1 de un bar cercano. En honor de nuestros nuevos amigos españoles, debo decir que ninguno se quejó, porque estaban fascinados por el trabajo que tenían entre manos.

Finalmente, sobre las 5 P.M. Holmes llamó la atención de todos, mediante dos palmadas.

- Señores, gracias por su atención. Y, sobre todo, por su trabajo y dedicación durante estas horas, que servirán para encerrar a unos peligrosos delincuentes, quizás los peores criminales que hayan infestado su hermoso país. Pueden irse a casa satisfechos, a disfrutar del Año Nuevo, que les aseguro que serán recompensados por este trabajo extra.2

Sólo se quedaron en la sala el Comisario, con algunos de sus inspectores de confianza, y algunos de los expertos que habían participado en la reunión. Holmes nos dirigió la palabra:

- Caballeros, espero que guarden la máxima discreción sobre lo que les voy a contar. No deben decir ni una palabra ni a su esposa, ni a los hijos, amigos, jefes o gente de confianza. La “Sociedad de Meneantes” es una banda de delincuentes y asesinos, ni más ni menos. Reinaldo Gila la fundó hace unos doce años, con intención posiblemente benéfica, para acoger y dar comida y cama a los desfavorecidos; pero, unos años después, los mismos administradores que había ido incluyendo en la dirección3 le sustituyeron4 y Gila desapareció de los negocios.

- El nuevo dueño –en realidad, el único propietario es Ipunto; la firma del tal More es, simplemente, una rúbrica contrahecha, en la que los calígrafos reconocen al propio Ipunto- vio la oportunidad de hacer negocio donde Gila era benéfico. Los mendigos seguían entrando, pero la Sociedad se convirtió poco a poco en una red de espionaje; gente importante en la política, las finanzas, y la alta sociedad española contrataban a la Sociedad para conseguir información –mediante la escucha, el robo de carteras, el proxenetismo- con la que chantajear o desprestigiar a sus enemigos. Los mendigos tienen acceso a los rumores (no se desconfía de un alcohólico tumbado en la calle); a los criados de los señores (es fácil que les abran la puerta de servicio para dar limosna) y si roban unos papeles a un señor, conocen mil y un escondites y tienen cien cómplices para esconderlos.

- Esto lo he descubierto -siguió Sherlock- por los documentos encontrados en la Sociedad, que me han permitido identificar, en muchos clientes, a gente muy importante y testaferros suyos. Pero, con el tiempo, la cosa fue a peor.

- Por un lado, los grandes contratos para conseguir información sensible, debieron escasear, cuando la política del país se volvió más estable.5 Por otro, los mendigos, al no encontrar mercancía que vender a la Sociedad, se volvieron inconstantes y poco fiables en sus informaciones -inventaban, mentían- y vulnerables a sobornos de los mismos a quienes antes extorsionaban.

- Los actuales Administradores de la Sociedad buscaron una fuente alternativa de ingresos, y al mismo tiempo, una solución al riesgo que suponían los sujetos díscolos.

Holmes hizo aquí una pausa dramática y continuó:

- Con el visto bueno –con tal de no verse involucrado- de Ipunto, comenzaron a asesinar mendigos y hacer desaparecer sus restos por la red de alcantarillado. Sin duda, en el colector donde van a parar los vertidos del callejón tras la Sociedad, tienen cómplices que disponen de los cuerpos para prácticas de brujería, lo cual –para vergüenza del género humano- es un floreciente negocio. Hemos reconocido en las facturas nombres de representantes de personas importantes, y sospechosos de hechicería.6

Holmes levantó la mano y acalló los gritos de espanto de los asistentes.

- Señores, establezcamos un plan.

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