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Cosas para el siglo XX

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Los piercings

Cuando nos creíamos personas cosmopolitas, pansexuales y poliamorosas resulta que llegaron los piercings y el cuerpo amado se convirtió en un campo de minas. Siglos de represión religiosa y pajas mentales en torno al sexo y una de las ocurrencias más imaginativas de la gente liberada ha consistido en erizar de zarcillos sus partes erógenas. Pero si tan connoisseurs éramos de las artes amatorias cómo es que se nos ocurrió que era buena idea poner quincalla allí donde la pasión nos lleva a morder (con suavidad si, pero una piedra en las lentejas sigue siendo una piedra). Nunca antes, sin contar las escenas inquisitoriales más fantásticas, habíamos metido tanto hierro en los cuerpos. Así armados los amantes ya no son igual de mordisqueables, el amor se convierte en un continuo accidente, el sexo en una jodienda.

El pantalón vaquero

Desde que el pantalón sustituyó a las calzas tras la revolución francesa, hemos ido cuesta abajo. Y después de la guillotina aún nos quedaba un último Terror: un pantalón recio y pesado creado para resistir cabalgadas en las llanuras, acabó adoptándose por los fatigados ciudadanos modernos cuya vida consiste en pasarse el día posados dentro de oficinas comiendo bollitos. Por tanto, hay que lucir el vaquero avejentado, descolorido e incluso roto, pues llevarlo en su forma original sería como ir gritando que somos pipiolos sin pasado incapaces de trajinarnos a un rebaño de vacas. Adquiriéndolo gastado y desteñido cargamos con un peso adicional absurdo pero psicológicamente satisfactorio, porque compramos la apariencia de la experiencia de avezados jinetes de las pampas, sin arriesgarnos a ser pisoteados por cuadrúpedos.

La corbata

Tiene tanto derecho a pasar de siglo como la lechuguilla, el bombín o el polisón. No es excesivamente aparatosa y no ocasiona muchas molestias de no llevarla demasiado apretada en verano. Todo lo más que podemos hacer con ella es ahorcarnos cuando se queda atascada en la ranura del ascensor o en la puerta del lamborghini. Pero su fama no viene de su tétrica utilidad práctica, si no de formar parte del uniforme de vendedores de trampas financieras, políticas fraudulentas y cachivaches de plástico que se pudren en los armarios desde los años ochenta. Es la pieza distintiva del traje de trabajo de vendedores de enciclopedias, de los políticos truchos, de comerciales de artilugios de mala calidad, y de todos los depredadores que con sonrisa de tiburón nos acechan para desplumarnos y desplumar a las pulgas de la rata muerta de nuestro gato.

El zapato de tacón

Ahora que los calzados ergonómicos de espumas poliméricas nos hacen sentir como ágiles y suaves felinos que caminan sobre nubes, estos zapatos se mantienen contra la evolución del calzado gracias a que las masoquistas heteropatriarcales hicieron de ellos un objeto de deseo; convirtiendo sus andares en una fiesta visual para todos los sádicos que gustan de ver a las pobres diablas trotar dificultosamente haciendo equilibrios sobre maderitas. Como otros artilugios destinados a las mujeres, éste también parece diseñado por el gremio de los modistos misóginos para hacerlas perder el tiempo, complicar sus movimientos, hacer más ineficientes los desplazamientos y todavía más dolorosa su vida. Deberían verse solo en zoológicos humanos, o en museos de etnología, junto al corsé, el "loto dorado" y los aros para estirar el cuello.

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