#7La amplitud del desierto de la zona entre las cejas y el cogote del chef me hizo sospechar, aunque el picor de güebos del susodicho dirigió las pesquisas en una dirección insospechada
#8De modo que antes de que el individuo cuyo atentado gastronómico había tenido la mala fortuna de ingerir pudiese escapar, conminé a mi fiel ayudante, el Doctor Watson, a ponerse los guantes y examinar sus partes bajas.
-- Sí, Watson, lo entiendo, no llevas los guantes encima, pero eso no es culpa mía, vamos, procede a examinar al sujeto y no me seas tiquismiquis.
#11Gracias a la experiencia adquirida en Japón, acumulada durante mi ausencia tras la espantada que le hice a Moriarty tras fingir la caída en las cataratas de Reichenbach, le hice una rápida llave de jiu-jitsu al concinero y dispuse un trinchante sobre los bemoles del susodicho para que el Dr Guatson verificase sin lugar a dudas si el origen de la caída capilar sucedió en el arco del triunfo del ahora acojonado chef
-- Holmes, tengo la sensación de que nos estamos extralimitando con este hombre
-- Tiene usted una asombrosa cualidad para detectar las obviedades, querido Guatson. Aún así, zanjemos el asunto
Holmes miró ceñudo al cocinero, trinchante en mano, refocilándose en la cara de terror de éste.
#12 -- Y recuerde, Watson --dijo Sherlock al salir del local, girándose hacia su fiel compañero de aventuras--, cuando cuente este desafortunado incidente a sus nietos...
-- ¿Quién, yo? --le interrumpió Watson--, pero si yo no cuent...
-- ¡Calle y escuche! --le interrumpió de vuelta el ahora levemente airado detective.-- Recuerde no hacer mención del inusitadamente reducido tamaño del apéndice viril del cocinero. Hemos de conceder que el estrés hace mucho en cuanto al encogimiento del mismo, no hemos de suponer que sea así de natural. Los malos cocineros también tienen un punto honor.
-- Sí, señor Holmes.
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-- Sí, Watson, lo entiendo, no llevas los guantes encima, pero eso no es culpa mía, vamos, procede a examinar al sujeto y no me seas tiquismiquis.
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-- Holmes, tengo la sensación de que nos estamos extralimitando con este hombre
-- Tiene usted una asombrosa cualidad para detectar las obviedades, querido Guatson. Aún así, zanjemos el asunto
Holmes miró ceñudo al cocinero, trinchante en mano, refocilándose en la cara de terror de éste.
-- ¿Quién, yo? --le interrumpió Watson--, pero si yo no cuent...
-- ¡Calle y escuche! --le interrumpió de vuelta el ahora levemente airado detective.-- Recuerde no hacer mención del inusitadamente reducido tamaño del apéndice viril del cocinero. Hemos de conceder que el estrés hace mucho en cuanto al encogimiento del mismo, no hemos de suponer que sea así de natural. Los malos cocineros también tienen un punto honor.
-- Sí, señor Holmes.