Aquí se manifiesta una de las fallas más graves de la mal llamada democracia española: el poder de los partidos, específicamente, de las cúpulas dirigentes de los partidos. Hay siete diputados del partido ese, elegidos para representar a sus electores. Ninguno de ellos es el jefe del partido. Y, sin embargo, es él quien va a decidir en nombre de los votantes.
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