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Sherlock Holmes y los Meneantes (IX)

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Madrid. Hotel Inglés, 1 de Enero de 1889, 12:30 p.m.

Continúo las anotaciones de ayer, que tuve que interrumpir para la Cena y Fiesta del Año Nuevo.

Tras una noche de horror, tengo que poner por escrito mis recuerdos antes de que me quede dormido y olvide gran parte de ellos.

No detallaré aquí las instrucciones que dio Holmes a cada una de las personas que quedábamos en la sala de descanso de los policías. A los lectores les interesa más, lógicamente, el desarrollo de su plan, y siempre podremos confiar en la memoria de Sherlock para algún cabo suelto.

De repente, eché de menos a Thurston. ¿Qué había sido de él? Cuando pregunté a Holmes, se echó a reír.

- ¡Ah, el bueno de Thurston! Podría ser un buen sustituto suyo si me abandona, Watson. Listo – aunque no inteligente- valiente, bondadoso… Le encargué un par de trabajos, y los ha resuelto a la perfección.

Resultó que, tras la visita a Ipunto, éste nos había hecho seguir por dos secuaces. Aunque yo no me di cuenta, sus habilidades de disimulo no eran problema para Sherlock.

Uno de ellos, según quedó establecido en el juicio, era un arrogante personaje llamado Carlos Diestro Sala. Persona de buena familia, se había metido en el mundo de la prostitución -como proxeneta, claro-; y era un verdadero imbécil que se creía superior a los demás por el hecho de ganar dinero sin trabajar. Lo vi en el juicio; resultaba una presencia patética, físicamente parecido al gran actor -y pésimo bromista- Edgard Askew Sothem1.

El otro espía era Miguel Quiñón Tusón, apodado Miquitus. Era una persona pobre de mente -quizá demasiado- que se encargaba de misiones de seguimiento, sobre todo de madrugada, que precisasen de poco nivel cognitivo, .

Thurston fue muy hábil. Salió de la Comisaría como quien lleva un encargo importante, y arrastró consigo a los espías; aceleró el paso, y al doblar una esquina esperó. Cuando Carlos Diestro giró la manzana, Thurston fingió ser arrollado; se puso a gritar, acusando a Diestro de impudicia, inmoralidad, corrupción sexual… Cuando llegaron los inspectores (que habían sido aleccionados por Holmes y nuestros amigos madrileños de la Policía) el caso estaba preparado. Con los antecedentes de Diestro, poco pudo decir para convencer a la Policía de que era inocente.

Miquitus fue detenido unas manzanas más lejos, cuando trataba de huir a la “Sociedad”.2

Al llegar al Hotel, mientras Holmes se ocupaba de los últimos puntos de su plan, yo descansaba y, como queda dicho, continuaba mis notas.

La Cena era de etiqueta, y la Fiesta posterior de disfraces. Por lo tanto, tuvimos que subir a ponernos los trajes. Holmes se había encargado de elegirlos; para él escogió un disfraz de Víctor Frankenstein y, para mí, el de su Criatura.3 No negaré que me sentí humillado por el papelón de interpretar a un monstruo de 8 pies de altura con mi estatura mediana4. El humor de Holmes resultaba a veces molesto.

Tras un rato de fiesta, Holmes me hizo una seña y salimos como quien va a fumar un cigarro. Mi sorpresa fue grande cuando se nos unieron dos personas disfrazadas como nosotros; coincidían incluso las estaturas y complexiones5.

Hecho el intercambio, Holmes me arrastró a una puerta lateral. Antes de salir a la calle, abrió un armario, donde había escondido una bolsa. De ella sacó unas harapientas ropas de mendigos, que cambiamos por nuestros disfraces. En sus bolsillos llevábamos nuestras armas de fuego, unas porras de reglamento de la policía española, y otras cosas que podían ser útiles en nuestra aventura

- ¡The game is afoot, Watson!6 Ya me conoce... soy incapaz de negarme un pequeño toque teatral en mis investigaciones, si puedo permitirlo. Esta noche, vamos a participar en el golpe final desde dentro de la boca del lobo.

Como imaginaba, nos dirigimos hacia la "Sociedad" a buen paso. Cuando llegamos allí, por una vez, no estaba Dupla en la portería, sino que la ocupaba un curioso individuo de cabeza de cerilla, piernas y brazos minúsculos y un tronco de barrilete. No es de extrañar que -según nos enteramos luego- le apodasen "Torso". Hablaba un español con acento tan difícil que hasta a Holmes le resultaba poco comprensible (luego supe que era catalán) así que recurrió al idioma universal: mostrarle un duro de plata que, según me dijo luego, era lenguaje infalible con estos sujetos.

La avaricia de Torso hizo que no se plantease cómo un mendigo tenía esa moneda. Nos dejó pasar, y ni siquiera llamó a los vigilantes, preocupado como estaba en esconder su nueva riqueza.

Dentro, encontramos una escena inesperada: Limalimón discutía a gritos con un repulsivo sujeto inmensamente obeso, con un toque vicioso que hablaba a voces de sus perversiones. Para mí, fue "SexiFat"7 desde que lo vi.

- ¡Hay que acabar con todos! ¿Oyes? ¡MATARLOS A TODOS! -chillaba la monja amarillo-verdosa.

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