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Pasado que será y futuro que no fue

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Hay muchas cosas que me revientan de la gente a mi alrededor. Hay muchos a los que directamente no puedo seguir, me dejan exhausto. Otros parecen llevar un neon con el mensaje "este de abajo es más falso que un billete de 3 euros". Otros llevan impresa en la cara su miseria moral como un labio leporino. Hay quien me aturde con su prepotencia e indigencia intelectual, o quien me vende ideas de segunda mano que no puedo aceptar. Como diría un poeta amigo, solo podemos vivir felices dentro de nuestras cabezas.

Puedo soportar la charla intrascendente, incluso cuando el personal "se tira el pegotazo" como dirían en mi ciudad natal, hasta soy capaz de reirme con gente que pretende ser algo que no es si hay cierta autenticidad en ello, o directamente si están de guasa. Quizá es un largo entrenamiento con gente que al final resulta ser mucho más falsa de lo que la primera aproximación podría sugerir, o de una pretendida hospitalidad que resulta en "por ahí te pudras" a la que rascas un poco el barniz de la convención social. Mi tierra te da un master en hipocresía tras la cálida bienvenida, y en espúrias convenciones sociales que distan de ser evidentes o intuitivas.

La sensación de ser un bicho raro ha sido algo que me ha acompañado desde hace mucho. Ver a la gente de mi barrio y pensar "no tengo nada en común con éstos", es algo que recuerdo de siempre: dificilmente me ha interesado la superficialidad o la falta de inquietudes, y de eso había mucho por donde crecí. Las honrosas excepciones que fueron amontonandose a mi alrededor empezaban a volar lejos y, tras comprobar que en ese erial nada podía llevarme más allá de malvivir, me lo planteé, y al final emigré a pastos presuntamente más verdes. La tragedia de tener que lidiar con gentuza es la carga que soporto desde que abrí los ojos al verdadero significado de las relaciones empresariales en Hispañistán y alrededores.

Siempre he tenido una especie de sexto sentido para la detectar la falta de honestidad, pero desgraciadamente a veces falla como una escopeta de feria. Sí, como el gato curioso, no hay forma de resistirse ante una simple conversación interesante, o incluso a la forma de mirar. Otras veces es simplemente ver si hay patrones de comportamiento, o si se demuestra pasión por algo, o se preocupa genuinamente por (ponga vd aquí cualquier cosa). Esto me lleva automáticamente a confiar (o relajar las defensas) ante alguien que es básicamente un mal bicho, pero proporciona un mínimo de actividad a las neuronas. Eso me ha llevado a cometer errores de juicio colosales, y por qué no, a terribles decepciones. También a un inmenso sentimiento de culpa por haber hecho cosas que no debería, como convertirme en el equivalente al Kapo judio del campo de concentración. Y entonces la curiosidad mató al gato. He perdido ya unas cuantas de esas siete vidas a estas alturas.

Cuando miro atrás, las avenidas del tiempo pasado tienen claroscuros. Las vivencias grises que desecharía con gusto, las brillantes donde me refugiaría, los momentos en los que a posteriori supe que era feliz. A veces bastó con participar en un trio de clarinete, piano y guitarra en un bar olvidado; otras veces asistiendo a un recital de piano clásico con una cantaora de flamenco; incluso a una charla con jazzistas a las 3 de la mañana, o refugiado en un piso patera en Granada donde se congelaba hasta el champú. Nada como el despertar en la playa con la mujer que deseas. Emociones, vivencias que fueron sinceras, y por ello tienen un brillo y un color que no se diluye con el tiempo. Los puedes ver, los puedes oler.

Es necesario a veces pararse a pensar y ver como se detiene el tiempo. Entonces, cuando todo se ha parado a tu alrededor, es cuando ves a los ladrones que hacen que tus dias se esfumen con la promesa del más y más, y trabaja que todo llegará; mientras has de pagar las facturas, te replanteas si no estabas mejor ese dia al amanecer mientras un ángel despertaba, y deseas volver atrás. Pero ya has quemado tus naves, no se puede volver atrás sino a pensar en cómo vas a recuperar tu dignidad y el control sobre tus días. Hay dos opciones al respecto: dejarse llevar y acabar los días allá donde la corriente te arrastre, o ser consecuente y luchar por lo que uno cree.

El poeta callejero que pudo ser ingeniero, el músico del metro que pudo ser gerente de banca, el actor sin papel que iba para abogado de un prestigioso bufete: sois mis héroes, tenéis un sueño y no renunciasteis a él. La pobreza es relativa, la avaricia y el ansia de poder absolutas, absolutas en su promesa de llevarnos a la tumba como carcasas vacías con algo con tan poco valor intrínseco como el balance de la cuenta corriente.

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