Tuve la desgracia de trabajar para un tipo como éste. Dueño y señor de su pyme de medio centenar de trabajadores (llegó a tener más de 100 en sus mejores años), no admitía que nadie le llevase la contraria. Sus ideas eran de genio, porque todos le alababan. Si todos le alababan, no podía estar equivocado. Nadie se atrevía a decirle "tu idea es una mierda por esto, esto y esto". Quien le contrariaba, era despedido ipso facto. Y así, malcriado por su propia ineptitud y arrogancia, se creía omnisciente y omnipotente. Cuando alguien se le encaraba, la ira se apoderaba de él. Si te lo encontrabas por los pasillos y decías "hola", no te respondía porque eras un mindundi. Te miraba con los ojos muy abiertos como sorprendido de que hubieses osado dirigirte a él. Todavía se preguntará cómo perdió clientes que pagaban 400.000 euros al año (y de eso hace ya una década). Por cierto que era judío y la persona más ávara que he conocido.

Y este Roig es igual. Un tiparraco acostumbrado a que todos le den la razón y le bailen el agua. Por eso cuando alguien se le ha encarado, sólo ha sabido reaccionar de una manera violenta e insultando.