#4 Todo esto, aunque parezca que no, tiene un precio. Permíteme contar dos anécdotas de mí mismo antes de mi reflexión final.
Hace dos años o así en el aparcamiento de unos grandes almacenes una señora de mediana edad intentaba entrar en una furgoneta una televisión enorme. Como no podía me solicitó ayuda. Le dije que no, no fuera a ser una loca que si se rompía la tele me acusara falsamente de tocarle las tetas.
Hace unos dos meses caminando hacia mi casa una señora me pidió ayuda porque la máquina de pago de aparcamiento se le había comido la tarjeta de crédito o algo así. Le indiqué con mi mano que no se acercara y seguí mi camino, no fuera a ser una loca que luego chillara que yo la estaba tocando el culo.
Yo antes no era así. Ahora, si se me acerca un desconocido para pedirme ayuda soy el primero en dársela, faltaría más, lo primero la solidaridad. Pero si se me acerca una desconocida, tengo claro que me juego la vida y que es mejor huir. Yo antes no era sí, en esto me han convertido las leyes contra mí. Y lo lamento, Por mí, por ellas, lo lamento.
Hace dos años o así en el aparcamiento de unos grandes almacenes una señora de mediana edad intentaba entrar en una furgoneta una televisión enorme. Como no podía me solicitó ayuda. Le dije que no, no fuera a ser una loca que si se rompía la tele me acusara falsamente de tocarle las tetas.
Hace unos dos meses caminando hacia mi casa una señora me pidió ayuda porque la máquina de pago de aparcamiento se le había comido la tarjeta de crédito o algo así. Le indiqué con mi mano que no se acercara y seguí mi camino, no fuera a ser una loca que luego chillara que yo la estaba tocando el culo.
Yo antes no era así. Ahora, si se me acerca un desconocido para pedirme ayuda soy el primero en dársela, faltaría más, lo primero la solidaridad. Pero si se me acerca una desconocida, tengo claro que me juego la vida y que es mejor huir. Yo antes no era sí, en esto me han convertido las leyes contra mí. Y lo lamento, Por mí, por ellas, lo lamento.