“Confesaré, pero solo con mi Mont Blanc”
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La Agencia Central de Inteligencia de los EEUU desarrolló a inicios de la década de 1950 las que son, hasta donde sabemos en un mundo tan difícil de conocer como el del espionaje, las primeras estilográficas que disparaban dardos venenosos, con los deseables efectos (para los agentes) de que la víctima no sabía con exactitud qué le había ocurrido, y que los patólogos no detectaban el veneno en la autopsia