"¡Visita Italia: Alístate en el Ejército Griego!" (*) (I) ANTECEDENTES
Si se hiciera una votación entre los historiadores de la II Guerra mundial preguntando cuál fue la campaña más descerebrada de toda la guerra, muy probablemente saldría ganador -con diferencia- el ataque de Italia a Grecia en Octubre de 1940.
Una campaña contra el deseo de sus aliados, contra todo sentido estratégico, pésimamente dirigida, que consumió los muy escasos recursos italianos, y que fue causa -no única, pero sí contribuyente- de algunos de los posteriores descalabros para las tropas de Benito Mussolini.
Por si fuera poco, los motivos de la agresión fueron: el orgullo del Duce -que “tenía cuentas pendientes” con los griegos y que veía que, en la relación de fuerzas del Eje, había pasado de “mentor político de Hitler” a comparsa menor de la función- y la ambición de otros líderes fascistas. Veamos cómo empezó el desastre.
Desde la independencia griega (1830) y la fundación del Reino Italiano (1860) ambos países pugnaban -ante el declive del Imperio otomano- por la supremacía en el Egeo: Grecia, por cercanía, conciencia histórica y origen de la población de las islas (cuyos habitantes eran, en su mayoría, de origen y lengua griegos); Italia pretendía reverdecer glorias antiguas, y consideraba su área de influencia el Mediterráneo Central y Oriental y los Balcanes.
En 1912, durante la Guerra Italo-Turca, Italia ocupó provisionalmente el Dodecaneso, de población mayoritariamente griega.1 Esta anexión, teóricamente temporal, se convirtió en definitiva tras la Gran Guerra. En 1943 el Dodecaneso fue conquistado por los nazis, y tras 1947, adjudicado a Grecia..
Tras la Gran Guerra, las reivindicaciones de prácticamente todos los países balcánicos causaron un periodo muy inestable, durante el cual Turquía, apoyada por Italia, derrotó a los griegos, que quedaron debilitados y aislados diplomáticamente.
Otro punto de fricción, ya durante el Régimen Fascista, fue la definición de la frontera entre Albania (prácticamente un protectorado italiano) y Grecia, que condujo al bombardeo y ocupación de Corfú, en 1923.2 Aunque técnicamente se le dio la razón a Italia, Mussolini -que seguramente llevaba idea de perpetuar la ocupación- vio la obligación de retirarse como una humillación.3
Aunque en los años siguientes las relaciones entre ambos países mejoraron (Grecia buscaba romper su aislamiento diplomático; Italia, apoyo frente a Yugoslavia) hasta llegar a firmar un Tratado de Amistad en 1928, en la década de los 30 el fascismo italiano comenzó su expansión imperialista,4 que le llevaría a la ruina.
En 1936 subió al poder en Grecia el general Ioannis Metaxás, que instauró un régimen autoritario filofascista. Sin embargo, con el respaldo del anglófilo rey Jorge II, Metaxás buscó el apoyo inglés para mantener su independencia ante su poderoso vecino;5 inicialmente, los británicos no se comprometieron más allá de buenas palabras.
Las relaciones grecoitalianas se deterioraron rápidamente tras la anexión de Albania por Italia en Febrero de 1939; los británicos y franceses se alarmaron por el ya evidente propósito de Mussolini de convertir el Adriático en un mar interior y extender su área de influencia al Mediterráneo Oriental y los Balcanes, y dieron a Grecia una garantía unilateral. Aunque Grecia no se comprometía a nada, Mussolini se indignó, recordando el viejo “agravio” de Corfú, y se negó a renovar el Tratado de 1928.
Aunque el inicio de la II Guerra Mundial inculcó prudencia en Mussolini, las conquistas nazis en el primer año de guerra le parecieron al Duce tan decisivas que pronto le volvió el espíritu combativo. Tras la entrada en guerra, con la patética ofensiva alpina contra Francia, Mussolini buscó nuevas víctimas de su imperialismo (y, cuanto más débiles, mejor).6
Los Diarios de Ciano de 1939-40, pese a que sin duda los “limpió” antes de su juicio y muerte, están llenos de anotaciones despectivas sobre los griegos, su pueblo y sus políticos, y se habla de provocar incidentes en la frontera, como excusa para la invasión. Sólo Emmanuelle Grazzi, embajador italiano en Atenas -inteligente y honesto- trató de evitar la guerra, informando a Mussolini de que no observaba movimientos agresivos de Grecia... pero fue en vano.
El 15 de Agosto de 1940 un torpedo italiano hunde el obsoleto crucero griego Elli, que participaba en una celebración en la isla de Tinos. Pese a las pruebas de la culpabilidad italiana, el gobierno griego decide callar y declara que el ataque proviene “de un submarino desconocido”7
Para el pueblo griego, sin embargo, no hubo duda del culpable. Y, como “El Álamo, o "Pearl Harbor", el “Elli” sirvió como un grito de alianza y venganza en una guerra que costaría muy caro a los italianos y su Régimen Fascista.8