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La virtud esencial de un rey según Tywin Lannister, y los asesores de los ministros

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Tywin Lannister preguntó a su nieto cuál era la virtud esencial en un rey. Tras un diálogo en el que fueron descartando cualidades, el nieto acabó concluyendo que era la sabiduría. Tywin le dijo entonces que un rey no podía dominar todas las materias (agricultura, estrategia militar, diplomacia...) y que la sabiduría de todo buen rey estaba precisamente en asumir sus limitaciones y rodearse de buenos consejeros que fuesen expertos en cada una de esas cuestiones, y le diesen las propuestas y protocolos de actuación más técnicamente idóneos para lograr sus objetivos.

Las palabras de Tywin se han visto avaladas por la infinidad de regímenes caídos a lo largo de la Historia no por la fuerza de sus enemigos exteriores, sino por la corrupción e incompetencia de sus liderazgos. El ejemplo paradigmático son los últimos emperadores romanos rodeados de una corte de advenedizos cuyo gran mérito era adular desmedidamente al emperador y no contradecirle jamás, defendiendo con furia canina cualquier decisión que tomase por estúpida o cruel que fuese. Al final el emperador recibía lo que compraba: en lugar de sabiduría, había decidido comprar la inútil droga de la adulación, que le trasladaba a un universo paralelo donde él era un coloso y todo salía conforme a sus planes....mientras en el mundo real el imperio se desmoronaba fuera de su patética burbuja. Una droga que, como todas, corrompía más y más con el tiempo a quien la tomaba, llevándole a grabar con fuego en su mente la fatal mentira de su falsa divinidad, y apartándole definitivamente de la innegable verdad de que todos los hombres somos falibles y cometemos errores (y precisamente por ello sumar las inteligencias minimiza los riesgos de error), y los idiotas que se creen infalibles son especialmente inútiles y nefastos.

Los grandes hombres y mujeres anteponen el bien común a sus intereses personales, y se rodean de gente lo más inteligente, honesta y cultivada posible, aun a riesgo de que esa gente pueda acabar demostrando ser más idónea para el gobierno y desplazándoles. Porque les importa más la prosperidad y el desarrollo de su comunidad que el tiempo que acaben ocupando la poltrona. Los mediocres, estúpidos y egoístas, por el contrario, se rodean de lacayos que, por un lado, nunca sean más inteligentes que ellos mismos y así no constituyan una amenaza a su poder y, de otro, se comporten siempre como esclavos rastreros y jamás osen contradecirles. Así se aseguran la utopía de una vida entera chupando de la política y, cuando metan la cabeza bajo el ala cual avestruz para evadirse de sus errores, tendrán un coro de tiralevitas que les ayudarán a ello. Así se acaban creyendo superhombres pese a ser campeones en la mediocridad.

Esta realidad que pudre a todos los partidos de ámbito nacional y está a punto de hundir por completo a alguno de ellos, tiene una manifestación singularmente indignante en el tema de los asesores, pagados con dinero público y en infinidad de casos absolutamente ignorantes sobre la materia en la que debían asesorar al político de turno (hasta el punto de no tener siquiera estudios reglados sobre ella). Son primos, cuñados, amigos, gente que se ha tirado años limpiando los zapatos del ministro o cargo público para ganarse el puesto...y, dada su total ignorancia sobre la cuestión en la que deben asesorar, simples criados del cargo público con sueldo de potentado. Sería muy provechoso para el país establecer límites a la libre designación de asesores y cargos de confianza exigiendo estrictos requisitos de mérito y capacidad que avalasen su idoneidad para ofrecer juicios técnicos adecuados. Y, si algún ministro se empecinase en colocar a un inepto en el cargo de asesor alegando su especial confianza en él, permitirle que lo nombre, pero siempre y cuando pague de su bolsillo el sueldo.

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