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Ultracatólicos

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A los pobres kikos, opusinos y hazteorieños los medios los tienen fichados como ultracatólicos, cuando no son más que católicos, personas coherentes con las ideas generales que la Iglesia tiene respecto a cómo deben ser los individuos, la familia, las relaciones sexuales, etc. y que trabajan por hacer llegar esas ideas al resto de la sociedad. No vemos que los curas sean etiquetados como “ultracatólicos” por dedicarse a tiempo completo a lo mismo. En todo caso se nos dirá del clero que se encuentra en posiciones “conservadoras” o actitudes “aperturistas”, pero no tanto que hay cargos “liberales” o “ultracatólicos” en la jerarquía, aunque la doctrina que siguen los “ultracatólicos” no es otra que la de la Iglesia. Eso es porque tenemos claro que la Iglesia como institución es una cosa muy ultra, así que sería redundante llamarlos ultracatólicos.

Dejando aparte oscuras organizaciones como el Yunque, el discurso público de los ultracatólicos no parece muy violento; no van por ahí organizando revueltas, ni imponen su ideología a base de apalear marranos y herejes. Es cierto que les complace realizar pintorescas performances un tanto gores, pero la mayoría de las veces hacen “activismo de clic” como haría cualquier grupo de wokes. Cuando fletaron un autobús con el fin de decirles a los niños cómo debían ser según su pene o su vagina, se les llamó “ultras”; pero no es un discurso que los niños no se encuentren en sus casas y en las escuelas privadas y concertadas de toda España. Un autobús naranja, y los marcianos que bajaban de su interior eran elementos circunstanciales, ajenos a los niños, no las figuras de autoridad que en la escuela les lavan el cerebro en los mismos términos.

Ciertamente, escrachar a médicos y coaccionar a usuarias de clínicas donde se realizan abortos parece muy “ultra”, pero sin duda es la acción menos violenta y más inoperante que se puede adoptar ante el llamamiento de la Iglesia a acabar con el “genocidio de los abortos”. Si te encuentras delante de un genocidio, lo lógico es ponerse con urgencia a combatir a los que lo hacen posible, con todos los medios que tenga uno a su alcance, bien sean medios políticos, fusiles o santas granadas de mano de Antioquía. Protestar ante un edificio y repartir fetos de goma es una mala emulación del activismo flowerpower más fútil; le amargas la vida a algunas mujeres y de paso te llevas unos cuantos odios de todo el mundo, pero es poco “ultra” si estás pensando en los términos que usa la Iglesia y con los que te lavaron el coco en la escuela de curas.

La cosa es que contrastamos a estos activistas laicos con el católico de fiestas, bautizos y funerales: el “católico no practicante” que no sigue sus principios, ni se mueve por su ideología, que saca de procesión a la Virgen de la Viña pero luego te cuenta sobre sus líos en Tinder, sus vidas pasadas o suelta alguna babosada que escuchó al "Jesus jipi" en una película (por no hablar de los que dicen ser ateos y “culturalmente católicos”). La Iglesia no contempla el ateísmo, el poliamor o la reencarnación. El sindios de eclecticismo, sincretismo, relativismo moral e ignorancia de la doctrina es ahora “ser católico”. Ese “católico no practicante” se ha convertido en el católico normalizado, mientras que la actitud evangélica que trata de llevar a la sociedad la doctrina de la Iglesia la llamamos “ultracatolicismo”. No hace falta ese término, el catolicismo ya es ultra.

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