Por qué son mejores los líderes de izquierda
Por qué son mejores en sus cosas los profesionales políticos de la izquierda. Cómo es que son las corrientes izquierdosas las que han conseguido que suban a sus formaciones líderes astutos, capaces de expresar con soltura y coherencia discursos locuaces. Yolanda Díaz, Pablo Iglesias, Íñigo Errejón o Alberto Garzón son máquinas de dialéctica y oratoria que hacen formulaciones claras y precisas de sus praxis ideológicas, para horror y espanto de muchos. Incluso cuando estos líderes se expresan de manera ambigua el agitprop del facherío tiene que hacer esfuerzos considerables para tratar de convencernos de que los socialbolcheviques dijeron algo que, en realidad, nunca dijeron. Sin embargo, por el lado de los fachas, tenemos a balas perdidas con serias deficiencias comunicativas y grandes vacíos en conocimientos obstétricos, biológicos, epidemiológicos y climáticos como Juan García-Gallardo o Isabel Díaz Ayuso que cualquier día, mediante una alineación planetaria funesta o la llegada de un cometa, se nos pueden poner a la cabeza de sus formaciones políticas. Sospecho que esta supremacía técnica y moral de los líderes de la izquierda ocurre en gran parte porque a los partidos de la derecha les va bien.
Lo esperable en las formaciones en perpetua descomposición es que sus cúpulas sean asaltadas (o desintegradas) por los más feroces y espabilados de los activistas que pululan por sus bases. No es el caso de los partidos de la derecha, éstos bien montados sobre mecenas que aportan ingentes capitales a un pequeño grupo o consolidados gracias a sus votantes de a piñón fijo, acaban blindados por una jerarquía de “familias” de cayetanos adocenados que sufren las mismas limitaciones que tienen los integrantes de nuestra monarquía. Después de Aznar la derecha pocas veces ha conseguido articular un discurso inteligible. Sobrepasaron sus arengas pueriles de antaño hacia algo que ya no tiene fondo político, ni moral, ni gramatical. Hablan abstraídos, en forma de simulación, sin concretar sus ideas, añadiendo entelequias anacrónicas, con frases deslavazadas que hilvanan a trompicones, como un cegato que lee con esfuerzo la receta del médico. Desde Rajoy hasta Ayuso sus ocurrencias son carne de meme, gracias a ellas hacemos chascarrillos y risas; pero únicamente sirven para alimentar el apartado de |terrorcitas, no con los conceptos terroríficos que corresponden a sus ideales; solo con un contenido vacuo, risible y viral sí, pero vacío.
Desde que no tenemos a Suárez o a Aznar los únicos abanderados de la derecha que hacen el discurso ideológico son los líderes de los medios, como Ana Rosa Quintana. Cuando Ana Rosa entrevista a Ayuso, la protagonista es la presentadora, la presidenta es el histrión que corre tras la diva con la lengua fuera tratando de colocar la frase viral que le han escrito, pero que se vuelve viral por la forma ridícula en que la expresa. La pobre diabla está ahí como un medio para que Ana Rosa nos hable de las cosas importantes que tiene que decirnos la derecha. Y aunque intenta coordinarse con Ayuso creo que, no pocas veces, nuestra bregada presentadora está a un tris de quitarse un zapato y tirárselo a la cabeza. Las mentes más brillantes de la derecha crecen de forma orgánica alrededor de sus partidos, pero no los tocan. Sus luminarias despuntan en los grandes medios y abrumadoramente en los servicios de vídeo de Internet; pero aunque son miles, casi nadie acaba haciendo partidos o acaba dentro de los partidos, mucho menos en posiciones relevantes, y esto es porque gracias a sus mecenas y votantes los partidos conservadores son grandes pirámides herméticas, estables y resilientes que amontonan en sus cúspides a los más lelos.