Periodismo maniaco
Estos días seguí atentamente las noticias que llegaban desde el párquing de los muertos; al principio porque tenía conocidos por la zona, luego cuando fueron escampando los bulos, y ya quedó bien claro que todos los muertos habían sido introducidos a tiempo en camiones frigoríficos camuflados, por las risas. Casi me muero de la risa viendo cómo el sensacionalismo de los medios tradicionales era estirado hasta extremos tragicómicos por el agitprop derechil. Bertrand Ndongo, Iker Jiménez y Rubén Gisbert a la cabeza.
De Ndongo poco se puede decir ya que se encontraba haciendo sus operaciones habituales tranquilamente, si bien hasta cierto punto medidas y dosificadas, según le irían dirigiendo los becarios del partido, para que no metiera mucho la pata.
De Iker haciendo crecer bulos hasta el tamaño de monstruos japoneses radiactivos no se puede decir nada que no hayamos dicho en los últimos treinta años. Es su oficio. El destello de una gota de rocío en el objetivo emborronao de una cámara que, en una tranquila noche de otoño, fue fotografiado por un ufólogo mustio, el bueno de Iker lo convierte en una estación espacial extraterrestre y en la invasión inminente de una flota alienígena comunista. Con una lucecilla borrosa y su interminable verborrea asmr nos hace un programa de audiencia millonaria. Un maestro. Luego no pasa nada, todo babosadas. Pero... ¿es que no se puede equivocar? ¿acaso no es humano? ¿cuando le pinchan no sangra, como tú y como yo? ¿no se esta quedando calvo?
Gisbert es otra cosa, en primer lugar tiene un pelazo, en segundo lugar es un tío culto, intelectualmente muy por encima del cuadro moreno del partido y del magufo de medio pelo. Aquí tenemos a un hombre nietzscheano con UN PLAN, batallando sólo contra la Historia que chapotea furioso en el barro como elefante en cacharrería. Gisbert es un tipo notable, un teórico de la política, que no merecía estar haciendo de simple corresponsal para gente que no le llega ni a la suela de los zapatos. No estaba en su medio y nunca debió aceptar trabajar para un presentador y un programa con un recorrido tan notablemente turbio. Y yo creo que se le fue la olla, por el entorno desolador, por la presión que vivía y el objetivo político que se había marcado en esas circunstancias.
Casi todos los medios ayudaron a construir y propagar los bulos de este caso, pero no podemos imaginar al resto de contadores de historias tan desatados como Gisbert. En sus vídeos repite constantemente "setecientos tickets, coches, muertos, os lo confirmo yo (¡él lo confirmaba!)... esto no lo van a poder tapar" y así todo el rato. Gisbert repetía y repetía "esto no lo van a poder tapar" como un Gollum dando vueltas a su anillo. Luego se tiró al barro. En otro vídeo se puso a llorar ¡un señor le llamó payaso! (habría que ver lo que estaba haciendo fuera de cámara). Al final le dice a Ndongo, que ya por esos momentos le hacían recoger cable, que en el parking había montones de muertos porque si, porque "esto no lo pueden tapar". Me daba la risa, y ya lo siento, porque ahí estaba uno de los youtubers políticos más interesantes colapsando en directo.
Nos hemos acostumbrado al periodismo sensacionalista, al periodismo tramposo, incluso al periodismo chaflutero de los Vito Quiles y compañía. Pero Gisbert, presa de sus altisimas aspiraciones, desbordado por presiones insalvables, ha inaugurado el "periodismo maniaco". Y lo peor es que, aunque soy consciente del sufrimiento del autor, he de reconocer que, por las risas, me podría volver un consumidor recurrente de este nuevo tipo de perversión.