En el octavo círculo del infierno
Demasiados días grises. La lluvia, estos cielos encantadoramente plomizos, con regusto a pesadez y agua que debe caer pero no llega a mojar son una paráfrasis de lo que está por venir y nunca viene. La lluvia, sí, que debería limpiar el ambiente, pero que trae el barro como recuerdo de la ciénaga donde se evaporó, es un presagio.
Miro a mi alrededor, y sé que esta naturaleza muerta, este centro de mesa floreado de esperanzas rotas me lleva al pasado y a climas menos amables con el cuerpo, aunque infinitamente pródigos para el recogimiento y la meditación, que es al final lo que necesita el que huye de los pequeños convencionalismos y la cháchara intrascendente. Entre medias mentiras, veo pasar la vida, plagada de verdades a medida, revisionismo que te escupe el pretencioso artificio de una rosa de invernadero modificada genéticamente para que no marchite, con un hedor repugnante a ambientador barato. La fábrica del conocimiento para idiotas, donde cada vez hay que pensar menos, materializa con implacable eficiencia la potencia de su maquinaria, en cualquier boca de metro, pegado en las paredes, incrustado en los buzones lo puedes ver. Te rodea, te anima, te arrulla con el canto de sirena: ven a mi, ven a las rocas, encontrarás en el Leteo la paz que te negamos con este bombardeo incesante de falacias.
Nada es suficientemente mugriento, miro al cielo y la polución indica que por mucho barro que llueva, la mierda va a seguir bañando la ciudad. Tropezando con las miradas esquivas de los que miran sus smartphones, veo florecer la esperanza prefabricada mientras camino hacia la pequeña penitencia por un pecado original del que nada sé ni me pertenece, pero que hace que todo se mueva hacia la completa alienación.
Siento en el aire el olor a gasoil quemado de los autobuses atestados, siento en los oídos los pitos y las imprecaciones de los que van con demasiada prisa a ninguna parte, siento las miradas vacías clavarse en mi para seguir instantes despues su ruta vacía hacia algo que destaque más en esta gris parodia del octavo círculo del infierno. Pero, ah, aquí no se castiga la malicia, ni al promotor del fraude, ni hallaremos las 10 fosas donde castigar la iniquidad, sino que se aplaude y se motiva para seguir con la tarea. Y vemos que el infierno no es un lugar de castigo, sino de peregrinación, donde lo espurio se disfraza de deseo con luces de neon, donde las almas de los incautos se ven atraidas como polillas; las esperanzas se ven eternamente postpuestas, enterradas en un cementerio de sentimientos donde se pudren, donde florece el resentimiento como las amapolas en un campo de trigo.
"¿Qué nos traerá la fábrica de ideas?" Tranquilos un iPhone X para que con reconocimiento facial puedas ser un idiota con 1000€ menos en el bolsillo, pero capaz de desbloquearse mientras llevas tu cara pintada con una banderita. El viejo bardo rasga la lira mientras medita con risa sardónica acerca de la conveniencia de los pastos más verdes, en climas menos amables para el cuerpo, pero infinitamente más benévolos con el alma, donde el verde ofende a la vista por su exhuberancia y la lluvia limpia consigue borrar la mugre de la cara de la ciudad. Nadie debería teñir el amarillo de la genista con el rojo de la sangre, por mucho que un rey olvidado en su lecho de muerte plantase sus zarpas; me quedo con el verde y el azul del mar, donde en una puesta de sol puedes encontrar la paz mientras las olas rompen en el acantilado y serenan el espíritu en busca de tranquilidad.
Comienza a llover, y como se esperaba el barro cae junto con la lluvia, haciendo del octavo círculo un lugar un poco más mugriento, un poco menos amable, un poco menos sensible, donde la desesperación y la frustración brotan con el resentimiento. Mientras tanto, las hienas rien, los tahures juegan con cartas marcadas y los trileros siguen estafando con pequeños entretenimientos a los incautos. El mundo sigue girando, el sol no se deja ver entre la polución y el plúmbeo manto de la ciudad. Y todo sigue, un día mas, bajo la promesa de la feliz Arcadia, donde los perros se atarán con longanizas y los unicornios vomitarán arcoiris en los campos de Niphredil bajo los Mallorns venidos de Valinor.
Promesas, promesas, porque la alternativa es más de lo mismo; porque el espectáculo de fuegos artificiales se acaba, los neones están fallando; raudos los tahures sacan una mano con 5 ases mientras los trileros te muestran el señuelo en el que has picado. Es el momento en el que el sueño de la feliz Arcadia se convierte en una pesadilla de la que quieres despertar, y ya es demasiado tarde para ver que las 10 fosas donde se amontonan las almas de los condenados seguían estando ahí, pero no son para el impío, ni para el blasfemo, ni para el hereje. La esperanza, como dijo el Makinavaja, es esa puta vestida de verde, así que ante el Balrog, huid, insensatos que el noveno círculo está ahí para vosotros.