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Nacido en 1984: una reflexión sobre la generación perdida

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Muchos dicen que hemos sido sobreprotegidos, que se nos ha consentido todo, que no entendemos el valor de las cosas, que somos vagos, cobardes, pusilánimes, hedonistas y carentes de valores. Y una buena parte de quienes dicen eso, sostienen que las generaciones posteriores nos han hecho buenos, porque tienen nuestros defectos multiplicados por cien. Estoy de acuerdo con ambas afirmaciones, pero sólo parcialmente.

Recuerdo mis estudios de primaria y secundaria como un cachondeo superlativo. Más o menos un 30% de la clase no daba palo al agua, y se dedicaba a eructar sonoramente, imitar al profesor o hacer equilibrios con las sillas hasta caerse con gran jolgorio de toda la clase. Y pasaban de curso (al igual que el resto, pues para alcanzar el curso siguiente no se exigía prácticamente nada, por no decir nada). Recuerdo un episodio especialmente gracioso: la profesora de lengua empezó a enunciar los pronombres "me, te, se..." y un gamberro respondió "me-te-se-la-por-el-cu-lo". La clase prorrumpió en carcajadas y la profesora le respondió "te invito a que te salgas fuera". Luego nos explicó que, técnicamente, no podía echarle de clase, sino sólo invitarle a salir.

En cuanto a nuestros padres, había dos grandes tipologías: los que sobreprotegían a sus hijos hasta extremos superlativos, y los que les soltaban como a animales salvajes para que hiciesen lo que les diera la gana. Muy pocos padres dominaban la combinación mágica de "libertad-protección en su justa medida-amor-estímulo-exigencia" que es la clave de la educación. Respetar la libertad de tu hijo siempre que cumpla determinadas obligaciones básicas (estudio y respeto por sí mismo), apoyarle cuando debe enfrentarse a un reto dejándole claro que estarás ahí pero que él es el protagonista que debe superarlo, estimularle para que crezca intelectualmente y descubra qué le llena...requiere un enorme esfuerzo y una gran templanza, y muchos padres no supieron tenerlos.

Tanto la sobreprotección como el crecimiento en estado salvaje pueden llevarte a la pusilanimidad. La sobreprotección porque te bloquea cuando debes enfrentarte a alguien con un mínimo de coraje. El crecimiento salvaje, porque te bloquea cuando debes esforzarte haciendo algo que no te gusta y que requiere poner tus neuronas en marcha. Esto ha provocado que millones de integrantes de nuestra generación (incluido yo) hayan crecido pensando que jamás iban a tener que enfrentarse a esos retos, y finalmente sean carne de cañón en empleos basura o terminen desarrollando enfermedades mentales porque no pueden superar el estrés o las decepciones propias de sus trabajos o de sus relaciones personales. El "todo va a ser siempre como yo quiera" es una falacia que nos ha destrozado.

Odio las generalizaciones, y sé que una buena parte de nosotros no se encuentran en esa situación de debilidad debido a su infancia. Pero muchos otros sí. Muchas parejas se han roto porque cada uno veía en su novio/a a su padre/madre, y se indignaba si no le traía el desayuno a la cama. Mucha gente está trabajando por 4 euros la hora en cosas que odia porque "sacarse la ESO es de pringaos". Mucha otra está siendo explotada o se ve superada por sus responsabilidades debido a que no aprendió en su momento a plantar cara a los retos (o a las personas que querían abusar de él).

Y luego está esa sensación de vacío, de "todo me da igual y nada me llena"...que es fruto de la incapacidad para mirar el horizonte en perspectiva e identificar el punto exacto de él que deseamos alcanzar. Y atrevernos a reconocer que lo deseamos, y luchar por llegar allí. No bastaba con darnos libertad ni con protegernos de cualquier amenaza. Había que darnos armas y enseñarnos a mirar más allá de nuestro ombligo. Y en eso, la mayoría de los padres fallaron.

Yo soy un especimen singularmente extraño. Mi educación me permitió aprender a disfrutar de los placeres que se gozan en soledad, y soy decididamente solitario. Doy un valor tremendo a la libertad, y lo que más deseo es poder obrar según siento en cada momento, sin tener que fingir interés o atracción por cosas que me aburren, sin tener que hacer la pelota a nadie, sin tener que defender cosas en las que no creo. Pero, como la inmensa mayoría, sufro taras derivadas de mi educación que me alejan de ser el ideal de individuo en el que creo.

Sé que soy el principal responsable de ello, pero mi educación también ha influido. A modo de ejemplo, si yo fuese realmente valiente les habría dicho a mis padres, a los 18 años, que por mucho que lo deseasen no iba a estudiar Derecho, pues mi vocación era enseñar Lengua y Literatura en un instituto. Y hoy sería muchísimo más feliz. Mi educación me ha dado mucho, pero también me ha quitado una parte de futuro que espero recuperar con el tiempo. Nuestros padres, al querer darnos todo lo que no tuvieron multiplicado por mil, fallaron.

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