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Hitler y los errores de la batalla de Stalingrado (y V): Valoración personal

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Ya habéis comprendido que, según mi opinión, cuando se cerró el círculo en torno a Stalingrado el 6º Ejército estaba condenado.

Creo que el error decisivo es la infravaloración que se hizo, por parte de Hitler y su Estado Mayor, del Ejército Rojo. Creyeron enfrentarse a unas tropas que, por mal que se pusiesen las cosas para la Wehrmacht, eran pésimamente dirigidas y, mediante una brillante operación, podían ser siempre flanqueadas y derrotadas, gracias a la habilidad de los alemanes para conseguir superioridades locales de blindados y aviación. Incluso la derrota ante Moscú fue atribuida a las duras condiciones ambientales y (por Hitler, no por sus generales) a la excesiva prudencia de los mandos de la Wehrmacht.1

Por lo tanto, poco debo añadir, en esta serie, sobre los errores de Hitler. Es como el ajedrez: Una vez cometido el primer error decisivo, si el enemigo es un Gran Maestro, "date por jodido".

Así que en este último capítulo describiré algunos hechos que podrían haber cambiado la situación… sin aliviar (en mi opinión) la suerte del 6º Ejército.

Como ya he dicho, el 24 de Noviembre el General Walther von Seydlitz-Kurzbach trató de iniciar, por su cuenta, un movimiento de retirada del XI Cuerpo de Ejército, confiando en que eso obligaría a un repliegue general de las tropas que atacaban Stalingrado. Seydlitz, como todos los mandos alemanes, no tenía ni idea de la potencia de la ofensiva soviética. Y, de hecho, la primera unidad que inició el repliegue, la 94ª División, fue aplastada sin dar tiempo a su contacto con otras unidades.

Paulus no intentó posteriormente ningún ataque para romper el cerco. De hecho, von Seydlitz-Kurzbach tampoco lo hizo, pese a haber sido nombrado por Hitler Comandante de uno de los dos sectores en que dividió el "Kessel" de Stalingrado.

¿Podría haber encabezado algún general prestigioso del 6º Ejército haber encabezado una acción contra Paulus e iniciar una rebelión que condujese a romper el cerco?

No. En general, los alemanes mantuvieron la disciplina hasta un punto que parece sorprendente para nosotros, que no hemos vivido una experiencia como la sujeción a un régimen como el de Hitler (agravada por el proceso de despersonalización que se sufre en los ejércitos de cualquier parte del mundo). Los mandos y oficiales superiores, aunque tenían muchas dudas sobre el resultado de la operación, obedecieron por sentirse obligados con el Juramento de Fidelidad a Hitler y al Honor de las Fuerzas Armadas alemanas. Los soldados y suboficiales inferiores pasaron de la confianza ciega en el Führer a la desesperanza de ser salvados casi sin transición, pero (como se muestra en sus diarios, escritos en muchos casos creyendo que nadie los leería) en lugar de rebelarse eligieron considerar que su muerte era por una mejor Alemania.2

Los primeros días del asedio fueron dedicados, por parte de los soviéticos, a reforzar el cerco, y a evitar la operación de rescate que preveían.3 Los alemanes del “Kessel” se emplearon en prepararse para resistir los ataques del Ejército Rojo y pedir, desesperadamente, suministros… siempre confiando en la misión que, algún día, les enviaría el Führer para salvarles.

En la segunda semana de Enero, fracasada ya la “Operación Tormenta de Invierno” (12-24 de Diciembre),4 los soviéticos se prepararon para acabar con el “Kessel”. Antes, enviaron (en dos ocasiones, el día 8 y el 9) unos parlamentarios con bandera blanca para ofrecer condiciones de rendición, que los alemanes rechazaron.5

El 10 de Enero comenzó la ofensiva (“Operación Koltso”, o “Anillo”) y, para su sorpresa, los soviéticos encontraron una resistencia considerablemente mayor de la que esperaban, teniendo en cuenta la situación de extrema debilidad de los alemanes (las primeras muertes por hambre databan de Diciembre, aunque se ocultaron en los certificados de defunción). La respuesta, aparte de la desesperación de los soldados sitiados, está en que el Servicio de Información Soviético había cometido un error de cálculo. Pensaban haber sitiado a unos 90000 soldados y, por los prisioneros capturados, supieron que eran cerca de 300000. Aunque todos no eran combatientes, seguían siendo superiores en número a los atacantes (poco más de 200000). I. V. Vinogradov, oficial jefe de inteligencia del Frente del Don, hubo de soportar los sarcasmos de sus rivales del NKVD (y, por suerte para él, la cosa quedó sólo en eso).

Sin embargo, a costa de bastantes bajas (26000 entre muertos y heridos en los primeros días), los rusos fueron avanzando, gracias a su superioridad en aviación y la extenuación de sus enemigos [Imagen]. A partir del día 12, con nuevos refuerzos, el avance soviético se aceleró; el 16 capturaron el aeródromo de Pitomnik, principal objetivo de la primera parte de la ofensiva.

La segunda parte de la ofensiva empezó el día 20 de Enero, tras tres días de parón para reagruparse, y tenía como objetivo Gumrak, el segundo aeropuerto que se intentó usar para el aprovisionamiento aéreo. Tras su caída, el 22 de Enero, las tropas alemanas se retiraron hacia Stalingrado, donde ofrecieron una última resistencia hasta su capitulación el día 31 de Enero (bolsa Sur, con el propio Paulus) y 2 de Febrero (bolsa Norte, dirigida por el general Karl Strecher).6

Durante las últimas semanas del cerco, las demandas de Paulus siguieron siendo insistentes y desesperadas. Además de sus apremiantes mensajes, varios emisarios suyos fueron despachados al Cuartel General de Hitler para hacerle conocer la situación. Concretamente, el general Hans-Valentin Hube, el 28 de Diciembre, y el capitán Winrich Behr el 12 de Enero.

Hube, que había acudido a Rastenburg para ser condecorado con la Cruz de Hierro con Hojas de Roble y Espadas, apenas fue escuchado por Hitler, que desestimó sus demandas sometiéndole a lo que sus subalternos llamaban “cura de rayos de sol de optimismo”.7

Al volver a Stalingrado, Paulus se dio cuenta de que la misión de Hube no había servido para nada y decidió mandar a Behr, un joven capitán de 24 años, pero ya Caballero de la Cruz de Hierro. Behr fue advertido que no dejase que Hitler monopolizase toda la conversación y luego le despidiese. Pacientemente, aguantó todas las explicaciones del Führer sobre una futura “Operación Dietrich” que aplastaría al Ejército Rojo; y, después, tomó la palabra y describió la situación del “Kessel” como él la conocía.8 Sorprendentemente, Hitler no le interrumpió, ni se enfadó, pero cuando acabó la exposición del capitán, volvió a su tema de la gran contraofensiva que pensaba dirigir contra Stalingrado para transformar la derrota en victoria. Incluso creó un “Estado Mayor Especial” al que asignó a Behr, bajo las órdenes del Mariscal Erhard Milch, con la misión de mejorar el Puente Aéreo a Stalingrado.

Para mí estos hechos, el intento de Hitler de hacer a un lado todas las explicaciones sobre el estado del 6º Ejército, y de hablar de fantasiosas e imposibles operaciones con cientos de blindados (aunque hubiese sacado refuerzos de otros frentes, mucho antes de ser desplegados las tropas de Paulus ya hubiesen muerto de hambre), no son -como se ha defendido muchas veces- una señal de la incapacidad de Hitler para valorar correctamente la situación (que sí tendría ya en los últimos meses de la guerra) sino un intenso de presentarse ante su pueblo como un líder preocupado hasta el final por sus tropas, intentando salvarlas del desastre.

Ya para terminar, vuelvo a recordar otro detalle que, pare mí, apunta en la misma dirección: pese a los garrafales errores de Göering, Hitler no le castigó, ni siquiera le relevó de su puesto. Puede creerse que ello se debió a la historia de amistad entre los dos pero Hitler, aunque no solía castigar con la muerte la incompetencia de sus subordinados (sí la traición o lo que él consideraba desobediencia), podía haber optado por el relevo de Göering, que por entonces era manifiestamente incapaz de cumplir su cometido. No hacerlo puede deberse a su amistad, sí, pero también a que necesitaba un "chivo expiatorio" ante la historia.

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