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Franco ¿Justo entre las Naciones? (II): Buscando coartadas…

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La debacle de 1940 arrojó a la frontera española a muchos refugiados franceses; los izquierdistas, por supuesto, buscaron cualquier otra solución antes que cruzar a España, pero unos 25000 - 35000 judíos,1 apolíticos o que no se habían significado, intentaron llegar a España -generalmente para atravesarla hasta Portugal- y de ahí escapar a Reino Unido, EEUU…

El Régimen de Franco, oficialmente antisemita, no se portó especialmente mal, al menos al principio. Concedió visados individuales - aunque se opuso a los colectivos - siempre y cuando los judíos no se quedaran en España. Los que cruzaban ilegalmente eran devueltos a Francia (sobre todo si los pillaban a corta distancia de la frontera) o internados, generalmente en el campo de concentración de Miranda de Ebro. Muchos de ellos fueron rescatados (previo pago de sobornos y tras arduas negociaciones) por el Joint Distribution Committe, organización norteamericana que se instaló en Barcelona, bajo la tapadera de la Cruz Roja portuguesa, para facilitar la huida de judíos.

Esa es el primer hecho que los defensores de Franco presentan como prueba de la benevolencia del franquismo con los judíos. Pero España, como país oficialmente neutral (aunque cambió a “no beligerante2 el 12 de Junio de 1940, cuando –como Mussolini- creyó que Hitler había ganado ya la guerra) estaba obligado a no colaborar con ninguno de los bandos entregándoles refugiados (excepto en el caso de criminales notorios, cosa que debía justificar el país que reclamaba a los huidos). Tal cosa hicieron –con más o menos problemas- otros países neutrales, como Suiza o Suecia. La España franquista sí entregó a judíos refugiados, aunque no sistemáticamente.

Además, Franco cuidó especialmente de que los judíos no se quedaran en España; es decir, los pasaportó (nunca mejor dicho) hacia otros países, normalmente Portugal; de allí generalmente emigraron a América u otros lugares.

Un caso especial eran los 4000, más o menos, judíos europeos que tenían pasaporte español, casi todos sefardíes.3 Más de la mitad (quizás 2500) residían en Francia, y se vieron afectados, evidentemente, por la debacle francesa. De estos 2500, unos 500 tenían plena nacionalidad española; el resto tenían pasaporte, pero sólo eran “judíos protegidos”.

Otra muestra de que el franquismo no jugó limpio con los judíos es la orden del Régimen a sus embajadores y cónsules de no oponerse a la implantación de las Leyes Antisemitas en la Zona Ocupada y en el Régimen de Vichy. Bien es cierto que los diplomáticos españoles solían intervenir cuando los judíos con pasaporte español (“protegidos”) eran detenidos, y a veces (no siempre) lograban su excarcelación. Algunos huyeron a España, pero Franco no les concedió permiso de residencia y, en algunos casos, los entregó a las autoridades nazis o de Vichy.

En junio de 1941 Alemania ataca por sorpresa a la URSS. El franquismo se compromete (ya lo estaba) emocionalmente con el Eje: se cambia la posición española a “beligerante contra el comunismo”, y se envía a la famosa “División Azul”.

Sin duda, “la Cruzada contra Rusia” despertó mucho fervor, sobre todo entre el sector más fanático del falangismo, pero supuso un jarro de agua fría para el Ejército y los sectores más realistas del Régimen. De repente, las posibilidades de victoria final del Eje quedaban en entredicho, a no ser que el régimen soviético se hundiera en pocas semanas, como había predicho Hitler.

Y la URSS resistió. Y EEUU entró en la guerra. Hacia principios de 1942, muchos expertos -aunque sus opiniones no se hacían públicas- opinaban que, o se llegaba a una paz de compromiso en 1942, o la derrota de Alemania estaba cantada en 1943 o, como mucho, 1944.

Además, las jerarquías del Régimen franquista sin duda fueron informadas del genocidio que la Wehrmacht y las SS llevaban a cabo en el Frente del Este. Los mandos de la División Azul podrían ser fanáticos anticomunistas, pero no estaban acostumbrados al salvajismo con que se trataba a los rusos, que llegaba a un punto inconcebible en comunistas y judíos. Es imposible que Muñoz Grandes y sus generales no mostraran su disgusto a las autoridades españolas por lo presenciado. Además, otras fuentes (embajadas en Alemania, expertos civiles que visitaron zonas permitidas de Polonia, etc) informaron que el trato a los judíos era atroz, sin precedentes.

Pero la “Solución Final” estaba en marcha (Wannsee, Enero de 1942), y cuanto más difícil se le ponían las cosas a Alemania más empeoraba la persecución de los judíos. En Enero de 1943 Alemania da un ultimátum a los países neutrales y no beligerantes: o repatrian a sus judíos o serán enviados al Este (y para entonces el Gobierno español no podía hacerse muchas ilusiones de los que significaba “El Este”). La mayoría de países (incluido Portugal) repatriaron a “sus” judíos; pero España se opuso, alegando que vulneraría el Decreto de Expulsión de 1492, aún vigente, y pidió prórrogas para decidir qué hacer.4

Éste es otro argumento que los defensores del papel salvador de Franco para con los judíos esgrimen, puesto que la dilación en los plazos evitó la evacuación de algunos judíos hacia los Campos de Exterminio y porque muchos de estos judíos acabaron siendo salvados por los diplomáticos españoles.

Pero, nuevamente, esto es rotundamente falso: el Gobierno español comunicó al alemán, en respuesta a su ultimátum, que sólo acogería a refugiados en pequeños grupos, que además no podrían permanecer en España; y un grupo no podría entrar en España hasta que el anterior no hubiese abandonado el país. Además, dio la orden a sus representantes diplomáticos de no conceder visados más que a los judíos con plena nacionalidad española, dejando a los “judíos protegidos” a merced de los nazis.5

Afortunadamente, muchos diplomáticos españoles no hicieron caso y salvaron a todos los judíos que pudieron, “españoles” o “protegidos”, sefardíes o no. Hubo casos, como Sebastián Romero (Atenas) o Miguel Ángel de Muguiru (Budapest) en que fueron censurados o cesados por el Gobierno de Franco.

El caso más conocido es el de Ángel Sanz Briz, “El Ángel de Budapest”, paisano mío (vivo a 100 metros de la plaza que lleva su nombre).

Sanz Briz era Encargado de Negocios en la Embajada de España en Budapest desde 1942. El embajador, Miguel Ángel de Muguiru, fue cesado por el Ministerio de Asuntos Exteriores (por ser un incordio para los nazis) en Junio de 1944. Antes de irse, aleccionó a Sanz Briz -que quedaba como encargado interino de la Embajada- sobre el trato que los nazis daban a los judíos.

Sanz Briz quedó horrorizado, pero no tardó mucho en comprobar que la cosa se iba a poner peor. Envió (tan pronto como el 25 de Junio y luego otra en Julio) cartas oficiales - por valija diplomática - al Ministerio de Asuntos Exteriores, informando de las Leyes Antisemitas en vigor en Hungría y, posteriormente, el 15 de Septiembre, denunciando la expulsión de sus hogares de medio millón de judíos (incluyendo niños) y del rumor que corría por Budapest sobre el final que les esperaba en campos de exterminio. Es seguro que, además, hizo otras gestiones por vía no oficial, a través de gente que salía de Budapest hacia Madrid. El Ministerio de AAEE, encabezado por Francisco Gómez Jordana hasta el 3 de Agosto, y desde entonces por José Félix de Lecquerica, no respondió.6

Sanz Briz no se quedó sentado esperando la respuesta del Ministro. Ya desde Junio-Julio, viendo el horror que esperaba a los judíos, decidió desempolvar aquel viejo decreto de Primo de Rivera, y solicitar al gobierno húngaro "visados de protección" para los judíos sefardíes. Sanz Briz y sus colaboradores (cómo no citar a Giorgio Perlasca, italiano que siguió la labor de Sanz Briz cuando éste tuvo que abandonar Budapest) confiaban en que los húngaros no descubrieran que el decreto no estaba en vigor desde 1930; y, por lo que sea, el Gobierno húngaro no investigó demasiado... y concedió 200 visados (hay fuentes que hablan de 300) para "sefardíes con probada relación con España".

Estos 200 visados, gracias a un par de ingeniosos ardides,7 fueron la herramienta que sirvió para salvar la vida de varios miles de judíos, sefardíes o askenazis, indistintamente. Se habla de más de 5000.

El día 24 de Octubre, con el Ejército Rojo a las puertas de Budapest (el asalto a la ciudad comenzó el día 29, y las primeras tropas soviéticas llegaron a las arrabales el 4 de Noviembre) se recibe un telegrama del Ministro (Lequerica por entonces) instruyendo a Sanz Briz a adoptar medidas para proteger al mayor número de judíos perseguidos posible.8 Este telegrama, que sale siempre cuando se habla del “humanitarismo” del Régimen (la más reciente en el libro de Arcadi EspadaEn nombre de Franco” [Imagen]), no tiene nada de filantrópico.

En primer lugar, como se ha dicho, cualquiera daba ya la derrota de los nazis como segura, y el telegrama es más cálculo del que quiere congraciarse con el vencedor (significativa la alusión al embajador de Washington) que compasión por los perseguidos. En segundo lugar, dada la situación húngara, no había mucho peligro de que el régimen filonazi de la Cruz Flechada inundara España de refugiados judíos.9 Para colmo, el Congreso Judío Mundial había comunicado a España que los gastos de repatriación, traslado a España y de ahí al país que los acogiese (porque el "filantrópico" franquismo seguía negándose a que los judíos se quedasen aquí), serían sufragados por ellos, a través de la Cruz Roja. Humanitarismo a coste cero, lo que más le gustaba al franquismo.

Sanz Briz salió de Budapest en dirección a Suiza el 30 de Noviembre. Falleció en 1980, tras continuar su carrera diplomática. Perlasca huyó de Budapest el 15 de Enero, tras la entrada de las tropas soviéticas. Logró llegar a Italia, donde falleció – en Padua- en 1992. Ambos son reconocidos como Justos entre las Naciones.

En el siguiente, y último, capítulo, trataremos de cómo el franquismo se construyó un Mito: el de “Caudillo, Salvador de los judíos

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