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#Carmenmola y #molamazo. Opinión personal

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Supongo que todos saben de qué va esto: en 2018 la Editorial Alfaguara publica “La Novia Gitana”, una novela negra que presenta un personaje, la inspectora Elena Blanco, que realiza la investigación sobre el crimen de una joven gitana asesinada en vísperas de su boda. La autora, dice la editorial, es una profesora universitaria que se oculta tras el pseudónimo de “Carmen Mola”.

El libro fue un gran éxito de ventas y los críticos saludaron a la autora como “la Elena Ferrante” española. En los años siguientes publicó otros dos libros, “La Red púrpura” y “La nena”, siempre con la misma protagonista, y cada vez con más éxito. Se ha programado una serie de televisión para Atresmedia y la cuarta novela de la serie para 2022.

Y ¿qué pasó? Que a Carmen Mola se le ocurrió participar en el Premio Planeta (bajo otro pseudónimo, como es preceptivo) con otra novela, “La Bestia”; y no solo eso, sino que se le ocurrió ganarlo.

Y el escándalo e indignación (para unos) y regocijo y cachondeo (para otros) saltaron cuando se descubrió que Carmen Malo eran… tres hombres. Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, los tres con experiencia como escritores de novelas y guiones de televisión y cine.

No vamos a comentar aquí los motivos de los tres autores, sino la respuesta que han encontrado en medios y redes sociales feministas y “aliades”.

Que no ha sido buena, por supuesto. Que tres machirulos opresores, o tres seres cargados de testosterona, se hayan beneficiado del rédito social del que goza actualmente cualquier obra creada por una mujer, les ha sentado mal. Y tienen muy mal perder.

Desde el insulto y ofensa en los que cae Cristina Fallarás (“cretinos” e “idiotas” a los autores; y “bobitos” y “tontitos” a sus lectores masculinos)1 a la escenificación teatrera de una Librería especializada en autoras femeninas (“Mujeres & Compañía”) que publicó en su cuenta de Twitter un video donde se empaquetaban los libros de Carmen Mola para devolverlos a la editorial,2 pasando por Charos, ofendiditos y “aliades”, y las cansinas cifras de medios como Público y Eldiario, que coincidían en artículos que señalaban que “el 62 % de libros en 2018 fueron escritos por hombres” (o 62 % escritos bajo pseudónimo masculino, habría que decirles ¡Toma Zasca!). Como si saber que un 70% de alumnos aceptados en una Universidad son mujeres (u hombres) tiene algún tipo de relevancia sin saber cuántas personas enviaron su solicitud, o los méritos que presentaron.3

Pero, dejando al lado el rebote pillado por el “lobby feminista radical y sus alegres aliades” (que lo que ha hecho es generar un “efecto Streissand” donde todo el mundo se ríe de elles) ¿de qué se acusa a Carmen Mola? Ponerse un pseudónimo no es una ilegalidad ni es “usurpación” puesto que no se ha asumido la personalidad de nadie existente; y dado que no se ha engañado sobre el contenido, ¿cómo hablar de una “estafa”, como hace “El País”, aunque lo entrecomille?4

Los “ofendiditos” que quieren pasar por más moderados hablan de “oportunismo”. Pero ¿es condenable el oportunismo?

El oportunismo ha ocurrido en las artes (cine, literatura, música) desde que existe la Historia. Vayan dos ejemplos.

Cervantes en su capítulo VI del “Quijote” hace un “donoso escrutinio” de las obras que habían seguido al éxito de “Amadís de Gaula”, condenando -por malas- a la mayoría. Más adelante, se burla de la moda de las novelas pastoriles, presentando a nobles y ricos que se hacen pastores para seguir a sus enamoradas, también convertidas en pastoras. Y lo mismo pasará con el “Lazarillo de Tormes”, sus continuaciones, y las miríadas de novelas picarescas que siguieron su estela.

También, a finales del siglo XIX y principios del XX, la fama de Sherlock Holmes provocó la aparición de decenas de “Sherlock Holmes” americanos, españoles, italianos…

¿Qué ha quedado de ellos? Pues como en el caso de la Caballería Andante, la Novela Picaresca, de las Novelas de Imitadores de Sherlock Holmes, y tantas otras "modas"... la inmensa mayoría están absolutamente olvidadas, y sólo han sobrevivido algunas de mayor calidad.

En los últimos diez o veinte años, hemos visto el discurso de los “privilegios” que habrían tenido los hombres, blancos, heterosexuales y europeos, por el hecho de serlo, y la necesidad de “compensar” mediante una discriminación positiva.

Como esta idea ha calado en la opinión pública, que al fin y al cabo es la que compra libros y contrata series o películas, las editoriales y productoras –que lo que quieren es ganar dinero- se han subido al carro y favorecen a aquellos autores del género, raza u orientación social “correcta”.5

Independientemente de la calidad del producto, parecería que la publicidad o propaganda de los distribuidores de cultura (que, no nos engañemos, son las que dirigen las compras del público) debe dedicarse a la venta de las cualidades identitarias, más que a las cualidades del objeto ofertado.6

Entonces… ¿Qué problema habría en que alguien, con una obra de –al parecer- innegable calidad, haya buscado aprovechar esta moda para vender su producto?

¿Preferimos que una obra como “La Regenta” –por ejemplo- nunca hubiese sido publicado porque su autor era socialista y anticlerical?

¿No nos parece bien que Cecilia Böhl de Faber, Amantine Dupin, o tantas y tantas autoras publicaran bajo pseudónimos masculinos, para poder evitar el rechazo de la sociedad de entonces?

Reconozco que no me he leído las obras de Carmen Mola, porque no me atrajeron las reseñas que contaban que eran novelas muy crudas, muy “gore”; pero todo el mundo –incluso quienes critican a la supuesta autora- reconoce que la polémica actual “no tiene nada que ver son la calidad literaria de sus libros”. Uséase, que los libros son buenos

Pues… si en Literatura no se habla de Calidad de la obra literaria… ¿de qué hablamos?

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