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La batalla ideológica como única oportunidad de la izquierda

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He visto unos cuantos vídeos de Cayetana Álvarez de Toledo en su papel de Juana de Arco (versión megapija) que combate a los malvados nacionalistas repitiendo sus soflamas desde los foros donde la invitan. Y en sus múltiples discursos (tremendamente similares) hay una idea que repite sin cesar y me parece válida: hay que dar la batalla ideológica para ganar, esto es, defender los valores propios a capa y espada, con ejemplaridad y contundencia, porque es el único modo de conectar con el votante y generar ese vínculo sentimental que es clave para conseguir grandes apoyos populares.

No hay nada más odioso que el buenismo. Detesto la manida frase “todos estamos en el mismo barco y buscamos el interés general”. Porque es mentira. El grueso de los empresarios quiere ganar lo más posible aunque ello implique que sus trabajadores no lleguen a fin de mes o acaben lisiados por lo físicamente destructivo del trabajo. Unos están dispuestos a hacerlo saltándose la ley. Otros la respetan porque tienen miedo a ser sancionados, pero quieren que esas leyes sean lo más nocivas para los derechos de los trabajadores y beneficiosas para sus intereses, y apoyarán y financiarán a los partidos dispuestos a promover esas leyes criminales.

Y frente a eso hace falta una izquierda firme que reivindique abiertamente la lucha de clases, que no es ni más ni menos que la unión de los currantes frente a los intereses del patrón, defendiendo salarios dignos, pensiones dignas, servicios públicos de calidad, redistribución de la riqueza, oportunidades reales para cada nuevo nacido y, en definitiva, las condiciones materiales precisas para que cada ciudadano viva con dignidad y no sufra explotación ni miseria. Respetando la diversidad ética, cultural o religiosa de cada individuo, pero siendo lo bastante inteligentes como para unirse en la defensa de sus intereses, que son la antítesis de los intereses de la patronal. Dejar a un lado los camelos identitarios y unirse en la defensa de lo universal: dignidad y justicia para cada persona. Reivindicar el infinito valor de cada ser humano y defenderlo a muerte contra los buitres que lo niegan.

Y para eso hay que hablar duro y actuar duro. Decir las verdades del barquero con un lenguaje contundente, defender firmemente las medidas que de verdad hacen daño a los poderosos y mejoran la vida de los trabajadores, y mostrar los estragos de la pobreza y la exclusión sin tapujos. Actuar con ejemplaridad, recuperando la figura del líder político o sindical austero, combativo y que comparte casa, barrio y calle con el ciudadano de a pie, y dejar a un lado la nefasta figura del pijoprogre (con sus pajas mentales aparejadas, tan lejanas a los problemas reales) que tanto daño ha hecho.

Esa debe ser la batalla ideológica de la izquierda. Respetar los diversos credos, filosofías y puntos de vista que puedan tener los trabajadores (mientras sean compatibles con los derechos humanos), y no hacer hincapié en paridas tribales que nos puedan separar. Proponerles, en cambio, la unión para hacer realidad las condiciones materiales que protejan la salud, la educación, las necesidades y el futuro de todos, peleando contra quienes nos consideran ganado que debe dar gracias por malvivir con 900 euros. Atacar el bolsillo de quienes se gastan en una cena lo que una familia trabajadora tiene para comer en un mes, y poner ese dinero al servicio del currante. Regular las relaciones laborales con valentía para impedir tantos abusos que hoy siguen vigentes. Atacar los privilegios de las vacas sagradas y ponerles en su sitio con la lucha popular a todos los niveles. Y predicar con el ejemplo. Sólo así se puede frenar a la ultraderecha populista y la derecha de toda la vida. Porque su seña de identidad más repugnante es el desprecio por la clase trabajadora. Por eso la clave para ganar la batalla ideológica está en su defensa.

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