no se puede achacar el fin de la era de los dirigibles a un único accidente, por muy cinematográfico que fuera. Cuando se popularizó la televisión los aviones ya hacía tiempo que se habían enseñoreado de los cielos y nos asombraron con miles de aparatosos accidentes mucho peores. En el ocaso de los dirigibles concurre una guerra que estaba a punto de llegar, que paralizó las aerolíneas, destruyó las infraestructuras y, sobre todo, perfeccionó los aviones grandes, que eran un competidor más rápido que los dirigibles, aunque no más seguros.
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