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Black_Bergman
#1 Por una humanidad común

Chomsky se sentiría ofendido si pensara que lo han retratado como un santo. No lo es, pero amenaza a los gobiernos que violan los derechos humanos. No lo han disuadido los comentarios de que es “peligrosamente de izquierdas”, anarquista, judío que se odia a sí mismo, etiquetas que explican por qué los principales medios de comunicación estadounidenses lo evitan.

En los relatos sobre el liderazgo intelectual de Chomsky, no se debe pasar por alto su humanitarismo. Es un esposo, padre y amigo cariñoso, gracioso y generoso. Un gran triunfador, pero humilde, dispuesto a responder a las solicitudes de comentarios sobre temas políticos, siempre encuentra tiempo para conversar con quienes quieren conocerlo, incluso si sus acompañantes le advierten que “no hay tiempo”.

En noviembre de 2011, en una apretada agenda en Sydney, se paró en las escaleras de la entrada del Ayuntamiento junto a las “mujeres de negro” durante su vigilia semanal por los palestinos. Luego caminó hasta Martin Place para unirse a los estudiantes en su protesta australiana para apoyar el movimiento Occupy Wall Street en Nueva York. En ese momento, recibió una petición de los jóvenes músicos que lo precederían esa noche en el escenario del Ayuntamiento antes de pronunciar su discurso por la paz. Sus acompañantes insistieron: “Debéis conservar vuestra energía, no hay tiempo para esto”. Diez minutos después, Chomsky saludó a los músicos y escuchó sus explicaciones sobre por qué la música era una forma crucial de inspirar amor y radicalismo. Como había hecho con otras bandas, Chomsky se comportó como si estuviera con ellos, como si le hubiera gustado tocar, aunque pronto ellos tendrían que cantar y él hablar.

La voz sigue ahí, paradójicamente silenciosa, pero expresando un entusiasmo por la vida, un entusiasmo por la igualdad, un desdén por la ignorancia inherente al populismo abusivo.

Tal vez la clave para comprender la influencia, el amor y el legado de Chomsky esté contenida en las palabras expresadas por la gran figura recortada que saludó a todos los que conocieron a Chomsky en su oficina del MIT. El retrato era del filósofo, matemático, crítico social y activista por el desarme nuclear Bertrand Russell.

En los confines de la oficina del docente del MIT, es obvio por qué Chomsky eligió a Russell como su compañero universitario permanente. Russell describió sus preocupaciones de toda la vida como “el anhelo de amor, la búsqueda de conocimiento y una compasión insoportable por el sufrimiento de la humanidad”.

Cuando en una de sus últimas entrevistas televisivas le preguntaron sobre las amenazas a la vida en la Tierra, Chomsky expresó la necesidad de coraje y esperanza, pero advirtió sobre las amenazas de la guerra nuclear y la carrera hacia la destrucción del medio ambiente.

La voz de Chomsky sigue siendo original. Su oposición al poder abusivo, sus esfuerzos por revivir el respeto por una humanidad común son tan necesarios ahora como lo fueron hace 96 años.
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