Apoteosis de la tontería
Parafraseando a Sartre, la nada se ha instalado en el ser. Dan ganas de irse a vivir a una isla desierta
ABC23 May 2023PEDRO GARCÍA CUARTANGO
LA tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites, la tontería no. La frase es de Claude Chabrol. Por ello, sorprende el poco interés que se detecta en el periodismo y la literatura sobre la estupidez. No entiendo por qué se habla tanto del talento cuando lo que predomina en nuestra sociedad es una estulticia creciente.
En una magnífica columna, Diego Garrocho subrayaba ayer la perplejidad que suscita el fenómeno de las multitudes que acuden a un mitin para escuchar una serie de tópicos y consignas que son una mezcla de engaño y papanatismo. No hay otra explicación que la tontería sigue siendo mucho más atractiva que la inteligencia porque, en un mundo tan complicado, la simpleza resulta tranquilizadora.
Los grandes maestros de la idiotez son los políticos, capaces de hilar un tópico tras otro o una mendacidad como si fueran verdades trascendentes. Da la impresión de que la tontería es tan contagiosa como los virus. Se propaga a grandes velocidades y nos afecta a todos. Yo he hecho y dicho tantas necedades como los demás. En la sociedad globalizada y mediatizada en la que vivimos, la tontería se ha convertido en una forma a priori de la sensibilidad, por decirlo en términos kantianos. Nada llega al público si el mensaje no ha sido degradado y banalizado. La pregunta es si la tontería es consustancial al ser humano o vivimos una época en la que ha adquirido un especial predicamento. No tengo una respuesta. Pero, tal vez porque soy viejo, añoro los debates políticos de la Transición, donde había una sustancia que ahora no veo.
La tontería, al igual que el hidrógeno, abunda en la Naturaleza y tiene tendencia a expandirse. Contra la tesis de Hegel de que la historia avanza hacia la Razón, lo que podemos constatar es lo contrario: el triunfo de la estulticia. Las personas inteligentes están condenadas a la incomprensión o al rechazo.
Todos los partidos están compitiendo en demagogia en esta campaña e incluso estamos viendo cómo formaciones como Podemos fomentan el odio entre los ciudadanos y ponen a periodistas en la picota en un vano intento de buscar chivos expiatorios a su previsible fracaso.
Pero la demagogia es diferente a la tontería. En cierta forma, la presupone. Pero va más allá. Apela a las emociones y tiene una motivación interesada. La estulticia es espontánea, menos elaborada, aunque tal vez más peligrosa.
Hoy, en un entorno donde lo políticamente correcto se ha vuelto agobiante, tenemos que escuchar afirmaciones solemnes y enfáticas que constituyen una pura vaciedad. Parafraseando a Sartre, la nada se ha instalado en el ser. Dan ganas de irse a vivir a una isla desierta porque, según apuntaba Konrad Adenauer, Dios cometió el error al crear el mundo de no poner límites a la tontería.
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Parafraseando a Sartre, la nada se ha instalado en el ser. Dan ganas de irse a vivir a una isla desierta
ABC23 May 2023PEDRO GARCÍA CUARTANGO
LA tontería es infinitamente más fascinante que la inteligencia. La inteligencia tiene sus límites, la tontería no. La frase es de Claude Chabrol. Por ello, sorprende el poco interés que se detecta en el periodismo y la literatura sobre la estupidez. No entiendo por qué se habla tanto del talento cuando lo que predomina en nuestra sociedad es una estulticia creciente.
En una magnífica columna, Diego Garrocho subrayaba ayer la perplejidad que suscita el fenómeno de las multitudes que acuden a un mitin para escuchar una serie de tópicos y consignas que son una mezcla de engaño y papanatismo. No hay otra explicación que la tontería sigue siendo mucho más atractiva que la inteligencia porque, en un mundo tan complicado, la simpleza resulta tranquilizadora.
Los grandes maestros de la idiotez son los políticos, capaces de hilar un tópico tras otro o una mendacidad como si fueran verdades trascendentes. Da la impresión de que la tontería es tan contagiosa como los virus. Se propaga a grandes velocidades y nos afecta a todos. Yo he hecho y dicho tantas necedades como los demás. En la sociedad globalizada y mediatizada en la que vivimos, la tontería se ha convertido en una forma a priori de la sensibilidad, por decirlo en términos kantianos. Nada llega al público si el mensaje no ha sido degradado y banalizado. La pregunta es si la tontería es consustancial al ser humano o vivimos una época en la que ha adquirido un especial predicamento. No tengo una respuesta. Pero, tal vez porque soy viejo, añoro los debates políticos de la Transición, donde había una sustancia que ahora no veo.
La tontería, al igual que el hidrógeno, abunda en la Naturaleza y tiene tendencia a expandirse. Contra la tesis de Hegel de que la historia avanza hacia la Razón, lo que podemos constatar es lo contrario: el triunfo de la estulticia. Las personas inteligentes están condenadas a la incomprensión o al rechazo.
Todos los partidos están compitiendo en demagogia en esta campaña e incluso estamos viendo cómo formaciones como Podemos fomentan el odio entre los ciudadanos y ponen a periodistas en la picota en un vano intento de buscar chivos expiatorios a su previsible fracaso.
Pero la demagogia es diferente a la tontería. En cierta forma, la presupone. Pero va más allá. Apela a las emociones y tiene una motivación interesada. La estulticia es espontánea, menos elaborada, aunque tal vez más peligrosa.
Hoy, en un entorno donde lo políticamente correcto se ha vuelto agobiante, tenemos que escuchar afirmaciones solemnes y enfáticas que constituyen una pura vaciedad. Parafraseando a Sartre, la nada se ha instalado en el ser. Dan ganas de irse a vivir a una isla desierta porque, según apuntaba Konrad Adenauer, Dios cometió el error al crear el mundo de no poner límites a la tontería.