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La virtud de la perfección

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Con los años, y sobre todo con el aprendizaje que te da el haberlos vivido, le das la razón a la hermosa María Félix cuando comentó: Todo cambia cuando se aprende a decir «ME PARECE PERFECTO».

Puedes decirlo porque así opinas en ese momento. Aunque también es verdad que en más de una ocasión será por no debatir con quién no acepta el que nos seas políticamente correcto.

Normalmente lo dices porque no ves la necesidad de demostrar ni justificar nada a nadie. Y cuando llegas al nivel superior de la sabiduría lo sientes y expresas para preservar tu paz, porque no le consientes a nadie que le haga sombra a tu luz.

Por lo que aquí me hallo, cultivándome y aprendiendo a no discutir con quién en realidad solo se merece un «ME PARECE PERFECTO» cuando cuestiona mi opinión en según qué temas, como sería el que tenemos la obligación de educar a nuestros hijos para conquistar la igualdad con sensatez.

Yo tengo dos hijos (niña y niño) y me esfuerzo en educarlos en la igualdad de lo que son: personas. Intento inculcarles que la esencia del tema es la defensa de los derechos del ser humano, junto al valor del respeto y la empatía hacia el mismo, independientemente de cual sea su género.

Considero que los derechos y obligaciones de las personas se deben enseñar desde pequeños en casa —primordialmente con el ejemplo—, en el colegio, en los medios de comunicación, las redes sociales y a través de todos los espacios encargados de velar por el bien común; esto es la base de una sociedad igualitaria y justa, y no una donde se ve al ser humano más como un objeto sexual, económico y político, uno de usar y tirar como si fuera mercancía.

Habrá quien diga que soy equidistante y que en el fondo no defiendo a la mujer; en realidad lo que ocurre es que no me gusta generalizar, ya que pienso que hay mujeres que abusan de unos derechos que tanto han costado conseguir a quienes llevan años luchando —en ocasiones en el total anonimato— por conquistar una igualdad inexistente en nuestra sociedad, así como creo que no todos los hombres son unos machistas maltratadores.

Conozco a hombres que defienden los derechos de las mujeres y luchan codo a codo junto a ellas, por desgracia también conozco —¡Demasiados!— a aquellos que humillan y maltratan a la mujer y aumentan una cifra vergonzosa de muertes por violencia de género.

No obstante, existen mujeres que vulneran y pisotean los derechos del hombre con perversidad y alevosía, cobijándose y abusando de la justicia que les ampara por ser mujeres.

Y no hablemos la falta de respeto y humanidad existente, con las diferentes identidades de género que existen.

La maldad no tiene género, clase social o un escenario específico, el maltrato no solo se vive en las relaciones sentimentales, sino también en el ambiente familiar (los hijos sufren el maltrato tanto o más que su progenitor) y en el ámbito laboral.

No seré yo quien eduque a mis hijos en extremos tóxicos, tales como: «Tener que pedir permiso al marido para salir a comprar» o «Tener miedo de que llegue su marido a casa y vea algo que no le agrade»; tampoco el de: «Tú eres tonto, me divorcio y no ves a los niños» o «No te pases, que te denuncio por malos tratos o abusos y te arruino la vida».

Les muestro lo injusto y cruel que es la discriminación que sufren muchas personas por su orientación sexual.

Lo que no pienso inculcarles en ningún momento es la necesidad de destrozar la útil y eficaz economía del lenguaje, y les aconsejaré que aprendan a utilizar con un buen uso, el necesario lenguaje inclusivo:

·¿Qué tal, si esa tontería del «todas, todos, todes»… lo dejamos en personas?

·¿Y si en lugar de desdoblar adolescentes, niños, y un largo etc., utilizamos infancia, adolescencia…?

Estos son solo algunos ejemplos del mal uso que se da al lenguaje inclusivo. Llegando a caer quienes lo utilizan en la demagogia y en ocasiones en un trato poco igualitario.

Porque como bien dijo Simone Weil:

«La igualdad es una necesidad vital del alma humana. La misma cantidad de respeto y atención se debe a todo ser humano, porque el respeto no tiene grados».

Y tampoco olvidemos las palabras de Mary Wollstonencraft:

«Yo no deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres, sino sobre ellas mismas».

Victoria C.P

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