Pio XII, el Papa que mantuvo arrodillado a un árbitro español
Pío XII (Eugenio Pacelli) fue Papa de 1939 a 1958.
Su papado fue uno de los más polémicos de los últimos dos siglos, debido a su ferviente anticomunismo, que se unió al clamoroso silencio oficial del Vaticano sobre el exterminio de judíos, gitanos, eslavos y otras comunidades a manos de los nazis.
Sus defensores argumentan que su neutralidad le permitió ejercer un papel protagonista a favor de la paz mundial; que expresar una condena explícita y firme de los crímenes del nazismo habría sido muy contraproducente para la Iglesia Católica de Alemania e Italia, sin que, probablemente, se hubiera evitado el genocidio; y que miles de judíos encontraron socorro en conventos, monasterios y comunidades cristianas, lo que (según ellos) conocía y apoyaba en secreto el Papa.
No me voy a extender en esta TRIBUNA en valorar estos argumentos; pero sí debo añadir que sus defensores callan ante la innegable realidad de que miles de nazis de elevada jerarquía pudieron escapar hacia destinos seguros (España, países árabes, Portugal, Sudamérica) a través del llamado “Pasillo Vaticano” o “Ruta de las Ratas”, red de escape diseñada, entre otros jerarcas de la Iglesia, por el obispo austríaco Alois Hudal, el obispo argentino Caggiano (luego cardenal bajo el mismo Pío XII), el sacerdote croata Draganovic, que al parecer contaban con el apoyo del subsecretario de Estado vaticano Giovanni Montini (sí, el futuro Paulo VI).
Y si es discutible que Pío XII conociera y apoyara el rescate de los judíos en monasterios y conventos, es imposible que desconociera que, bajo sus narices, se había creado una organización que proporcionaba identidades y pasaportes clandestinos, disfraces, escondites, medios de transporte e importantes cantidades de dinero a gente como Eduard Roschmann (“El Carnicero de Riga”); Franz Stangl (comandante de Treblinka y Sobibor); Gustav Wagner (subcomandante de Sobibor); Alois Brunner (responsable de las deportaciones de judíos desde Eslovaquia y Francia); Adolf Eichmann (organizador de la evacuación y traslado de judíos en la Solución Final); Josef Mengele (no creo que necesite presentación)… hasta varios miles de nazis y SS de alta graduación escaparon a través del Vaticano.
Pero vamos al objetivo de esta TRIBUNA.
Entre las aficiones de Pío XII, aparte de callar ante los genocidios, permitir que se escapasen por sus territorios los criminales y – quizás - hacer la vista gorda ante la protección que ofrecían a los judíos algunos de sus subordinados, tenía otro hobby, no menos interesante: el fútbol.
Bueno, también parece que tenía una obsesión contra las moscas que rayaba en la manía (su estampa persiguiendo personalmente estos bichos con un matamoscas era común en sus estancias) y era un tacaño imbatible (a menos en su minúsculo país: recorría las estancias apagando luces y sus últimas voluntades las escribió en un sobre usado).
Pero vamos al fútbol. Presentemos primero a nuestro segundo protagonista.
Imagino que muchos de vosotros – quizás todos – habréis oído hablar de Pedro Escartín (1902 – 1998): jugador de fútbol, seleccionador español, árbitro (pitó más de 800 encuentros internacionales), periodista, y sobre todo escritor del “Reglamento de Fútbol Asociación / comentarios y aclaraciones por Pedro Escartín”, la “Biblia” de cualquier persona metida en el mundo del fútbol durante un par de generaciones.1
Bueno, pues el último partido internacional del bueno de Escartín fue un Italia – Inglaterra disputado (es un decir, como verán) en Turín, el 16 de Mayo de 1948. El partido era amistoso, pero disputado, disputado… pues mucho no fue: los ingleses aplastaron 0 - 4 a los locales. Era la selección de Sir Stanley Matthews (710 partidos oficiales, jamás amonestado ni expulsado… Ahí queda eso) y Tom Finney (que marcó dos de los goles) y… circulen. Pero Escartín había anulado dos goles a Italia. Bien anulados… según su criterio, claro.
Al día siguiente, 17 de Mayo, Escartín –ferviente católico – había pedido una audiencia papal. En el protocolo de entonces, era obligatorio que los fieles se presentaran de rodillas ante el Vicario (entiéndase como sustituto) de Cristo.
La costumbre (no el Protocolo) era que, el Papa, tras ser presentado el solicitante de la Audiencia, le invitase a ponerse en pie. Pero, en este caso, las cosas fueron diferentes.
Todas coinciden en que el papa preguntó – al propio Escartín o al asistente pontificio- quién era. Luego difieren sobre si el propio Escartín le informó que había sido el árbitro del partido del día anterior o –más probable- le informó el asistente. El caso es que, al parecer, el gesto amable del Papa en sus Audiencias cambió a un gesto agrio:
- Pero… ¡Usted fue el que anuló dos goles a Italia ayer!
- Sí, Su Santidad…pero ¡estaban bien anulados!
Ahí el Papa no añadió nada, pero no invitó a Escartín a incorporarse… y el árbitro español se pegó toda la Audiencia de rodillas mientras los demás estaban de pie.
Vicario de Cristo... Al parecer era Tifosi... y no de la selección de Judea, precisamente.