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Sobre el suicidio, el sufrimiento y un capítulo de Black Mirror

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Escribí este texto en septiembre de 2019 a raíz de haber leído en prensa una noticia sobre el elevado número de suicidios que padecíamos (y que ha crecido aún más en los últimos años por otras causas adicionales como la crisis económica o la cada vez más deficiente atención en salud mental). Y lo escribí desde la absoluta libertad de alguien a quien se la sopla completamente su imagen pública, pese a tener un trabajo que depende de inspirar confianza a los demás.

Poco antes de escribir el texto vi un capítulo de Black Mirror donde el estatus social de cada ciudadano dependía de la puntuación que le daban quienes interactuaban con él en el día a día a través de una aplicación tipo instagram que todo el mundo tenía en el móvil. La puntuación que obtenías dependía del grado de cumplimiento que dieses a unas normas sociales que básicamente se resumían en sonreír como un idiota a todo el mundo, consumir compulsivamente y hacerte fotos con la última pijada que habías comprado, y fingir que eras extraordinariamente feliz en cada segundo de tu vida. Mostrar tristeza o simplemente un mínimo de personalidad equivalía a recibir malas puntuaciones y ser un paria, pues la gente se relacionaba solamente con quienes tenían la misma puntuación que ellos, despreciando a los de puntuación inferior y degradando a la condición de excluidos a quienes tuviesen las cifras más bajas.

Todos sabéis que ese capítulo es un reflejo de la realidad. La gente teme mostrar debilidad, fracaso o pensamientos tabú, entre los que está plantearse el suicidio. Ello provoca un clima de hipocresía masiva donde todo el mundo cuelga fotos idiotas con la última cerveza que se ha tomado o el último vestido que se ha comprado, pero oculta sus lágrimas, sus frustraciones y (lo que es aún más grave) su propia personalidad. Y esto provoca que quien ve el facebook de los amigos termine interiorizando que la vida de todos ellos es maravillosa (desde la insulsa perspectiva de quien considera un plato de calamares como algo digno de fotografiar) y la suya no. Y por eso se avergüenza de su dolor o su debilidad, se siente un fracasado por ello y los oculta con vergüenza, creyendo que en la vida de los demás no existen. Y eso multiplica los efectos destructivos de los males que esté padeciendo, porque no hay nada que alimente más el sufrimiento que el silencio.

Voy a confesaros algo: desde mi adolescencia estoy seguro de ser estúpido. Es una obsesión que me acompaña y me hace pasarlo mal diariamente, porque yo trabajo con el cerebro. Es una idea que interfiere en cada proceso mental y lo vuelve mil veces más dificultoso, provocando además un miedo al fracaso continuo. Llevo muchos años lidiando con ello y creo que así seguiré hasta el fin de mis días. Me recuerda a un cómic que leí, donde uno de los protagonistas llevaba a un demonio sobre sus hombros que a cada rato le fustigaba. Se acostumbró a vivir con él, pero los latigazos dolían diariamente.

Podría hablaros de otros pensamientos negativos, debilidades y obsesiones que dificultan mi vida, pero con este ejemplo ya he cumplido el objetivo que buscaba. Respecto al suicidio, hasta el momento nunca me lo he planteado de forma estructurada, pero muchas veces he pensado en él de forma abstracta, como algo a lo que recurrir si mi vida alcanza unas determinadas cotas de insufribilidad.

Os está hablando un hombre que ha tenido una vida bastante fácil y que muy probablemente no habría soportado una infancia dura. Estoy seguro de que muchos de quienes me leéis tenéis losas mucho más pesadas que las mías sobre los hombros. Prácticamente todos las tenemos, y dependiendo de la correlación existente entre nuestra fortaleza y su pesadez las aguantamos, las rompemos o nos dejamos aplastar por ellas. Y la pesadez de las losas no tiene ninguna relación con la supuesta vida de color de rosa que, estúpidamente, intentemos difundir por las redes sociales. Posiblemente, quienes más se esfuerzan por poner cientos de fotos sonrientes, son quienes más cosas desean ocultar.

Hay millones de tragedias personales cuyas causas son la pobreza, la soledad no deseada, la enfermedad mental...y la solución de cada una requiere medidas más allá de la libertad de no ocultar lo que somos o lo que sentimos, hablando con naturalidad de que no somos felices con la vida que tenemos, de que estamos sufriendo o incluso de que queremos quitarnos la vida. Pero es un paso importante para soportar este mundo tener el coraje para sonreír sólo cuando nos apetezca, vestirnos como queramos y seguir el camino que amemos, independientemente de lo que digan los demás, porque pocas cosas desgastan y matan tanto como vivir una existencia que no es la tuya. Y es igualmente esencial poder hablar del dolor sin avergonzarnos de él y sin creer que es sólo cosa nuestra porque el vecino se afana por tragarse el suyo a pesar de lo venenoso que resulta. Los seres humanos tenemos necesidades diferentes a las de los autómatas, y pretender encorsetarnos en una sociedad de robots no puede ser más destructivo.

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