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Sherlock Holmes y los Meneantes (XI)

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El silbato de Holmes había sido oído desde el exterior, desencadenando la señal de ataque. Pero también desde el interior; donde Torso, dejando de adorar monedas, salió hacia la puerta principal, intentando cerrar el batiente abierto.

Pese a que algunos policías habían entrado ya en el interior, Torso logró cerrar la puerta antes de que llegara el grueso de los atacantes. Pero fue para su desgracia; porque este grupo llevaba arietes preparados para abatir la puerta si Holmes y yo no lográbamos paso franco.

Y eso fue lo que hicieron. Cuatro agentes a cada lado de cada uno de los dos arietes (de hierro forjado con un núcleo de madera) golpearon la puerta y la derribaron sobre Torso que, estúpidamente, la intentaba sujetar él solo -con sus minúsculos brazos- sin poder evitar que cayera encima de él, aplastándole.1

Holmes bajó rápidamente para acabar de organizar el asalto. Previsoramente, cogió de un mueble-bar unas botellas de vino y licores, que entregó a tres agentes, a la vez que abría las puertas de la despensa. Con un reparto generoso de viandas, aislaron a los mendigos inocentes en sus dormitorios, manteniéndolos ocupados.

Mientras los policías se extendían por la Gran Sala -y abrían o derribaban las puertas que ignorábamos a donde daban- una de ellas se abrió y, para nuestra sorpresa, salieron dos de los componentes de la CHUPI: Zotezote y la Hermana Ana, ambos en ropas menores; su situación no dejaba lugar a duda sobre lo que habían estado haciendo. Levantaron una mano (de haberlo hecho con las dos, sus ropas hubiesen caído, mostrando lo que nadie quería ver)2 y se entregaron.

Otros agentes subieron a la Oficina y, según las órdenes de Holmes, recogieron los archivadores y todos los documentos posibles y los cargaron en los Ómnibus de la policía.3

Algunos de los vigilantes “gorilas” (como Anteo Barrados, el torturador) se deslizaron hacia la puerta lateral que llevaba al callejón donde lanzaban los cadáveres a una alcantarilla. Se lo hice notar a Holmes.

- Gracias, Watson, en seguida nos ocupamos –dijo, sonriendo.

Mientras la policía terminaba de ocupar el territorio, nos dirigimos al callejón. La alcantarilla estaba abierta; sin duda los canallas habían huido por allí.

- ¡No se preocupe por ellos, Watson! Nuestros amigos de la Policía, ayudados por expertos en la red de alcantarillado, han localizado los puntos de fuga, y colocado rejas, para evitar la huida de los maleantes. Ahora colocaremos unas cuantas piedras encima de la tapa, pondremos dos agentes de guardia, y la trampa estará cerrada.

Pero no sería tan sencillo. Mientras nos disponíamos a ello se abrió una ventana y de ella se descolgó Dupla, el molesto portero cuya arrogancia corría parejas con su estupidez.

Cuando bajó al suelo y se volvió, se dio cuenta de que estábamos allí. Su ira al vernos aumentó cuando Holmes le hizo un saludo burlesco de bienvenida.

Dupla se lanzó hacia nosotros, enfurecido; pero tanta ansia tenía por atacarnos que patinó, cayendo al húmedo suelo bocabajo, y su cuerpo resbaló hacia Holmes; éste se apartó, dejándole pasar, y Dupla se incrustó en uno de los montones de excrementos de pájaros que los vigilantes de la Sociedad iban apartando contra los muros, y que de vez en cuando evacuaban por la alcantarilla.

Holmes parecía muy divertido viendo a Dupla, con la cabeza atascada en las deyecciones aviares, casi asfixiado, pataleando y sin poder salir de su atasco; pero yo no podía dejar morir a un hombre así, y tiré de sus piernas para liberarle.

Mientras Dupla, amoratado, la cabeza bañada de inmundicias, intentaba recuperar su respiración, ayudé a Holmes a sellar la huida de la alcantarilla.

Sorprendentemente, nuestro enemigo se recuperó enseguida, y se lanzó como un toro contra Holmes, dispuesto a romperle la columna con su embestida.

Pero no contaba con el oído y la agilidad felina de Sherlock, que volviéndose, y con sus conocimientos de baritsu4 se inclinó, lanzando a Dupla por encima de él. Dupla dio una voltereta y golpeó sobre el muro, cabeza abajo. Su cuerpo se deslizó… hasta que su cabeza se incrustó en otro montón de deyecciones secas, en este caso de gatos.

Holmes suspiró.

-Watson, admiro su intento caballeresco de librar a esta escoria del final merecido, pero, a lo mejor, deberíamos ser más pragmáticos.

Holmes se acercó a lo que parecía un montón de excrementos con dos palitos Hashi5 clavados, y gritó:

- Dupla, sé que no puede mover sus brazos ni la cabeza, porque cada vez le entran más excrementos por sus orificios, Flexione los tobillos si me oye.

Una patada.

- Bien, le haré una oferta, y usted decide. Una patada por sí, y dos por no. Mi oferta es: le sacamos del estiércol, y usted colabora con nosotros. Si dice que no, le dejamos sólo rebozándose en deyecciones pero, como no me cae usted mal, vacío sobre usted un cubo de orines que compactarán las heces y hará el fin más rápido.

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