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Espabila, Hermann

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Tras el retorno a Hispañistán he comenzado a dar vueltas para escapar del círculo vicioso del sistema neoesclavista que nos mantiene atados de pies y manos. He repasado Linkedin, he visto antiguas Webs que presuntamente ofrecen "trabajo", he comenzado a buscar fuera de nuevo.

Desarrollador de Software, con 12000€ al año, sin horas, ni beneficios.
Becario "Senior", practica no retribuida (la lista de requerimientos tan larga como espeluznante)

A. [ ] Estamos locos.
B. [ ] Estamos desesperados.
C. [ ] A y B son ciertas.

Me pregunto qué pasa por la imaginación del que oferta semejante mierda, pero ¿y del que la acepta? El único sector que se me antoja igual de precarizado es la medicina, donde la administración pública hace encadenar contrato tras contrato a los médicos hasta que se aburren y se largan al NHS o al Gesetzliche Krankenversicherung, porque aunque el clima sea una mierda, cobrar un sueldo digno y tener unas condiciones de trabajo aceptables no tiene precio.

Y nadie se pregunta cuánto cuesta que la gente se pire y no vuelva. ¿Cual es el coste de que al personal se le inflen los cojones? ¿Qué pasa si digo BASTA y me dedico a ver pasar la vida? Pues no pasa nada. Nadie es imprescindible. Hasta que los logs del sistema revientan los servidores y las máquinas se paran y Endesa no sabe como capturar las lecturas de los contadores. Hasta que no hay cojones de curarse un resfriado que encubre un linfoma. Hasta que los bares cierran y no puedes ver el Jurgol, pero ya no te acuerdas porque nadie es capaz de diagnosticarte el Alzheimer.

Cuando era pequeño, siempre me llamó la atención el personaje de Julian en Barrio Sésamo, un señor que regalaba chuches a los niños en un barrio donde un erizo rosa en pelotas hacía cosas extrañas y se ponía pijama para dormir. Quizá fuese el polvo blanco que salía de la panadería de Chema, que los tenía a todos locos, como muchos en mi barrio que acabaron con rigor mortis y una jeringa en el brazo. Nadie nos preparó para eso, pero tampoco nadie nos preparó para ver cómo gentucilla con menos valores que una mierda de perro se lo llevara crudo mientras penábamos en este valle de lágrimas intentando atenernos a los valores de trabajo y esfuerzo que nuestros padres nos inculcaron para tener una recompensa.

Un amigo mío dirá que estos alegatos que escribo son contraproducentes, que debo predicar con el ejemplo o esta sarta de sandeces no deja de ser sino un acto de hipocresía. Si veis a Hermann Hesse en su alta torre en su castillo de Suiza, encendiendo habanos con billetes de 500 marcos y disfrutando de su escocés añejo, mientras decide si Siddharta tendría que haberse largado con Vasudeva tras alcanzar la iluminación en el Ganges después de renunciar a todo, podéis haceros a la idea de cómo me siento si no hago algo al respecto. Mientras, en la Alemania de entreguerras Heydrich iba poniendo a punto la "solucion final" y el colega solo se reunía con Bertol Brecht y Thomas Mann para debatir si Harry Haller era una proyección del gilipollas integral absoluto o era un recurso literario para Steppenwolf.

Amigos míos, lectores de este rincón de Mediatize, os ruego disculpas si no obro en consecuencia. Mis divagaciones a veces son tan analíticas como faltas de consecuencia, porque sí, estoy mirando fuera, pero no, no sé si puedo irme sin renunciar de nuevo a muchas cosas que me importan.

Sigo pensando que haberme largado fue la mejor y al mismo tiempo la mas terrible decisión que tomé nunca, pero solo se ve superado por la amargura de la vuelta a este despropósito. El problema de todo, al menos de cómo proceso la información, es que estoy asumiendo como inevitable todo aquello que detesto, porque es el camino de menor resistencia. Entrar en la rueda es lo cómodo, mientras que dedicarte a ser tú mismo y aceptar las consecuencias es durísimo. Especialmente si tienes personas a cargo. Y ahí entra la moralidad, pero en mi caso es el despropósito de una moralidad externa (del tipo Groucho Marx, son mis principios que no voy a cambiar pero si no le gusta tengo otros), no de valores internos a los que no voy a renunciar porque me son inherentes como el color de ojos. La necesidad de hacer lo correcto pero visto desde fuera, como el buen católico que se va de putas y va a confesarse luego. Como nuestro querido Hermann Hesse, preconizando la humildad, el individualismo y los altos valores éticos, escribiendo "el juego de los abalorios" en su castillo, mientras Heydrich seguía ahí, a lo suyo, en el Reich.

Vuelvo a la búsqueda (je, je).

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