Es curioso cómo son las cosas. Cuando las cosas se hacen mal es cuando se producen bandazos, de mucho a nada: si se hubiera tratado la inmigración con sentido común podrían subir o bajar las cuotas según cómo les iba, según lo que necesitaran, según el balance de beneficios y perjuicios, pero, claro, para eso hay que monitorizar y ser honesto, no contar las milongas de que la diversidad es nuestra fuerza, de que vienen a pagarnos las pensiones, de que son niños, de que vienen los mejores o que da igual si la inmigración es legal o legal. El caso es que se ha hecho tan mal y se ha ocultado y gasluceado tanto a la población que al final la realidad se impone cuando te explota en la puta cara y tomas la única medida que puedes tomar en un acto ya urgente de salvación nacional. Como si no se hubiera visto venir (los guetos, las cifras de delincuencia, las violaciones, las mafias extranjeras, el paisanaje callejero). Es tarde, sí, pero mejor esto que nada. Ah, gracias a sus políticos hasta ahora por cargarse un país que, en su momento, era seguro y envidiado, modélico, incluso. Pero, no, sobre ellos no caerá ninguna repercusión.
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España debe seguir ejemplo.