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Matando por deporte

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Y cuando los disparos dependen de la tolerancia de la costumbre tanto como de la frialdad con la que deben llevarse a cabo, puede ser ilógico perdonar a un hombre por disparar a un faisán y a la vez detestarlo por tirotear a una gaviota; pero el hecho es que sencilla y llanamente uno siente que un hombre que pega un tiro a una gaviota es un canalla, y muy pronto se lo hacemos sentir si lo intenta a bordo de un barco de pasajeros, mientras que el cazador emboscado no despierta tal repulsión. Y debe disparar con habilidad para que sea "juego limpio", de ese modo se disfruta de la máxima tolerancia. Incluso entonces no es fácil para algunos de nosotros olvidar que muchos pájaros han sido miserablemente mutilados antes de que el tirador haya perfeccionado su habilidad. El último rey Eduardo VII, inmediatamente después de recuperarse de una grave operación que conmovió a toda la nación, angustiada por su simpatía hacia él, disparó a un ciervo, que escapó sólo para morir de la inflamación interna de la que se había librado felizmente su real asesino. Muchas personas leyeron el relato sin la menor emoción. Otros pensaron que era natural que el rey debiera estar avergonzado, como cazador, por su fracaso para matar, pero rechazaron como una tontería sentimental la noción de que debería sentir algún remordimiento por el ciervo. Si deliberadamente hubiera pegado un tiro a una vaca en su lugar, todo el mundo se habría asombrado y horrorizado. La costumbre reconciliará a la gente con cualquier atrocidad; y la moda los llevará a adquirir cualquier costumbre. La princesa inglesa que se sienta en el trono de España va a corridas de toros porque es la moda española. Al principio ella apartó su rostro, y probablemente ofendió al hacerlo. Ahora, sin duda, es una connoisseuse (experta) de ese deporte. Con todo, ni ella ni el último rey Eduardo pueden ser clasificados como monstruos crueles. Por el contrario ellos son conspicuos ejemplos del poder de instituciones crueles para imponer la asistencia y ganar finalmente la tolerancia, y aún el disfrute de personas completas de normal benevolencia.

George Bernard Shaw, Prefacio a Matando por deporte (1915)

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