Una de las innumerables cosas que me fastidiaba de las elecciones de cierta formación política, que llevó la democracia interna más allá que el resto, consistió en que la mayoría de los candidatos no proporcionaba información sobre sus ideas. Como mucho se molestaban en colocar un panfleto prefabricado por el partido. Muy poquitos subían un vídeo explicando cosas de su vida, y era raro encontrar un texto personal, con razones e ideas propias, aunque se mantuvieran dentro de la ideología general del espacio donde militaban. Así que, bien hasta cierto punto, podías elegir a casi toda la gente del organigrama. Pero en la mayoría de los casos tampoco sabías que estabas eligiendo. No quiero postularme como administrador haciendo lo mismo, o menos.
Soy un moderno, y por eso me fundamento en el hedonismo. Pero no soy progresista, la música de los últimos cien años no me entusiasma, no me gusta lo nuevo por ser reciente, por tener mecanismos más sofisticados y una chapa más reluciente. Me gusta lo nuevo si me hace vivir mejor, y holgazanear más. Me gustan los robots (y los chats que te escriben textos como estos). Pero no estoy con el «progreso» que quiere poner a personas a vivir dentro de latas en el planeta Marte, o lanzarlas a mil kilómetros por hora en el interior de tubos presurizados, por más interesante que me resulte. Tampoco coincido con la ocurrencia de que Calatrava es un “arquitecto moderno” porque hace cosas estrafalarias o que Dubai es una “ciudad moderna” como dice la gente que confunde la modernidad con el lujo.
La modernidad es todas esas buenas ideas que nacieron con el humanismo, y después con la Ilustración, ideas que hablan sobre la tolerancia con el modo de vida y las expresiones de los demás. Ideas como la libertad de expresión. O la idea de que todos los humanos tienen la misma dignidad (hasta los más villanos) y, por lo tanto, tienen los mismos derechos. También la idea de que la ley debe servir a todos por igual, y que todos somos iguales, pero no uniformes, sino iguales en poder, para que todos podamos mandar a la mierda a todos sin consecuencias. Tener claras esas ideas es imprescindible para ser un buen administrador. Así que porque soy moderno, hedonista y perezoso, prometo una administración taoísta, y muy laissez faire.
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Soy un moderno, y por eso me fundamento en el hedonismo. Pero no soy progresista, la música de los últimos cien años no me entusiasma, no me gusta lo nuevo por ser reciente, por tener mecanismos más sofisticados y una chapa más reluciente. Me gusta lo nuevo si me hace vivir mejor, y holgazanear más. Me gustan los robots (y los chats que te escriben textos como estos). Pero no estoy con el «progreso» que quiere poner a personas a vivir dentro de latas en el planeta Marte, o lanzarlas a mil kilómetros por hora en el interior de tubos presurizados, por más interesante que me resulte. Tampoco coincido con la ocurrencia de que Calatrava es un “arquitecto moderno” porque hace cosas estrafalarias o que Dubai es una “ciudad moderna” como dice la gente que confunde la modernidad con el lujo.
La modernidad es todas esas buenas ideas que nacieron con el humanismo, y después con la Ilustración, ideas que hablan sobre la tolerancia con el modo de vida y las expresiones de los demás. Ideas como la libertad de expresión. O la idea de que todos los humanos tienen la misma dignidad (hasta los más villanos) y, por lo tanto, tienen los mismos derechos. También la idea de que la ley debe servir a todos por igual, y que todos somos iguales, pero no uniformes, sino iguales en poder, para que todos podamos mandar a la mierda a todos sin consecuencias. Tener claras esas ideas es imprescindible para ser un buen administrador. Así que porque soy moderno, hedonista y perezoso, prometo una administración taoísta, y muy laissez faire.