Todo por el arte
Pongámonos en el peor de los casos, y demos por buena la versión de que los aficionados a la tauromaquia no encuentran placer en el maltrato, únicamente disfrutan del arte que se desarrolla en la lidia. Son personas que contemplan el maltrato y la muerte sin reflexión moral o emoción alguna, solo como condición necesaria para alcanzar la experiencia estética elevada. Se martiriza a un animal y, como no somos psicópatas, solo nos emocionamos con la parte de la molienda que transmite el temple, la valentía y las cualidades artísticas del maestro que lo hostiga, lo machaca y lo mata.
Este argumento de los aficionados taurinos siempre me ha parecido perturbador para quien, como yo, disfruta de ver a nazis saltar por los aires en las películas bélicas, porque la ceguera hacia lo inmediatamente evidente del maltrato debería preocuparnos más que el sadismo de quien busca placer en la violencia y la muerte. La indiferencia ante el sufrimiento que provocamos tiene un punto de inhumanidad mucho más inquietante que la consciencia de gozar haciendo el mal, porque bajo esta mentalidad el maltrato, aunque indeseable, se justifica por la estética y ya no repugna a la conciencia.
Realizar una mala acción para obtener un fin elevado convierte una villanía en un acto inocuo y hasta invisible, ejecutado y disfrutado con inocencia por todas las buenas personas. Y la buena gente que se ha dedicado a maltratar a sus semejantes como medio para la consecución de altos ideales políticos o religiosos, han perpetrado llenos de entusiasmo y razón crímenes de mucho más alcance que cualquiera de los llevados a cabo por los peores psicópatas. Sólo con la convicción de que hacemos algo bueno y bello podemos hacer las cosas mal mejor, con efectos más grandes y perdurables.
Todos estamos listos para desencadenar horrores en defensa de personas e ideales amenazados por los violentos. Aunque nos consideremos seres buenoides y pacíficos, nos meteríamos en fregados apocalípticos si nuestra civilización se viera en peligro por grupos de fanáticos dispuestos a arrasar con todo. Pero los toros en ningún momento han tratado de invadir Polonia, se conforman con comer hierba y brincar por los prados. Si la lidia obedece solo al deseo de obtener un placer estético, eso siempre debería ser prescindible cuando venga unido a la necesidad de maltratar y matar.