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Stalin, la Unión Soviética, y el Pacto Germano-Soviético de 1939 (III): Desmembramiento

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Tras los Acuerdos de Munich, cualquier experto en Política Internacional podía asegurar que Checo-Eslovaquia1, sin la protección de otros países más poderosos, estaba muerta.

No sólo Alemania se había anexionado los Sudetes, sino que Polonia se había apropiado del enclave de Teschen2; y Hungría -que ambicionaba anexionarse Rutenia Transcarpática (con importante minoría magiar), y Eslovaquia- fue frenada gracias a Hitler y, remitida al 1er Arbitraje de Viena, obtuvo parte de Rutenia.3

Dos potencias no habían sido invitadas a Munich: EEUU (que de todos modos hubiese apoyado la cesión de los Sudetes a Alemania) y la URSS, cuyos diplomáticos se quejaron amargamente de ello4; como consecuencia, los soviéticos impulsaron más su política de Frentes Populares en las democracias, y la Seguridad Colectiva frente a Hitler.

Tras Munich, Chamberlain y Daladier fueron recibidos en sus países en olor de multitudes, como “hombres que habían salvado la paz”. Mussolini, por su parte, era considerado –en Italia y toda Europa- como el artífice del Acuerdo.

¿Y Hitler? Pese a lo que se ha dicho, no parece claro que tuviese una “hoja de ruta” para destruir Checo-Eslovaquia. En realidad, se fue a descansar a su morada en Berchtesgaden (Alpes Bávaros). Sus directrices preparando la invasión del “estado-muñón” checo parecen estar discutiendo la creación de Estados-Títeres, una vez colapsada Checo-Eslovaquia, y no una agresión contra ella.

Los eslovacos siempre se sintieron discriminados frente a los checos; y el separatismo aumentó cuando vieron que húngaros, polacos y alemanes se repartían el país en Munich; y sólo quedaban ellos, los ruso-balcánicos, y los judíos, como minorías más o menos discriminadas por los checos.

Los Acuerdos de Munich debían proporcionar una garantía para los restos del Estado checoslovaco, pero los franceses no tenían intención de comprometerse en firme por un país condenado, cuando no lo habían hecho siendo poderoso; los ingleses seguían creyendo que se podía confiar en la palabra de Hitler, y además no querían ir a la guerra por una garantía que habían dado los franceses, y no ellos. Y los rusos, únicos que ofrecían (con buena o mala fe, quién sabe) una alianza militar, no tenían fronteras con los países en disputa, y nadie se fiaba de ellos. De hecho, la declaración de Hitler tras Munich, que había salvado a Europa del Bolchevismo, encendió las lógicas alarmas en Moscú, pero fue acogida en Occidente con una especie de alivio.

Así, Checo-Eslovaquia avanzó hacia su disolución. Alemania alentaba a los autonomistas eslovacos y Hungría a los rutenos.5 Hitler creía que, como hasta entonces, Reino Unido y Francia no intervendrían militarmente, y prefería imponerse con la negociación y la amenaza, en lugar de la fuerza militar, para crear su gran objetivo: una unión de países orientales aliados, bajo la dirección de Alemania, para dirigirlos contra el bolchevismo.

En Marzo de 1939 la situación hizo crisis. La debilitada Checo-Eslovaquia era consciente de que la garantía sugerida ( y nunca concretada) de Inglaterra y Francia en Munich no valía para nada, en primer lugar porque las tensiones a las que se enfrentaba eran internas, y franceses e ingleses estuvieron más que contentos de escabullirse con la excusa de que no existía una agresión militar externa contra Checo-Eslovaquia.

Curiosamente, fueron los checos los que precipitaron el fin, aunque hay que reconocer que su situación era sin salida; tenían dos opciones: ceder a las ambiciones independentistas eslovacas (y luego a la reivindicación húngara de Rutenia, y sería el fin del Estado) o reprimirlas, que fue lo que hicieron.

El 9 de marzo, el presidente checo, Dr. Hacha, disolvió la Autonomía Eslovaca, y se preparó a intervenir militarmente. Este movimiento cogió a Hitler por sorpresa: temía que una invasión húngara de Eslovaquia diera al traste con su política de creación de Estados-Clientes. Por lo tanto, recibió a una delegación eslovaca y les recomendó (por no decir ordenó) proclamar su independencia sin tardanza.6

Eslovaquia proclamó su independencia el 14 de marzo, y con ello Checo-Eslovaquia dejó de existir. El Dr. Hacha, presidente de lo poco que quedaba, consciente de no tener amigos que la defendiesen, y rodeada de enemigos, se volvió hacia la poderosa potencia alemana, y pidió audiencia con Hitler.7 El Führer, tras recibirle con honores de Jefe de Estado, le soltó una perorata sobre el desagradecimiento de los checos, que sólo existían gracias a la generosidad alemana.

Sin salida, Hacha se puso literalmente en manos de Hitler, y aceptó el Protectorado de Bohemia y Moravia, a partir del 15 de marzo. 8

Sin saberlo ni desearlo, 9 Hitler había abierto la caja de los truenos que llevó a su destrucción, y la de Alemania.10
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