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El Sitio de Baler: algunas conclusiones personales. (II) Sobre Desertores

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En Junio de 1898, un destacamento de cazadores del Ejército Español (cincuenta y siete, entre militares y sanitarios) y el párroco del pueblo, más otros dos frailes españoles, quedaron cercados en el pueblo de Baler, de la isla de Luzón. Allí resistieron un asedio de once meses hasta que, convencidos de que España había perdido las Filipinas, capitularon ante el comandante filipino de la zona, el Tte. Coronel Simon Tecson.

Tras una corta guerra, España y EEUU firmaron (12 de Agosto de 1898) el Protocolo de Washington, que pactaba un alto el fuego hasta la firma del tratado de paz definitivo (Tratado de París, en Diciembre de 1898). En Agosto, el Destacamento de Baler hubiese debido deponer las armas, puesto que España había perdido las Filipinas (otra cosa es quién se las iba a quedar). Así las cosas, los sitiados en Baler podían, en conciencia, haber capitulado, y ser repatriados.

Sin embargo, una serie de hechos – imposibilidad de creer en la catástrofe española; la incomunicación por canales fiables y, por supuesto, la testarudez y valentía de los asediados- hizo que una situación que debiera haber durado un mes se alargase casi un año.

Pese a todo, la inmensa mayoría los asediados apoyaron hasta el final las decisiones de la oficialidad. Y, siendo fácil desertar (arriesgado, pero fácil) sólo hubo ocho intentos de deserción. Vamos a verlos.

Los primeros casos fueron dos de los cuatro sanitarios: el soldado Tomás Paladio Paredes, y el cabo Alfonso Sus Forjas. Ambos filipinos, desertaron el 27 de Junio de 1898. Tenían familiares entre los rebeldes, simpatizaban con ellos, y lo sorprendente hubiese sido que fuesen leales a España. Alfonso Sus, incluso, ejerció de agente intoxicador en Noviembre de 1898 – informando en la Comandancia de Manila que Baler había caído- para evitar que se mandasen socorros.

El mismo 27 de Junio desertó Felipe Herrero López, de 36 años, alistado en 1882 y destinado a Cuba. Allí estuvo varios años.1 En Baler era el asistente de Martín Cerezo. Dada su temprana deserción, es de imaginar que se debió al cansancio de muchos años de destino en las Colonias, y a la sensación de que Baler estaba condenado.2

El 29 de Junio, dos días después, durante una descubierta al mando del Teniente Juan Alonso, desertó Félix García Torres. En su caso ya existían antecedentes de deserción; en Barcelona intentó escapar antes del embarque, y durante el viaje desapareció en Port Said (Egipto), aunque él –cuando le encontraron- dijo que se había perdido.3

La siguiente deserción se produjo el 3 de Agosto de 1898. Jaime Caldentey Nadal había tenido problemas con el juego, que le hicieron abandonar su pueblo, Petra (Mallorca). Era un soldado valiente, que ya había sufrido un asedio en Baler en 1897. Sin embargo, su afición al juego (prohibido en el sitio de Baler) le hizo empeñarse en partidas clandestinas; al negarse a pagar sus deudas, se mezcló en una pelea, y fue arrestado con 4 horas de guardia en una ventana, que aprovechó para huir.4

Y entramos en las tres últimas deserciones, las más polémicas.

El 25 de Febrero de 1899, el soldado Loreto Gallego García informa a Martín Cerezo que otro soldado, Antonio Menache Sánchez, quiere desertar.5 El Teniente le interroga y, aunque al principio lo niega, Menache termina confesando que estaba de acuerdo con otros dos compañeros, José Alcaide Bayona y el cabo Vicente González Toca.6, 7, 8

Interrogados ambos, también confiesan su intención de desertar. Martín Cerezo tiene que decidir qué hacer con ellos. El 23 de Abril de 1898, el Capitán General de Filipinas, D. Basilio Augustín, había proclamado el Estado de Guerra con los EEUU, lo que concedía al comandante de un puesto la facultad de formar Consejo de Guerra –y fusilar llegado el caso- a los desertores capturados. Como los asediados de Baler no conocían el alto el fuego firmado en Agosto, para ellos esta situación seguía siendo válida.

No obstante, Martín Cerezo decidió no hacerlo de momento; tanto por la mala impresión que un fusilamiento causaría en el resto de los sitiados, como por esperar a un mejor momento para juzgarles. Recuérdese que los asediados confiaban aún en un rescate. Les hizo encerrar en el baptisterio, y más adelante, tras una granada que explotó allí, los trasladó a la enfermería; al menos a dos de ellos, pues Alcaide logró huir9.

Menache y García Toca fueron fusilados un día antes del final del asedio. Pero, de eso, hablaremos en el tercer episodio.

En fin, de ocho desertores, dos eran filipinos; tres tenían antecedentes de deserción; uno parece haber desertado por problemas de juego; y sólo dos por agotamiento y desesperación. Poca deserción para tanto sufrimiento.

En el último capítulo hablaremos de los fusilamientos y la capitulación.

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