El Sitio de Baler: algunas conclusiones personales. (I) El Asedio
Sin duda, conocéis los hechos que sucedieron durante el Sitio de Baler, en el contexto de la Revolución Filipina contra España (1896-98) y la Guerra HispanoNorteamericana (1898).
No quiero -por espacio y porque la historia del conflicto es muy sabida- hacer una relación de los hechos del asedio; simplemente, daré algunas ideas sobre aspectos del conflicto que quizá sean menos conocidos.
Lo primero que llama la atención de este hecho de armas es su extraordinaria duración (del 01/07/1898 al 02/06/1899, 337 días) y la inmensa desproporción numérica: unos 800 filipinos (que, con los relevos que se produjeron a lo largo de los combates, pudieron fácilmente alcanzar unos 1500 efectivos) frente a sólo 60 sitiados, no todos ellos militares.1
De los 60 defensores, 19 fallecieron (15 por enfermedad, sobre todo beriberi o disentería2; 2 fueron fusilados al final del asedio, y de ellos hablaremos luego; y sólo 2 murieron por heridas de armas de fuego); 6 desertaron (incluidos los dos sanitarios filipinos). Entre los sitiadores, se calcula que hubo, entre muertos y heridos, unas 700 a 800 bajas.
Estos datos sólo se pueden explicar si comprendemos que las fuerzas sitiadoras no eran tropas disciplinadas y entrenadas como unidades militares, y que su armamento era absolutamente ineficaz y obsoleto. En realidad, eran guerrilleros acostumbrados a combatir en la selva, y a asaltar fortificaciones sólo contando con el factor sorpresa y el pánico que sembraban sus ataques.3
En cuanto a su armamento, andaban muy escasos de armas de fuego, usaban los viejos “Mauser” que iban consiguiendo de los enemigos capturados; y, aunque los “bolos”, o machetes filipinos, eran muy útiles en ataques por sorpresa, pronto aprendieron que para atacar frontalmente una posición fortificada no valían.
Tanto sitiadores como sitiados contaban con algunas culebrillas4 que, ya cerca del siglo XX, eran obsoletas. Otra cosa fue cuando los sitiadores consiguieron un cañón moderno de sus superiores de Cavite. Mucho más eficaz, podría haber destruido la iglesia donde los españoles se fortificaron si hubieran dispuesto de varios de ellos, con munición suficiente para mantener un fuego continuo sobre la posición, y de artilleros entrenados; pero, como no fue así, los atacantes se limitaron a dispararlo de vez en cuando. Además, los españoles dispusieron francotiradores que acabasen con los artilleros5; con lo cual, el peligro se redujo… hasta cierto punto.
Así que, en general, los filipinos mantuvieron, sobre todo, un asedio por hambre y sed, con francotiradores que disparaban a cualquier español que avistasen; y con ataques frontales ocasionales, que sólo a partir de Mayo de 1899 se hicieron casi diarios. Los españoles paliaban su penuria con un pozo que cavaron; con el huerto alrededor de la iglesia; comiendo todo bicho viviente que capturaran -como ratas, cuervos, gran fiesta cuando mataron dos carabaos- y mediante arriesgadas salidas al pueblo.
Los filipinos hicieron muchas ofertas de rendición, mucha guerra psicológica (cuenta Martín Cerezo que les mostraban chicas semidesnudas y "escenas impúdicas") y, en general, mostraron no tener excesivas ganas de perder aún más sangre de la que ya perdían por los pocos valientes de Baler.6
Todo lo que he comentado no es para minimizar el valor de los “Últimos de Filipinas”. Todo lo contrario. Los horrores que tuvieron que padecer, durante once meses, viendo a sus camaradas ir muriendo de uno en uno, siempre creyendo que Filipinas aún era española pero que el socorro que esperaban no llegaba… debieron ser horribles. Se necesita ser más valiente para afrontar esto que para lanzar una carga suicida o caer en unas horas ante un enemigo infinitamente superior.
Por ello –en mi opinión- resulta asombrosa la fidelidad de la guarnición a España y a los oficiales al mando de Baler.
Con las penalidades sufridas, sólo 6 cazadores intentaron desertar (descuento a los filipinos, cuya lealtad a su país era esperable). De ellos, tres de ellos contaban ya con antecedentes de intentos de deserción y uno de ellos desertó tras un problema de deudas en el juego. Aún con las lógicas protestas sobre el rancho, los ataques de pánico, etc (¡Qué menos!) los sitiados de Baler aguantaron firmes hasta el final.
De hecho...
Según las tres fuentes directas disponibles, cuando Martín Cerezo se convenció (2/06/1899) de que España había cedido el poder en Filipinas a EEUU meses antes, al consultar a los supervivientes qué debía hacerse (capitulación o huida a la selva)7 la mayoría de los soldados no votaron por el degüello de quien les había mandado resistir durante tantos meses sin necesidad (que es lo que haríamos ahora) ni por la capitulación... sino por la huida sin rendición.
En el siguiente capítulo veremos el asunto de los desertores, el más polémico del