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San Hermenegildo ¿Santo? ¿Mártir? ¿Rebelde? ¿Usurpador?

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Respondiendo ya, de entrada, a la primera de las preguntas: por supuesto, es Santo, puesto que la Iglesia Católica lo reconoce como tal. Puesto que “Santo” significa “elegido por Dios” y, desde hace más de mil años, en el catolicismo se ha centralizado en el Papa la posibilidad de certificar que una persona “está salvada” y “goza de la Gloria de Dios”, ¿quién soy yo para decir que no está allí donde los católicos insisten en que está? Yoquesé

Capítulo aparte sería discutir la existencia real de milagros supuestamente por intercesión de San Hermenegildo, o si su atribución es meramente cuestión de histeria religiosa, curaciones no estudiadas científicamente, o incluso fraudes; tampoco lo voy a discutir. Sólo recordaré que –como decía Carl Sagan- la tasa de curaciones no explicadas por la Ciencia en cánceres agresivos –como de páncreas o pulmón- es superior a la tasa de curación de santuarios como Lourdes en relación al número de penitentes que piden curaciones.

Me centraré –como imagino que esperan quienes leen mis TRIBUNAS- en el hecho histórico de la rebelión de Hermenegildo; y si, de acuerdo a las fuentes históricas, podemos creer que Hermenegildo fue un mártir (persona que muere por sus ideas, dando “testimonio”, que es lo que significa mártir) o fue otra cosa.

Empecemos por recordar que Hermenegildo era un príncipe visigodo, hijo de Leovigildo y de Teodora (o Teodosia) de Cartagena, la primera esposa del rey, y hermano de Recaredo.1

Hagamos ahora una introducción histórica.

Los godos era una coalición de tribus, identificados en el siglo III-IV al Norte del Danubio, que, empujados por hambrunas y la presión de otros pueblos (como los hunos), entraron en contacto con el Imperio Romano y penetraron dentro de sus límites, unas veces combatiendo, otras como federados.2 Hacia principios del siglo V, los godos se habían desplazado hacia el centro del Imperio Romano (ya de Occidente), y cada vez intervinieron más en la política interna y en las defensas externas del moribundo poder imperial.

Los godos que emigraron a la zona de la Galia y de Hispania (a partir del 412) establecieron un foedus con el Imperio, en 416. Walia, caudillo tervingio (visigodo como lo conocemos ahora)3 se comprometió a luchar contra alanos, vándalos y suevos; y a cambio recibía una extensa región a caballo de los Pirineos donde aposentarse, en régimen de casi independencia.

Así surgió el reino visigodo de Toulouse. Un siglo después, el reino franco de Clodoveo I venció a los visigodos en Vouillé (507); los derrotados se vieron obligados a abandonar su capital para trasladarse a Narbona y la población visigoda abandonó la mayoría del centro y sur de Francia para pasar a Hispania. Aunque los visigodos conservaron el dominio sobre el Sureste de Francia (Septimania) la capital se trasladó a Toledo y, desde entonces, los reyes visigodos se centraron en expandirse hacia el Sur y Este.4

Los visigodos, en España, fueron siempre una minoría militar y dominante sobre una base, mucho más numerosa, de hispanorromanos. Se calcula que los visigodos, en España, no superaron los 200000 individuos, mientras que la población hispanorromana, según las épocas, oscilaría entre los ocho y doce millones de habitantes. Otras minorías, de las cuales la más importante era la de los judíos, eran numéricamente poco significativas.

Semejante desproporción puede parecer imposible de sostener; pero hay que recordar que, en otras conquistas, élites militares han impuesto su gobierno, reservándose el mando absoluto en el Ejército y el control del adiestramiento militar, y estableciendo pactos con los poderosos del régimen anterior, que conservaban sus privilegios a cambio de servir a los nuevos amos. Una cosa así pasó, unos siglos después, con la conquista musulmana de Hispania; tres siglos después, con la conquista de Inglaterra por los normandos; e, incluso recientemente, con los Imperios Coloniales de los países europeos.

La sociedad visigoda estaba estructurada de manera piramidal, como luego lo fue antes el Imperio Romano, y lo fue después el Antiguo Régimen [Imagen en Notas]; sin embargo, una diferencia trascendental con este último es que la Monarquía no era hereditaria, sino electiva; los principales nobles del reino se reunían y elegían al sucesor (tal costumbre, propia de los reinos germánicos, duró – al menos en teoría - hasta el siglo XIX, con el Sacro Imperio Romano Germánico); por supuesto, entre la Alta Nobleza, nada de elegir plebeyos para reinar.

Todos conocemos la extrema inestabilidad sucesoria que afligió al reino visigodo durante toda su historia. La mayoría de monarcas fallecieron de manera violenta; y, muchos de ellos, precisamente asesinados por alguna de las familias rivales (a veces, por la suya propia) para imponer otro candidato.

Pasemos ya a la historia de Leovigildo, uno de los reyes que gobernaron el periodo de más esplendor del reino de Toledo. [Imagen: el estado visigodo hacia 560; obsérvese que hay zonas, en amarillo, prácticamente autónomas de cualquier gobierno unificado]

Leovigildo comenzó a reinar, asociado a su hermano mayor Lliuva I, en el año 568-569; gobernaron en igualdad de condiciones, pero Lliuva I se reservó la Septimania (y quizás parte de la Hispania del Norte), donde se enfrentaba a las arremetidas del reino franco; mientras tanto, Leovigildo reinaba en la parte central de Hispania y la Bética, donde tendría que controlar, e intentar reducir, el poder del Imperio Romano (que nosotros conocemos como Bizantino) en su “Provincia Spaniae”.5

Pocos años después, hacia 572/573, Lliuva murió (no hay fuentes que hablen de “juego sucio”) y Leovigildo quedó como soberano único.

Podemos decir que, para el Reino de los Visigodos, fue uno de sus mejores reyes:

- Actualizó el “Código de Eurico” con una serie de modificaciones de la suficiente entidad como para su “Codex Revisus” se conozca por los historiadores como el “Código de Leovigildo”.

- Emprendió casi una campaña militar por año, hasta anexionar el Reino de los Suevos, fortalecer el poder visigodo sobre las zonas cántabras y vasconas (sin llegar a dominarlas del todo) y limitó el poder del Imperio Romano (ver nota 5), aunque no consiguió expulsarlos.

- En cuanto a la cohesión social del reino, Leovigildo adoptó medidas como derogar la prohibición de matrimonios mixtos entre visigodos e hispanorromano (incluso penados con pena de muerte, aunque no se aplicaba con frecuencia); y buscar un acercamiento entre los obispos arrianos y los niceanos (los partidarios del Credo de Nicea, de 325, que actualmente se llaman católicos).6

Bueno; pues como era costumbre a partir de cierta época entre los visigodos (cuestión que copiaron de los emperadores romanos, con la intención de hacer la monarquía hereditaria), Leovigildo asoció a sus dos hijos (Hermenegildo y Recaredo I) en fecha tan temprana como 573, según las fuentes.7

Como Rey Asociado, Hermenegildo fue enviado como Gobernador de la Bética, sin duda poco después de 573 (ya digo que no podía tener nueve años ni de coña).

Hermenegildo había casado con Ingunda, princesa del Reino franco de Austrasia, en un intento de Leovigildo de limar asperezas con los poderosos reinos francos del Norte.

Los francos eran católicos desde la conversión de su rey Clodoveo I (el vencedor de Vouillé) pero eso, en realidad, no era un impedimento en las leyes visigodas.

El caso es que tras su traslado como co-rey a la Bética en 573 (las fuentes católicas dicen que “poco después”) y, desde luego, antes de su rebelión en 579-80, Hermenegildo se convirtió al cristianismo niceano (catolicismo); según las fuentes católicas, bajo la inspiración de su esposa y el obispo Leandro de Sevilla (luego San Leandro).

En 579-580 Hermenegildo se proclama rey en Sevilla, siendo aclamado por algunos obispos católicos con el grito "REGI A DEO VITA" (que Dios conceda vida al rey); posteriormente, acuña monedas con este lema (primera vez que un rey visigodo alude en sus monedas a una supuesta “ayuda de Dios”.

En los primeros años de la rebelión, aprovechando que Leovigildo está en el norte luchando contra los vascones, la facción de Hermenegildo gana territorios en la Bética y Lusitania, incluyendo Emérita Augusta.

Los rebeldes intentan hacer una coalición internacional (diríamos ahora) enviando una embajada a Constantinopla (encabezada por el propio Leandro), para recabar ayuda del Imperio Romano (bizantino); a los suevos, en guerra continua con los visigodos, y a los francos de Austrasia (católicos y emparentados con Ingunda, la mujer de Hermenegildo).

La primera intención de Leovigildo es conciliadora; convoca un Sínodo del clero arriano en Toledo (580), donde se toman decisiones que buscan limar asperezas con los católicos; por ejemplo, facilitan la conversión de católicos al arrianismo (eliminando el precepto de bautizarse de nuevo); aceptan situar la figura del Hijo en plan de Igualdad con el Padre (aunque no el Espíritu Santo, que seguiría siendo inferior para los arrianos); o, incluso, aceptan el culto a las reliquias católicas.8

Fracasada la vía diplomática, en cuanto Leovigildo - tras sus campañas del Norte - vuelve su atención a la rebelión del Sur, los apoyos se desvanecen: el rey suevo Miro, que había llegado hasta Sevilla, se tiene que retirar apresuradamente en 583 y pactar con el rey visigodo. Los romanos (bizantinos), que habían prometido ayuda a Hermenegildo, dejaron de apoyarles para enfrentarse a los longobardos, que les creaban problemas en sus posesiones italianas (hay quien dice que, además, Leovigildo engrasó a los imperiales pagando 30000 solidi de oro y comprometiéndose a no atacar su Provincia Spaniae) y los francos estaban demasiado lejos.

La coalición fracasa en poco tiempo. Leovigildo reconquista Emérita Augusta, Cáceres y, finalmente, Sevilla (583) tras un asedio de un año. Hermenegildo logra escapar hacia Córdoba, donde finalmente es apresado por su hermano Recaredo.

La cuestión no acabó ahí; trasladado a Valencia, pocos meses después Hermenegildo recibe noticias de la invasión de un ejército de Austrasia al mando de Childeberto II, cuñado suyo por ser hermano de su esposa Ingunda. Hermenegildo se fuga, para intentar unirse a los francos y retomar la rebelión. Capturado de nuevo, es encarcelado en Tarragona, y decapitado en 585.9

Ingunda y su hijo Atanagildo trataron de huir hacia los reinos francos, pero fueron capturados por los romanos (bizantinos). Enviados a Constantinopla para servir de rehenes (en sus tratos con francos y visigodos) Ingunda murió en el viaje, y el niño unos años después.

Y ahora surge la duda ¿Fue la de Hermenegildo una rebelión religiosa, o la conversión de Hermenegildo a catolicismo fue una excusa para buscar el apoyo de los católicos y emprender la enésima rebelión de un noble godo contra el rey?

Pues los cronistas del momento no se ponen de acuerdo, pero ocurre una cosa rara: mientras los cronistas no hispanos (el Papa Gregorio Magno, Gregorio de Tours) presentan a un Hermenegildo injustamente perseguido y martirizado por su fe (aunque el segundo censura que un hijo se levante en armas contra su padre), los historiadores hispanos contemporáneos (Juan Biclaro, o incluso el propio Isidoro de Sevilla, católicos sin embargo) pasan por encima - o no citan - la motivación religiosa en la sublevación, y la explican por un acto de rebeldía ilegal contra su padre.

Los historiadores actuales de prestigio (como E. A. Thompson, José Orlandis o Luis A. García Moreno) lo tienen más claro; analizando las fuentes de la época, los registros, los apoyos que recibió Hermenegildo, son unánimes: su rebelión no tuvo como motivo la religión, sino la política: como otras veces, un noble visigodo intenta destronar al rey, aunque sea su padre. Se basan en varios puntos:

1- En primer lugar, el reinado de Leovigildo se caracterizó por una mayor tolerancia religiosa hacia los católicos que en épocas precedentes; es más, durante los primeros años de la rebelión, trató de acercar posturas hacia los católicos cediendo en posturas doctrinales del credo arriano. Su supuesta intolerancia religiosa es, pues, una falsedad.

2- Leovigildo no maltrató a su hijo ni a su nuera, pese a lo que dicen las fuentes católicas (otra falsedad). De hecho, el rey asoció a Hemenegildo a su corona, al mismo tiempo que a Recaredo; y, lo que es más, le concedió el puesto clave de Gobernador de la Bética; cosa que nunca hubiese hecho si desconfiase de él, dado que la cercanía a los dominios de los imperiales lo convertían en un nombramiento para alguien de suma confianza.

3- La población católica hispanorromana no secundó los planes de Hermenegildo. De hecho, la mayoría de ellos lo vieron como otro usurpador más que trataba de rebelarse contra el rey. Juan Biclaro, por ejemplo, le llama “tyrannus” (en el sentido de usurpador). Si su sublevación hubiese contado con el apoyo popular, además del de los romanos, los francos y los suevos, sin duda alguna hubiese triunfado en pocos meses

Entonces ¿por qué es Santo y Mártir?

Los escritores católicos (sobre todo los de origen galo, como Gregorio de Tours) empezaron a tejer su leyenda, tratándole oficiosamente de santo y mártir, pocos años tras su muerte, por razones políticas (denigrar a los arrianos); en cambio, hay que esperar un siglo para que un autor hispano haga lo mismo (y, aun así, se trató de un ermitaño fanático desequilibrado llamado Valerio del Bierzo).

Tras la conquista musulmana, por supuesto, se multiplican las leyendas piadosas y los prodigios asociados a Hermenegildo y sus reliquias (repartidas por toda España: la cabeza, que fue a parar a Zaragoza, acabó siendo vendida por las Monjas de Sijena a Felipe II) que dan más ánimo y se usan como agit-prop a favor de los cristianos.

Y ahora ya entroncamos con su canonización, en tiempos de Felipe II y siendo papa Sixto V.

Muy sencillo: sabemos, por experiencia, que el número de canonizados de un país es directamente proporcional a la influencia que mantiene en la época ese Estado sobre el Papado.

En la segunda mitad del siglo XVI, el monarca católico más poderoso del mundo era Felipe II. El Papa necesita estar a buenas con Felipe II; Felipe II necesita un Santo que simbolice la unidad de España y el triunfo sobre los infieles; y ya si es de la nobleza visigoda, de la que él se considera más o menos descendiente… mejor que mejor. Se acerca el milenario de su martirio… ¿qué puede fallar?

La Canonización está servida.

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