Con los pies llenos de ampollas de tanto caminar y el calzado desgastado por las extensas y agotadoras jornadas, decenas de venezolanos transitan todos los días por las autopistas de Bucaramanga tras salir de su país y atravesar los 195 kilómetros que separan a Cúcuta de la capital santandereana.
Ellos, protagonistas de una histórica migración que representa el ingreso diario de entre 30 mil y 50 mil venezolanos por los puntos fronterizos, emprenden desde Cúcuta una agotadora caminata en la que deben superar los contrastes del intenso calor y las temperaturas bajo cero del páramo de Santurbán.
Con las ganas de sacar adelante a sus familias que se quedaron en Venezuela sufriendo de hambre, con sueños empacados en pequeñas y maltratadas maletas que llevan en las espaldas o que tiran por sobre el asfalto ardiente y con la convicción de llegar a cualquier destino a trabajar para enviar dinero a sus seres queridos, cientos de extranjeros caminan días enteros para seguir la travesía hacia Bogotá, Perú o Ecuador, donde creen que encontrarán una mejor vida.
La situación en el país vecino es tan crítica que a sus ciudadanos no les queda otra opción que abandonarlo, otrora una de las mejores economías de Latinoamérica, pero que hoy no les ofrece ni siquiera un plato diario de comida, tampoco servicios de salud y, según pronósticos del Fondo Monetario Internacional (FMI), sufrirá una superinflación del millón por ciento al final de este año.
El peregrinar fronterizo
Protegiendo sus rostros con toallas y sábanas para cuidar la piel del sol, los caminantes narran que quienes se quedaron obtienen ingresos semanales por 5 millones de bolívares (a quien le va bien), que no les alcanza para nada porque una libra de sal cuesta 4 millones, un paquete de toallas higiénicas 4 millones y medio y una bolsa de detergente 14 millones.
Manuel Alexander Sáez es uno de ellos. Junto con su esposa, sus hijos de siete, cinco y dos años y un primo, van “hacia donde el destino nos lleve”. No tiene un rumbo fijo, señaló que camina hacia Bogotá porque le mostraron la ruta, pero no tiene un contacto que lo espere al otro lado como muchos lo hacen.
“Vamos caminando y donde encontremos trabajo o nos reciban ahí nos quedamos, porque lo que necesitamos es trabajar para comer”, señaló Sáez.
Jairo González, otro migrante, partió del Estado Miranda el sábado 28 de julio y al siguiente martes empezó a caminar hacia Bucaramanga.
“La situación ya se presentó un poco fuerte por cuanto no se…
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